Esta es la historia de Lidia, de cómo conoció el Mal y cómo esta experiencia le hizo comprender que el Mal no es un mal absoluto ni el Bien algo aislado de lo demás. Como dijo Einstein, todo es relativo. Si no existiera el Bien no podría existir el Mal y viceversa; y en ciertas ocasiones, como le ocurrió a Lidia, el Bien y el Mal se entrelazan, cruzan sus caminos y se guían mutuamente.
Todo ocurrió en verano hace algún tiempo, no es que ese verano tuviera nada especial ni concreto que lo hiciera ser la mejor época para que estos hechos acontecieran, sino más bien fue la suma de todas las actitudes, pensamientos y acciones que nuestra joven protagonista realizó a lo largo de su vida las que hicieron que ese agosto su vida diese un giro tan inesperado.
Por entonces Lidia tenía 16 años, era lista (aunque no por ello sacaba buenas notas), dotada para los trabajos manuales (su pasión eran la escultura y el moldeo), tenía unos padres que la querían, aunque la mayoría del tiempo no entendían nada de lo que ella hacía, y lo más importante, era una bruja. No una bruja de cuento de hadas, con su verruga y demás complementos fantasiosos.
Era una bruja de verdad, de las que en la época de la Inquisición (y antes y después también) se decía que podía arrasar cosechas, provocar abortos y generar enfermedades en los individuos más sanos, por venganza.. o simplemente por placer. Lidia era una bruja de los pies a la cabeza, siempre había sido consiente de ese hecho, aunque nadie en su entorno familiar o de amistades (este último bastante reducido) le había hablado de ello, ni tenía libros en casa con los que poder guiarse, ni por supuesto existía aun internet.. pero una bruja de verdad no necesita nada de eso.
Ese tipo de Mal se lleva en las venas, y suele dejarse ver sin invitación alguna. Como cuando Lidia era algo más pequeña y hacía viajes astrales sin proponérselo, en ese momento entre el sueño y la vigilia. Al despertar recordaba vagamente su propia silueta flotando a muy poca distancia del suelo y dando vueltas por callejuelas de ciudades desconocidas.. o cuando al discutir con alguien sentía como la rabia y la ira azotaban su cuerpo, hasta que aprendió a controlar y dirigir este odio hacia el sujeto que lo había causado, provocándole un inesperado despido, un problema familiar grave o cualquier otro tipo de dolor, ya fuera espiritual o físico.
Pero todo eso formaba parte de su niñez, pues a medida que fue creciendo sus inquietudes se fueron centrando en la magia negra. Probó cientos de hechizos y sortilegios, inventados o ya existentes. Probó con el vudú, magia con cuerdas, con espejos, con velas, el Tarot, la Ouija, péndulos.. cualquier elemento que estuviese a su disposición le era válido para sus propósitos. Y curiosamente todo aquello que probaba le funcionaba. No hay nada como ser el mejor para que tu ego crezca.
Era viernes noche, sus padres no iban a volver hasta el domingo por la tarde y la luna estaba completamente oculta. Lidia había quedado con Ana, su amiga y vecina, para ir de fiesta a la discoteca del momento (¡las brujas también necesitan divertirse!). Acababa de salir de la ducha, y aun tenía tiempo para hacer el ritual que tenía preparado para esa noche, así que vistiéndose con la túnica negra que ella misma se había confeccionado, llena de extraños símbolos cosidos con hilos rojo y dorado fue a su habitación.
Una vez allí dispuso sobre el altar (la mesilla de noche cubierta por una tela también negra, con un pentagrama invertido y más símbolos extraños bordados) tres velones negros, uno rojo, incienso, su athame (o cuchillo ceremonial), una tiza roja, un vasito con vino tinto, una porción de chocolate, un cuenco y lo más importante, la imagen que ella misma había tallado en madera de ese ser llamado Satán, Belcebú y de mil formas distintas dependiendo la época y el lugar. Era una figura extraña, un híbrido entre cabrón y humano.
A primera vista un hombre con pies de cabra, pero mirada más detenidamente los detalles eran exquisitos. Lidia había usado toda su creatividad y concentración al tallarla, había dejado impreso en cada poro de la madera su idea de Mal Absoluto.
Una vez estuvo todo listo empezó con el ritual, que como la mayoría de rituales de este tipo, se basaba en hacer lo contrario que en una misa o un ritual de magia blanca. Sentada de rodillas frente al altar, viendo su propia imagen bailando en el espejo frente a sí por el efecto de las temblorosas llamas de las tres velas negras que eran su única fuente de luz, se concentró en crear a su alrededor, por toda la habitación, un círculo de protección hecho con una suave energía rojiza.
Tras un par de minutos y sintiéndose más segura, cogió la tiza y situándose bajo la cama dibujó allí otro pentagrama invertido. Cuando acabó se sentó de nuevo frente al altar, sujetó el velón rojo con la mano izquierda y con la derecha usó el athame para grabar en el velón el nombre del chico que tanto se le había resistido hasta ahora y que tan obsesionada la tenía: Andrés, amigo de un amigo de Ana, su vecina, con el que solían coincidir los fines de semana en la discoteca.
Escribió también su propio nombre, Lidia, haciendo que ambas palabras se cruzasen en la “D”, formando así una cruz (¿hace falta decir que también invertida?). Una vez hecho esto, dejó el velón en el altar, frente a la figura tallada en madera y rodeado por las otras tres velas negras. El agradable aroma del incienso ya se había apoderado de la habitación, creando una atmósfera densa. Y allí arrodillada Lidia empezó con la petición, sin que le hiciera falta pronunciar palabra. No es que ignorase el poder del verbo, pero no le era necesario recurrir a él.
Solo con concentrarse y visualizar sus objetivos estos siempre se cumplían, así que ¿para qué esforzarse más? Se concentró en Andrés, en lo que quería conseguir de él, en el pentagrama bajo la cama, en el velón.. cuando sintió que era el momento encendió el velón rojo y se quedó un momento más meditando sobre sus propósitos. Dejó el velón encendido y rompiendo un trozo de chocolate se lo metió en la boca, dejando el resto en el cuenco vacío que había frente a sí. Lo mismo hizo con el vino, le dio un trago y el resto lo volcó en el cuenco, junto a los restos de comida, como ofrenda a su “macho cabrío” que debía obedecer sus órdenes y hacer que Andrés, por esa noche, fuese completamente suyo, en cuerpo y alma.
Con esto Lidia dio el ritual ya por finalizado. Dejo que la vela se fuese consumiendo mientras se arreglaba para la fiesta, ropa sexy, maquillaje.. la magia puede ser una gran ayuda, pero no funciona si no ponemos todo de nuestra parte para ello, sea espiritual o físicamente hablando.
La noche transcurrió como Lidia había deseado, Andrés se fijó en ella nada más entrar en el local. Fue él quien la buscó toda la velada cruzando sus miradas, fue él quien se acercó a ella y fue él quien se lanzó a dar ese temido primer beso. Una vez hecho esto Lidia tomó las riendas de la situación, invitando a su nuevo amigo a acompañarla a casa, con la excusa de que había perdido a su amiga de vista (más bien fue ella misma la que le dijo que desapareciera de allí..). Le comentó también que no vivía muy lejos, y que le daba miedo andar sola de noche por las calles de la gran ciudad.
Y Andrés, no por ser caballeroso si no por saber a ciencia cierta que esa noche acabaría en la cama de la morenita que tenía enfrente, aceptó encantado en acompañarla.
Evitaré hacer ningún comentario sobre lo que ocurrió a continuación en la habitación de Lidia.. más concretamente en su cama, ya que todos nos podemos imaginar como fue. Lo interesante de verdad ocurrió una vez acabaron con el sexo y exhaustos se durmieron abrazados el uno al otro.
Lidia soñó con una cueva. Pero era un sueño extraño, pues era plenamente consciente de que estaba durmiendo, pero también tenía la certeza de estar despierta, como flotando, como cuando se proyectaba astralmente.. era una sensación conocida, solo que en esta ocasión no era ella quien guiaba sus pasos, sino una extraña fuerza externa que la arrastraba hacia el corazón de un frondoso bosque. Decidió no resistirse y ver hacia donde la estaban dirigiendo.
No pasó mucho rato cuando Lidia se encontró frente a la entrada de una cueva, cuya característica más interesante era que no tenía nada de especial. Era una cueva como todas las demás, por lo que no sintió miedo, y siguió dejándose guiar por aquella fuerza misteriosa que la hacía adentrarse más y más en ese oscuro y frío lugar. Más adelante, aunque ella no sabría decir en qué momento concreto, las rocas se volvieron rojas.. no pintadas de rojo, ni con piedras de esa tonalidad, era más bien como si de las propias estalactitas brotase una energía muy parecida a la que ella se imaginaba cuando creaba su circulo de protección, pero con más fuerza. Como si la roca estuviese viva y rezumase energía por cada grieta.
Siguió flotando hacia el interior de la gruta, que parecía no tener fin, y de nuevo sin saber como se encontró en una gran sala circular, toda iluminada con esa luz roja, ahora mucho más intensa. Por un momento se sintió desorientada, como si hubiese olvidado el camino hecho, pero al momento recordó que era un sueño, que eso no era real, y volvió a sentirse lo suficientemente calmada como para mirar a su alrededor y observar atenta cuanto le rodeaba. La sala en la que se encontraba era circular, muy parecida a una ópera, con el “escenario” en el fondo de la sala, los “asientos” enfrente, y “palcos” a los lados.
Escrito todo entre comillas porque esa sala no era ninguna construcción hecha por los humanos, solo con verla ya se intuía algo extraño, como si la propia tierra se hubiese revuelto para crear esa cueva con esas formas tan fascinantes, era una sala salida de las mismísimas entrañas de la tierra, no un mero agujero picado con las manos de ningún hombre. Todo ello puede parecer extraño, pero Lidia estaba tan absorta observando todo lo que pasaba que ni se dio cuenta de que el Mal ocupaba todo el espacio en ese lugar.
Además, no estaba sola. A su alrededor había docenas de seres ocupando los “asientos”, o como ella en los “palcos”. Aunque no podía verlos con claridad, pues parecían desenfocados, ellos tampoco le daban miedo, no sabía como ni porque, pero tenía la certeza no solo de que no le harían daño, sino que iba más allá, sabiendo que ella formaba parte de esto, que ella solo era una más en esa reunión, y que nadie le iba a prestar la más mínima atención, y menos ahora que el que parecía ser el líder, por la gran fuerza que emanaba de él, apareció en medio del “escenario” y sin mover los labios se dirigió a los presentes. Lidia oyó claramente la voz de ese ser en la cabeza, pero parecía que las palabras no querían quedarse en su cerebro y olvidó todo lo que había oído en ese mismo momento.
Cosa que no le preocupó demasiado, pues acto seguido apareció salido de la nada y arrodillado ante el líder, Andrés, que lloroso no dejaba de temblar. Ese fue el único momento en que Lidia se tensó, pero tampoco duró mucho su preocupación, pues estaba en una especie de trance en el que nada le preocupaba, nada parecía extraño y nada era peligroso. Total, estaba en un sueño, ¿no?
Lidia ya no recordó nada más al despertar, todo lo que vino a continuación, fuese lo que fuese, quedó borrado de su mente para siempre. Al alba Lidia se despertó por los rayos de luz que se colaban entre las rendijas de la persiana. Recordó que era sábado, y también quién se había quedado a dormir esa noche con ella. Se giró para acurrucarse en el torso de su amante, pero allí no había nadie. Estaba sola. ¿Era posible que Andrés se hubiese despertado antes que ella y se hubiese ido sin avisarla? Lidia se preguntó qué clase de imbécil haría algo así, y se fue enfureciendo más y más cada vez, hasta que vio encima de la mesa lo que parecía ser el móvil de Andrés.
Se levantó y fue a verificar que efectivamente ese era su móvil, pero tropezó con algo por el camino. En el suelo, desperdigada, estaba la ropa de Andrés. Su camisa, sus calzoncillos, y los pantalones.. eso no tenía sentido. ¿Cómo se va a ir alguien a pasear desnudo por la calle un sábado por la mañana? Sin móvil.. sin cartera.. quizás se había precipitado y Andrés estaba en el baño, o quizás en la cocina o el comedor. Pero no, Lidia registró su casa de cabo a rabo sin encontrar señal alguna de su amigo.
Medio asustada y sin saber qué hacer a continuación recordó de pronto el extraño sueño que había tenido, recordó que allí estaba Andrés, pero no conseguía visualizar qué había pasado con él. No recordaba nada más que su aparición en la sala circular de la cueva. Después solo oscuridad.
Empezó a ponerse nerviosa. Corrió a su habitación y metió las cosas de Andrés en una mochila. Después cogió un trapo y limpió el pentagrama de debajo de su cama. Cogió el trapo, todo lo que había en el altar, y sus pocos libros de magia negra y los metió en una bolsa. Se sentó en el suelo, respiró hondo, encendió un cigarro e intentó calmarse.
Andrés le gustaba de verdad. Quizás no debería haberle “obligado” a liarse con ella, quizás estaba mal usar la magia para el propio provecho. Pero siempre había creído que sería ella misma la que sufriría las consecuencias, y no otros. Ella estaba dispuesta a sufrir un castigo por todo lo que había hecho, pero castigar a Andrés. ¡Eso no era justo!
Casi mareada por el cúmulo de sensaciones (en menos de diez minutos pasó de la ira a la sorpresa al miedo al semi-arrepentimiento otra vez a la ira y de ahí a la desesperación) Lidia sintió que sabía qué debía hacer para solucionar la situación. Debía volver a esa cueva y recuperar a Andrés como fuera.
Se duchó, desayunó solo un té, bajó a la calle y tiró a la basura la bolsa de plástico que contenía los restos de su ritual y volvió a casa. Una vez allí recuperó del fondo del cajón de la cocina unas velas blancas que su madre guardaba por si había un apagón y no tenían la linterna a mano y volvió a su habitación.
Ya eran más de las tres, cerró bien las persianas para quedarse de nuevo a oscuras y encendió las velas sobre la mesilla de noche, ahora sin ninguna tela que lo cubriese. Se arrodilló frente al improvisado altar y se concentró en crear un círculo de protección, esta vez blanco y luminoso.
Cuando se sintió con suficientes fuerzas y más segura de sí misma, se tumbó en la cama y se relajó, dejando que su mente vagara un rato al principio, y guiando la meditación después, hasta que notó que su cuerpo pesaba como el plomo, entonces se concentró en la cueva, en su entrada, en la luz rojiza.. Y sin más se volvió a encontrar en la sala circular, flotando justo en medio, y frente a ella estaba el líder. No había nadie más a su alrededor.. ¿nadie?.. Aunque realmente no se veía a nadie más allí, Lidia sentía tras de sí una fuerza desconocida, protectora.. ¿quizás era su guía?.. quién sabe.
Eso no era relevante. Se enfrentó al ser que tenía justo frente a sí. No discutieron. No hubo gritos ni peleas. Solo se quedaron allí de pie, mirándose fijamente. Para un observador externo era una escena que puede rozar el aburrimiento, pero lo que realmente estaba sucediendo era una “lucha mental” entre ambos, por calificarlo de alguna forma.
No había palabras para describirlo. Lidia lo único que hacía era concentrarse en no apartar la mirada, concentrarse en que ese ser no profundizase mucho en su mente, y sobre todo, deseó con todas sus fuerzas recuperar a Andrés. De repente una intensa luz surgió a sus espaldas, cegándola y haciendo que entrase en calor.. y de nuevo nada. Más oscuridad.
Entonces Lidia sintió como un brazo la rodeaba, cogiéndola de la cintura por detrás, y una voz le susurró flojito al oído:
-“¿Estas despierta?"
Lidia asintió levemente sin atreverse a mover ni un músculo y la voz, suave y calmada, volvió a sonar muy cerca de su oreja: -“He tenido un sueño muy raro.. y ¿sabes qué? Tú salías en él y me rescatabas..”
>Lidia abrió de par en par los ojos y se giró.
Estaba en su cama, ¡y ya no estaba sola! Allí estaba Andrés, tan guapo como siempre, con esos ojos, y esa voz tan reconfortante.. su primera reacción fue abrazarle y darle un largo y cálido beso, a lo que él respondió excitándose de nuevo.. pero esta parte nos la volveremos a saltar..
Desde ese día Lidia comprendió que a pesar de ser fácil e incluso divertido hacer uso de la magia negra, las consecuencias podían ser peores de lo que ella jamás había imaginado. Estaba dispuesta a vender su alma por conseguir lo que quería en la vida, pero jamás lo haría a costa de la vida de otras personas, y menos si esas personas le importaban.
Y esta es la historia de Lidia, de cómo a pesar de empezar con mal pié vendiéndose al Mal, aprendió que hay cosas más importantes que conseguir todo lo que quería, y lo más importante, aprendió que el amor, no solo el amor platónico por alguien, si no el amor en general, por sus padres, sus amigas, ese rollo de una noche.. ese amor era muchísimo más poderoso que el odio. Y mucho menos peligroso también. Por que si no existiera el Bien no podría existir el Mal y viceversa; y en ciertas ocasiones el Bien y el Mal se entrelazan, cruzan sus caminos y se guían mutuamente.
Todo ocurrió en verano hace algún tiempo, no es que ese verano tuviera nada especial ni concreto que lo hiciera ser la mejor época para que estos hechos acontecieran, sino más bien fue la suma de todas las actitudes, pensamientos y acciones que nuestra joven protagonista realizó a lo largo de su vida las que hicieron que ese agosto su vida diese un giro tan inesperado.
Por entonces Lidia tenía 16 años, era lista (aunque no por ello sacaba buenas notas), dotada para los trabajos manuales (su pasión eran la escultura y el moldeo), tenía unos padres que la querían, aunque la mayoría del tiempo no entendían nada de lo que ella hacía, y lo más importante, era una bruja. No una bruja de cuento de hadas, con su verruga y demás complementos fantasiosos.
Era una bruja de verdad, de las que en la época de la Inquisición (y antes y después también) se decía que podía arrasar cosechas, provocar abortos y generar enfermedades en los individuos más sanos, por venganza.. o simplemente por placer. Lidia era una bruja de los pies a la cabeza, siempre había sido consiente de ese hecho, aunque nadie en su entorno familiar o de amistades (este último bastante reducido) le había hablado de ello, ni tenía libros en casa con los que poder guiarse, ni por supuesto existía aun internet.. pero una bruja de verdad no necesita nada de eso.
Ese tipo de Mal se lleva en las venas, y suele dejarse ver sin invitación alguna. Como cuando Lidia era algo más pequeña y hacía viajes astrales sin proponérselo, en ese momento entre el sueño y la vigilia. Al despertar recordaba vagamente su propia silueta flotando a muy poca distancia del suelo y dando vueltas por callejuelas de ciudades desconocidas.. o cuando al discutir con alguien sentía como la rabia y la ira azotaban su cuerpo, hasta que aprendió a controlar y dirigir este odio hacia el sujeto que lo había causado, provocándole un inesperado despido, un problema familiar grave o cualquier otro tipo de dolor, ya fuera espiritual o físico.
Pero todo eso formaba parte de su niñez, pues a medida que fue creciendo sus inquietudes se fueron centrando en la magia negra. Probó cientos de hechizos y sortilegios, inventados o ya existentes. Probó con el vudú, magia con cuerdas, con espejos, con velas, el Tarot, la Ouija, péndulos.. cualquier elemento que estuviese a su disposición le era válido para sus propósitos. Y curiosamente todo aquello que probaba le funcionaba. No hay nada como ser el mejor para que tu ego crezca.
Era viernes noche, sus padres no iban a volver hasta el domingo por la tarde y la luna estaba completamente oculta. Lidia había quedado con Ana, su amiga y vecina, para ir de fiesta a la discoteca del momento (¡las brujas también necesitan divertirse!). Acababa de salir de la ducha, y aun tenía tiempo para hacer el ritual que tenía preparado para esa noche, así que vistiéndose con la túnica negra que ella misma se había confeccionado, llena de extraños símbolos cosidos con hilos rojo y dorado fue a su habitación.
Una vez allí dispuso sobre el altar (la mesilla de noche cubierta por una tela también negra, con un pentagrama invertido y más símbolos extraños bordados) tres velones negros, uno rojo, incienso, su athame (o cuchillo ceremonial), una tiza roja, un vasito con vino tinto, una porción de chocolate, un cuenco y lo más importante, la imagen que ella misma había tallado en madera de ese ser llamado Satán, Belcebú y de mil formas distintas dependiendo la época y el lugar. Era una figura extraña, un híbrido entre cabrón y humano.
A primera vista un hombre con pies de cabra, pero mirada más detenidamente los detalles eran exquisitos. Lidia había usado toda su creatividad y concentración al tallarla, había dejado impreso en cada poro de la madera su idea de Mal Absoluto.
Una vez estuvo todo listo empezó con el ritual, que como la mayoría de rituales de este tipo, se basaba en hacer lo contrario que en una misa o un ritual de magia blanca. Sentada de rodillas frente al altar, viendo su propia imagen bailando en el espejo frente a sí por el efecto de las temblorosas llamas de las tres velas negras que eran su única fuente de luz, se concentró en crear a su alrededor, por toda la habitación, un círculo de protección hecho con una suave energía rojiza.
Tras un par de minutos y sintiéndose más segura, cogió la tiza y situándose bajo la cama dibujó allí otro pentagrama invertido. Cuando acabó se sentó de nuevo frente al altar, sujetó el velón rojo con la mano izquierda y con la derecha usó el athame para grabar en el velón el nombre del chico que tanto se le había resistido hasta ahora y que tan obsesionada la tenía: Andrés, amigo de un amigo de Ana, su vecina, con el que solían coincidir los fines de semana en la discoteca.
Escribió también su propio nombre, Lidia, haciendo que ambas palabras se cruzasen en la “D”, formando así una cruz (¿hace falta decir que también invertida?). Una vez hecho esto, dejó el velón en el altar, frente a la figura tallada en madera y rodeado por las otras tres velas negras. El agradable aroma del incienso ya se había apoderado de la habitación, creando una atmósfera densa. Y allí arrodillada Lidia empezó con la petición, sin que le hiciera falta pronunciar palabra. No es que ignorase el poder del verbo, pero no le era necesario recurrir a él.
Solo con concentrarse y visualizar sus objetivos estos siempre se cumplían, así que ¿para qué esforzarse más? Se concentró en Andrés, en lo que quería conseguir de él, en el pentagrama bajo la cama, en el velón.. cuando sintió que era el momento encendió el velón rojo y se quedó un momento más meditando sobre sus propósitos. Dejó el velón encendido y rompiendo un trozo de chocolate se lo metió en la boca, dejando el resto en el cuenco vacío que había frente a sí. Lo mismo hizo con el vino, le dio un trago y el resto lo volcó en el cuenco, junto a los restos de comida, como ofrenda a su “macho cabrío” que debía obedecer sus órdenes y hacer que Andrés, por esa noche, fuese completamente suyo, en cuerpo y alma.
Con esto Lidia dio el ritual ya por finalizado. Dejo que la vela se fuese consumiendo mientras se arreglaba para la fiesta, ropa sexy, maquillaje.. la magia puede ser una gran ayuda, pero no funciona si no ponemos todo de nuestra parte para ello, sea espiritual o físicamente hablando.
La noche transcurrió como Lidia había deseado, Andrés se fijó en ella nada más entrar en el local. Fue él quien la buscó toda la velada cruzando sus miradas, fue él quien se acercó a ella y fue él quien se lanzó a dar ese temido primer beso. Una vez hecho esto Lidia tomó las riendas de la situación, invitando a su nuevo amigo a acompañarla a casa, con la excusa de que había perdido a su amiga de vista (más bien fue ella misma la que le dijo que desapareciera de allí..). Le comentó también que no vivía muy lejos, y que le daba miedo andar sola de noche por las calles de la gran ciudad.
Y Andrés, no por ser caballeroso si no por saber a ciencia cierta que esa noche acabaría en la cama de la morenita que tenía enfrente, aceptó encantado en acompañarla.
Evitaré hacer ningún comentario sobre lo que ocurrió a continuación en la habitación de Lidia.. más concretamente en su cama, ya que todos nos podemos imaginar como fue. Lo interesante de verdad ocurrió una vez acabaron con el sexo y exhaustos se durmieron abrazados el uno al otro.
Lidia soñó con una cueva. Pero era un sueño extraño, pues era plenamente consciente de que estaba durmiendo, pero también tenía la certeza de estar despierta, como flotando, como cuando se proyectaba astralmente.. era una sensación conocida, solo que en esta ocasión no era ella quien guiaba sus pasos, sino una extraña fuerza externa que la arrastraba hacia el corazón de un frondoso bosque. Decidió no resistirse y ver hacia donde la estaban dirigiendo.
No pasó mucho rato cuando Lidia se encontró frente a la entrada de una cueva, cuya característica más interesante era que no tenía nada de especial. Era una cueva como todas las demás, por lo que no sintió miedo, y siguió dejándose guiar por aquella fuerza misteriosa que la hacía adentrarse más y más en ese oscuro y frío lugar. Más adelante, aunque ella no sabría decir en qué momento concreto, las rocas se volvieron rojas.. no pintadas de rojo, ni con piedras de esa tonalidad, era más bien como si de las propias estalactitas brotase una energía muy parecida a la que ella se imaginaba cuando creaba su circulo de protección, pero con más fuerza. Como si la roca estuviese viva y rezumase energía por cada grieta.
Siguió flotando hacia el interior de la gruta, que parecía no tener fin, y de nuevo sin saber como se encontró en una gran sala circular, toda iluminada con esa luz roja, ahora mucho más intensa. Por un momento se sintió desorientada, como si hubiese olvidado el camino hecho, pero al momento recordó que era un sueño, que eso no era real, y volvió a sentirse lo suficientemente calmada como para mirar a su alrededor y observar atenta cuanto le rodeaba. La sala en la que se encontraba era circular, muy parecida a una ópera, con el “escenario” en el fondo de la sala, los “asientos” enfrente, y “palcos” a los lados.
Escrito todo entre comillas porque esa sala no era ninguna construcción hecha por los humanos, solo con verla ya se intuía algo extraño, como si la propia tierra se hubiese revuelto para crear esa cueva con esas formas tan fascinantes, era una sala salida de las mismísimas entrañas de la tierra, no un mero agujero picado con las manos de ningún hombre. Todo ello puede parecer extraño, pero Lidia estaba tan absorta observando todo lo que pasaba que ni se dio cuenta de que el Mal ocupaba todo el espacio en ese lugar.
Además, no estaba sola. A su alrededor había docenas de seres ocupando los “asientos”, o como ella en los “palcos”. Aunque no podía verlos con claridad, pues parecían desenfocados, ellos tampoco le daban miedo, no sabía como ni porque, pero tenía la certeza no solo de que no le harían daño, sino que iba más allá, sabiendo que ella formaba parte de esto, que ella solo era una más en esa reunión, y que nadie le iba a prestar la más mínima atención, y menos ahora que el que parecía ser el líder, por la gran fuerza que emanaba de él, apareció en medio del “escenario” y sin mover los labios se dirigió a los presentes. Lidia oyó claramente la voz de ese ser en la cabeza, pero parecía que las palabras no querían quedarse en su cerebro y olvidó todo lo que había oído en ese mismo momento.
Cosa que no le preocupó demasiado, pues acto seguido apareció salido de la nada y arrodillado ante el líder, Andrés, que lloroso no dejaba de temblar. Ese fue el único momento en que Lidia se tensó, pero tampoco duró mucho su preocupación, pues estaba en una especie de trance en el que nada le preocupaba, nada parecía extraño y nada era peligroso. Total, estaba en un sueño, ¿no?
Lidia ya no recordó nada más al despertar, todo lo que vino a continuación, fuese lo que fuese, quedó borrado de su mente para siempre. Al alba Lidia se despertó por los rayos de luz que se colaban entre las rendijas de la persiana. Recordó que era sábado, y también quién se había quedado a dormir esa noche con ella. Se giró para acurrucarse en el torso de su amante, pero allí no había nadie. Estaba sola. ¿Era posible que Andrés se hubiese despertado antes que ella y se hubiese ido sin avisarla? Lidia se preguntó qué clase de imbécil haría algo así, y se fue enfureciendo más y más cada vez, hasta que vio encima de la mesa lo que parecía ser el móvil de Andrés.
Se levantó y fue a verificar que efectivamente ese era su móvil, pero tropezó con algo por el camino. En el suelo, desperdigada, estaba la ropa de Andrés. Su camisa, sus calzoncillos, y los pantalones.. eso no tenía sentido. ¿Cómo se va a ir alguien a pasear desnudo por la calle un sábado por la mañana? Sin móvil.. sin cartera.. quizás se había precipitado y Andrés estaba en el baño, o quizás en la cocina o el comedor. Pero no, Lidia registró su casa de cabo a rabo sin encontrar señal alguna de su amigo.
Medio asustada y sin saber qué hacer a continuación recordó de pronto el extraño sueño que había tenido, recordó que allí estaba Andrés, pero no conseguía visualizar qué había pasado con él. No recordaba nada más que su aparición en la sala circular de la cueva. Después solo oscuridad.
Empezó a ponerse nerviosa. Corrió a su habitación y metió las cosas de Andrés en una mochila. Después cogió un trapo y limpió el pentagrama de debajo de su cama. Cogió el trapo, todo lo que había en el altar, y sus pocos libros de magia negra y los metió en una bolsa. Se sentó en el suelo, respiró hondo, encendió un cigarro e intentó calmarse.
Andrés le gustaba de verdad. Quizás no debería haberle “obligado” a liarse con ella, quizás estaba mal usar la magia para el propio provecho. Pero siempre había creído que sería ella misma la que sufriría las consecuencias, y no otros. Ella estaba dispuesta a sufrir un castigo por todo lo que había hecho, pero castigar a Andrés. ¡Eso no era justo!
Casi mareada por el cúmulo de sensaciones (en menos de diez minutos pasó de la ira a la sorpresa al miedo al semi-arrepentimiento otra vez a la ira y de ahí a la desesperación) Lidia sintió que sabía qué debía hacer para solucionar la situación. Debía volver a esa cueva y recuperar a Andrés como fuera.
Se duchó, desayunó solo un té, bajó a la calle y tiró a la basura la bolsa de plástico que contenía los restos de su ritual y volvió a casa. Una vez allí recuperó del fondo del cajón de la cocina unas velas blancas que su madre guardaba por si había un apagón y no tenían la linterna a mano y volvió a su habitación.
Ya eran más de las tres, cerró bien las persianas para quedarse de nuevo a oscuras y encendió las velas sobre la mesilla de noche, ahora sin ninguna tela que lo cubriese. Se arrodilló frente al improvisado altar y se concentró en crear un círculo de protección, esta vez blanco y luminoso.
Cuando se sintió con suficientes fuerzas y más segura de sí misma, se tumbó en la cama y se relajó, dejando que su mente vagara un rato al principio, y guiando la meditación después, hasta que notó que su cuerpo pesaba como el plomo, entonces se concentró en la cueva, en su entrada, en la luz rojiza.. Y sin más se volvió a encontrar en la sala circular, flotando justo en medio, y frente a ella estaba el líder. No había nadie más a su alrededor.. ¿nadie?.. Aunque realmente no se veía a nadie más allí, Lidia sentía tras de sí una fuerza desconocida, protectora.. ¿quizás era su guía?.. quién sabe.
Eso no era relevante. Se enfrentó al ser que tenía justo frente a sí. No discutieron. No hubo gritos ni peleas. Solo se quedaron allí de pie, mirándose fijamente. Para un observador externo era una escena que puede rozar el aburrimiento, pero lo que realmente estaba sucediendo era una “lucha mental” entre ambos, por calificarlo de alguna forma.
No había palabras para describirlo. Lidia lo único que hacía era concentrarse en no apartar la mirada, concentrarse en que ese ser no profundizase mucho en su mente, y sobre todo, deseó con todas sus fuerzas recuperar a Andrés. De repente una intensa luz surgió a sus espaldas, cegándola y haciendo que entrase en calor.. y de nuevo nada. Más oscuridad.
Entonces Lidia sintió como un brazo la rodeaba, cogiéndola de la cintura por detrás, y una voz le susurró flojito al oído:
-“¿Estas despierta?"
Lidia asintió levemente sin atreverse a mover ni un músculo y la voz, suave y calmada, volvió a sonar muy cerca de su oreja: -“He tenido un sueño muy raro.. y ¿sabes qué? Tú salías en él y me rescatabas..”
>Lidia abrió de par en par los ojos y se giró.
Estaba en su cama, ¡y ya no estaba sola! Allí estaba Andrés, tan guapo como siempre, con esos ojos, y esa voz tan reconfortante.. su primera reacción fue abrazarle y darle un largo y cálido beso, a lo que él respondió excitándose de nuevo.. pero esta parte nos la volveremos a saltar..
Desde ese día Lidia comprendió que a pesar de ser fácil e incluso divertido hacer uso de la magia negra, las consecuencias podían ser peores de lo que ella jamás había imaginado. Estaba dispuesta a vender su alma por conseguir lo que quería en la vida, pero jamás lo haría a costa de la vida de otras personas, y menos si esas personas le importaban.
Y esta es la historia de Lidia, de cómo a pesar de empezar con mal pié vendiéndose al Mal, aprendió que hay cosas más importantes que conseguir todo lo que quería, y lo más importante, aprendió que el amor, no solo el amor platónico por alguien, si no el amor en general, por sus padres, sus amigas, ese rollo de una noche.. ese amor era muchísimo más poderoso que el odio. Y mucho menos peligroso también. Por que si no existiera el Bien no podría existir el Mal y viceversa; y en ciertas ocasiones el Bien y el Mal se entrelazan, cruzan sus caminos y se guían mutuamente.