En un concurrido camino por India central, el teniente Subhani, de la nativa Infantería de Bengala, y sus tres acompañantes de viaje se aproximaban a la última etapa del recorrido. Por lo general, el teniente solo llevaba a un par de camilleros leales para que le hicieran compañía mientras viajaba, pero ese día un tercer hombre caminaba junto a su caballo, un extraño que se les había unido ese día por la mañana.
El año era 1812, y el placentero clima de octubre hizo la caminata relativamente fácil. Subhani sabía de antemano que estos caminos podían resultar peligrosos para los viajeros, especialmente en esa época del año, pero todo iba según lo planeado. Soldados entrenados y bien armados, como él y sus hombres, eran un objetivo improbable para los bandidos. Pero una amenaza mucho más grande los acechaba en aquel polvoriento camino, mucho más cerca de lo que el grupo pudo haber imaginado.
Etimológicamente, la palabra “Thuggee” significa “engañadores”, un nombre que hace alusión a los métodos empleados por el culto. Grupos de bandidos que viajaban por todo el país haciéndose pasar por comerciantes, peregrinos, solados e incluso por miembros de la realeza, integrándose desde unos cuantos individuos hasta varios cientos. Ofrecían protección o compañía a los viajantes y, durante la jornada, entablaban amistad y confianza.
A menudo los impostores viajaban durante días y a lo largo de cientos de kilómetros con sus futuras víctimas, mientras esperaban pacientemente una oportunidad para atacar. Cuando la oportunidad se presentaba, generalmente cuando los objetivos acampaban y estaban más relajados, se daba una señal –que, según los informes, era “Traigan el Tabaco”, y los Thugs surgían. Cada miembro tenía una habilidad bien desarrollada; algunos distraían a la víctima, otros hacían ruido o interpretaban música para enmascarar cualquier grito, mientras que otros vigilaban el campamento para prevenir la llegada de intrusos o el escape de las víctimas.
Los Thugs ostentaban los índices más altos de asesinato. Pero con la prohibición de derramar sangre muy enraizada en la creencia del culto, los asesinatos eran llevados a cabo de una forma incruenta. El método más recurrido era la estrangulación con un rumal, el pañuelo de seda amarillo que cada Thug llevaba atado alrededor de la cintura; pero ocasionalmente romper el cuello o envenenar a la víctima también eran opciones disponibles que ayudaban a agregar algo de variedad. Era cuestión de honor para los Thugs no dejar escapar a nadie con vida una vez que los habían seleccionado para la muerte.
El teniente Subhani y sus camilleros habían pasado la noche anterior en la casa de Ishwardas Moti, un prestigiado comerciante de algodón y político local. Allí le habían presentado al otro invitado de Moti, el hombre con el que viajaban en ese momento. Su nombre era Moklal – un socio en los negocios de Moti, según les dijeron.
“¡Narsinghpur!”, exclamó Moti cuando supo del destino del teniente. “Qué afortunada coincidencia, Moklal también se dirige hacia allá. ¿Cree que pueda ir con usted para tener un poco de protección extra?”.
Subhani, aunque reacio a aceptar como compañero de viaje a un civil, no quiso ofender a su anfitrión – de cualquier manera, Moklal parecía un hombre bastante amable. Y aceptó.
Para los miembros Thuggee, el asesinato era tanto una forma de vida como un deber religioso. Tenían la creencia de que asesinar era una forma rendir culto a la diosa hindú Kali, que se honraba en cada etapa del asesinato con un vasto y complejo sistema de rituales y supersticiones. Los Thugs eran guiados a sus víctimas por los presagios que observaban en la naturaleza, y una vez que el trabajo estaba hecho, las tumbas y los cuerpos se preparaban siguiendo un conjunto de ceremonias estrictas. Un rito de sacrificio se ejecutaba después del entierro e involucraba la consagración del azúcar y la sagrada piqueta, herramienta que se creía había proporcionada la diosa Kali a la hermandad para que cavaran las tumbas de sus víctimas. Ciertamente los Thugs robaban a sus víctimas, pero tradicionalmente parte del botín era reservado a la diosa.
Kali, pese a su atemorizante aspecto, no es una deidad del mal. En la mayoría de las corrientes del hinduismo es la diosa de la transformación encargada de impartir la comprensión de la vida, la muerte y la creación. Para los miembros del culto Thuggee, significaba algo completamente distinto. Su versión de Kali estaba sedienta de sangre humana, y demandaba sacrificios para satisfacer su hambre.
Según la leyenda Thuggee, una vez Kali luchó contra un terrible demonio que vagaba por la tierra, devorando humanos mucho más rápido de lo que podían crearse. Pero cada gota de sangre del demonio que tocaba el suelo daba lugar a un nuevo demonio, hasta que la exhausta Kali terminó creando dos hombres humanos, armados con rumales, y los instruyó para que estrangularan a los demonios. Cuando el trabajo estaba hecho, Kali les dijo que mantuvieran los rumales en sus familias y los usaran para destruir a todos los hombres, con excepción de sus parientes. Esta era la historia que se contaba a los Thuggee en la iniciación.
Todos los Thugs eran hombres, y miembros por derecho de sangre además de unos cuantos ajenos a los que se les permitía unirse de forma voluntaria así como algunos jóvenes capturados en las redadas. Cuando cumplían los diez años, los hijos de los Thugs era invitados a presenciar el primer asesinato, pero guardando la distancia. Gradualmente y en los próximos años podían intentar alcanzar el rango de bhuttote, o estrangulador. La membresía Thuggee era de por vida, los Thugs ancianos incluso servían al grupo como cocineros o espías – ni las esposas e hijas de estos hombres podían saber la verdad sobre los miembros masculinos de la familia.
Su extremo hermetismo combinado con su especialización en el asesinado, hicieron de los Thugs la secta secreta más letal de la historia. En los albores del siglo XIX se les adjudicaban unas 40,000 muertes cada año, aunque en aquellas épocas muy pocos se molestaban en llevar las cuentas. Según algunas estimaciones, la cifra total de muertos pudo ser tan alta como los 2 millones. Sin embargo, dado que el culto se mantuvo operando en secreto durante más de 500 años, la cifra real es imposible de determinar.
Pese a que un montón de evidencia comenzó a surgir, la mayoría de los miembros del gobierno británico que gestionaban a la India se mantuvieron incrédulos sobre las afirmaciones de que un culto secreto de asesinos aterrorizaba la tierra bajo su dominio. Sería el esfuerzo de un solo soldado el que eventualmente le daría la vuelta a esta apatía.
Tras casi medio día de viaje con su nuevo compañero, el teniente Subhani no se arrepentía de haber permitido a Moklal haber viajado con él. El hombre tenía facilidad de palabra y era muy educado, además la conversación parecía hacer más corto el largo viaje. Conforme se aproximaba la noche, Moklal le explicó que su destino, una plantación al lado del camino, se encontraba justo adelante.
“Ahí me veré con mis amigos. Por favor, quédese con nosotros esta noche, y permítame devolverle la cortesía de escoltarme hoy”.
Subhani, cansado del viaje, ya venía pensando el sitio donde él y sus hombres podrían acampar, por lo que estuvo de acuerdo en la propuesta.
Una fogata ardía en el momento en que llegaron al campamento, mientras a su alrededor se reunía un grupo de hombres bastante animados. Una ráfaga de presentaciones comenzó – muchos de estos hombres eran socios de Moklal, según se supo, mientras que los otros eran parientes – y rápidamente Subhani y sus hombre se sintieron parte del grupo, comiendo y bebiendo con los presentes.
Sir William Henry Sleeman fue un oficial del Ejército de Bengala que, desde el principio, dedicó su carrera a erradicar el Thuggee. Frente a un muro de incredulidad e indiferencia por parte de sus superiores, fue transferido al Servicio Civil donde pudo hacerse de suficiente autoridad como para librar su guerra personal. Ya como un magistrado de distrito en la década de 1820, reunió una fuerza policial bajo su mando y se propuso erradicar el culto con una variedad de métodos policiales innovadores.
Al examinar los sitios frecuentes de los ataque y al escuchar los informes de figuras sospechosas, Sleeman y sus hombres formularon predicciones sobre el lugar donde sucedería el próximo ataque a gran escala. Después utilizaron los métodos propios de los Thugs en su contra – disfrazados de comerciantes, los oficiales esperaron en el lugar elegido para que el grupo de Thugs se aproximara, y así tenderles una trampa. La información que obtuvieron de los prisioneros también fue empleada para planificar la próxima redada.
Pero el trabajo de Sleeman no fue miel sobre hojuelas, dado que una de las características definitivas del culto Thuggee era su capacidad de penetración en la sociedad india. En una época donde las estrictas divisiones por castas dominaban todos los aspectos de la vida, Thuggee era lo único que trascendía entre todas esas barreras sociales. Cualquiera, desde un simple campesino hasta un aristócrata podía ser un Thug. Muchos incluso eran musulmanes quienes, en una hazaña realmente inspiradora de racionalización, se las arreglaban para conciliar su práctica del sacrificio humano a una diosa con la estricta prohibición de su religión por la idolatría y el asesinato. Cuando los miembros de la hermandad no aterrorizaban a los viajeros, vivían sus vidas normales – a menudo honradas – como ciudadanos, con una vida social y ocupaciones ordinarias. Era imposible saber quién podía ser un Thug, incluso entre los amigos más cercanos.
Lo más extraño y frustrante para Sleeman era la aparente protección que los Thugs disfrutaban al interior de la India. Pese a que claramente tenían al país sumido en el miedo, existía una extraña ambivalencia hacia el culto. La policía local y los oficiales solían hacerse de la vista gorda respecto a los reportes de las actividades de los Thugs, mientras que los campesinos simplemente esquivaban los cuerpos que ocasionalmente aparecían en sus plantaciones y pozos. Los terratenientes y príncipes en la India frecuentemente ofrecían protección explicita a los Thugs, al punto de que en ocasiones llegaban a enfadarse violentamente con los soldados británicos que los cazaban.
Las razones para esta extraña reacción hacía el culto eran variadas y complejas. En el caso de las comunidades de menor rango en la sociedad, quizá se trataba de simple miedo o superstición; pues se creía que la diosa Kali algún día tomaría venganza contra aquellos que interfirieran con las actividades de sus seguidores. Los ricos y poderosos, por su parte, quizá tenían intereses personales en las actividades de los Thugs: quizá por sobornos, o simplemente se vieron encantados por las habilidades de los estafadores. Algunas aldeas pobres aceptaban el robo y asesinato de viajeros ricos como una forma de llevar algo de riqueza a la región – para otros, el ser Thug era visto como toda una profesión, tan noble como cualquier otra. Cualquiera que haya sido la causa, significaba que los hombres de Sleeman frecuentemente se enfrentaban a un silencio total, ya que los residentes se rehusaban a proporcionar información.
Pero algunos factores estuvieron a favor de Sleeman. Primero, las creencias de los Thugs les prohibían matar a ciertos grupos, entre los que se incluían mujeres, niños, faquires, músicos, leprosos y europeos. Entonces, el Thuggee era incapaz de reaccionar contra sus perseguidores ingleses, incluso cuando tenían la oportunidad. Segundo, una vez capturados, la mayoría de los Thugs cooperaba con las autoridades de buena manera – se podría decir que hasta alegremente. Como fatalistas acérrimos, los Thugs presos creían que su situación era disposición de la diosa. Así, mostraban poco remordimiento delatando a sus hermanos, bajo la creencia de que todo lo que pasaba era voluntad de Kali.
Algunos sospechosos de pertenecer al Thuggee incluso acusaron a hombres inocentes. Dado que estaban imposibilitados para seguir estrangulando en prisión, enviar a los pobres desgraciados a la horca era una forma de mantenerse al día con sus obligaciones hacía Kali. En cuanto a los condenados a muerte, se dice que cada uno aceptó su destino sin la menor señal de emoción, a menudo solicitando que simplemente les permitieran colocarse la soga alrededor del cuello.
Con el incremento de informantes, la campaña de Sleeman contra los Thugs ganó terreno más allá de lo esperado. En cuestión de años el culto fue diezmado, y para fines del siglo XIX los británicos declararon al Thuggee como extinto. Sleeman fue aclamado como héroe en gran parte de la India, y en muchos sitios aún es venerado.
Pero todavía hay quienes se preguntan si los británicos fueron demasiado rápidos como para congratularse a sí mismos. Para estas personas resulta complicado creer que una sociedad secreta que sobrevivió durante siglos y se arraigó en todos los estratos de la sociedad india haya sido eliminada en tan poco tiempo. Ciertamente, los asesinatos en masa son un recuerdo muy lejano, y la India ya no vive bajo el yugo de estos asesinos. Pero en algunas áreas remotas, todavía existen rumores sobre algunos extraños con rumales amarillos que dan la bienvenida a los viajeros con los brazos abiertos y una sonrisa amistosa.
Ya oscurecía cuando Subhani y sus nuevos amigos terminaron de comer. Durante algún tiempo se sentaron en un agradable silencio, con un intercambio ocasional de palabras entre los hombres que rodeaban el fuego. Pero hasta ese momento nadie se había dormido.
Moklal dirigió el fuego hacia Subhani. “¿Quizá un cigarrillo antes de dormir?”, le ofreció. El teniente asintió con gratitud.
Moklal sonrió, luego dirigió la mirada a alguien que permanecía de pie a espaldas de Subhani.
“Traigan el tabaco”.
El año era 1812, y el placentero clima de octubre hizo la caminata relativamente fácil. Subhani sabía de antemano que estos caminos podían resultar peligrosos para los viajeros, especialmente en esa época del año, pero todo iba según lo planeado. Soldados entrenados y bien armados, como él y sus hombres, eran un objetivo improbable para los bandidos. Pero una amenaza mucho más grande los acechaba en aquel polvoriento camino, mucho más cerca de lo que el grupo pudo haber imaginado.
Etimológicamente, la palabra “Thuggee” significa “engañadores”, un nombre que hace alusión a los métodos empleados por el culto. Grupos de bandidos que viajaban por todo el país haciéndose pasar por comerciantes, peregrinos, solados e incluso por miembros de la realeza, integrándose desde unos cuantos individuos hasta varios cientos. Ofrecían protección o compañía a los viajantes y, durante la jornada, entablaban amistad y confianza.
A menudo los impostores viajaban durante días y a lo largo de cientos de kilómetros con sus futuras víctimas, mientras esperaban pacientemente una oportunidad para atacar. Cuando la oportunidad se presentaba, generalmente cuando los objetivos acampaban y estaban más relajados, se daba una señal –que, según los informes, era “Traigan el Tabaco”, y los Thugs surgían. Cada miembro tenía una habilidad bien desarrollada; algunos distraían a la víctima, otros hacían ruido o interpretaban música para enmascarar cualquier grito, mientras que otros vigilaban el campamento para prevenir la llegada de intrusos o el escape de las víctimas.
Los Thugs ostentaban los índices más altos de asesinato. Pero con la prohibición de derramar sangre muy enraizada en la creencia del culto, los asesinatos eran llevados a cabo de una forma incruenta. El método más recurrido era la estrangulación con un rumal, el pañuelo de seda amarillo que cada Thug llevaba atado alrededor de la cintura; pero ocasionalmente romper el cuello o envenenar a la víctima también eran opciones disponibles que ayudaban a agregar algo de variedad. Era cuestión de honor para los Thugs no dejar escapar a nadie con vida una vez que los habían seleccionado para la muerte.
El teniente Subhani y sus camilleros habían pasado la noche anterior en la casa de Ishwardas Moti, un prestigiado comerciante de algodón y político local. Allí le habían presentado al otro invitado de Moti, el hombre con el que viajaban en ese momento. Su nombre era Moklal – un socio en los negocios de Moti, según les dijeron.
“¡Narsinghpur!”, exclamó Moti cuando supo del destino del teniente. “Qué afortunada coincidencia, Moklal también se dirige hacia allá. ¿Cree que pueda ir con usted para tener un poco de protección extra?”.
Subhani, aunque reacio a aceptar como compañero de viaje a un civil, no quiso ofender a su anfitrión – de cualquier manera, Moklal parecía un hombre bastante amable. Y aceptó.
Para los miembros Thuggee, el asesinato era tanto una forma de vida como un deber religioso. Tenían la creencia de que asesinar era una forma rendir culto a la diosa hindú Kali, que se honraba en cada etapa del asesinato con un vasto y complejo sistema de rituales y supersticiones. Los Thugs eran guiados a sus víctimas por los presagios que observaban en la naturaleza, y una vez que el trabajo estaba hecho, las tumbas y los cuerpos se preparaban siguiendo un conjunto de ceremonias estrictas. Un rito de sacrificio se ejecutaba después del entierro e involucraba la consagración del azúcar y la sagrada piqueta, herramienta que se creía había proporcionada la diosa Kali a la hermandad para que cavaran las tumbas de sus víctimas. Ciertamente los Thugs robaban a sus víctimas, pero tradicionalmente parte del botín era reservado a la diosa.
Kali, pese a su atemorizante aspecto, no es una deidad del mal. En la mayoría de las corrientes del hinduismo es la diosa de la transformación encargada de impartir la comprensión de la vida, la muerte y la creación. Para los miembros del culto Thuggee, significaba algo completamente distinto. Su versión de Kali estaba sedienta de sangre humana, y demandaba sacrificios para satisfacer su hambre.
Según la leyenda Thuggee, una vez Kali luchó contra un terrible demonio que vagaba por la tierra, devorando humanos mucho más rápido de lo que podían crearse. Pero cada gota de sangre del demonio que tocaba el suelo daba lugar a un nuevo demonio, hasta que la exhausta Kali terminó creando dos hombres humanos, armados con rumales, y los instruyó para que estrangularan a los demonios. Cuando el trabajo estaba hecho, Kali les dijo que mantuvieran los rumales en sus familias y los usaran para destruir a todos los hombres, con excepción de sus parientes. Esta era la historia que se contaba a los Thuggee en la iniciación.
Todos los Thugs eran hombres, y miembros por derecho de sangre además de unos cuantos ajenos a los que se les permitía unirse de forma voluntaria así como algunos jóvenes capturados en las redadas. Cuando cumplían los diez años, los hijos de los Thugs era invitados a presenciar el primer asesinato, pero guardando la distancia. Gradualmente y en los próximos años podían intentar alcanzar el rango de bhuttote, o estrangulador. La membresía Thuggee era de por vida, los Thugs ancianos incluso servían al grupo como cocineros o espías – ni las esposas e hijas de estos hombres podían saber la verdad sobre los miembros masculinos de la familia.
Su extremo hermetismo combinado con su especialización en el asesinado, hicieron de los Thugs la secta secreta más letal de la historia. En los albores del siglo XIX se les adjudicaban unas 40,000 muertes cada año, aunque en aquellas épocas muy pocos se molestaban en llevar las cuentas. Según algunas estimaciones, la cifra total de muertos pudo ser tan alta como los 2 millones. Sin embargo, dado que el culto se mantuvo operando en secreto durante más de 500 años, la cifra real es imposible de determinar.
Pese a que un montón de evidencia comenzó a surgir, la mayoría de los miembros del gobierno británico que gestionaban a la India se mantuvieron incrédulos sobre las afirmaciones de que un culto secreto de asesinos aterrorizaba la tierra bajo su dominio. Sería el esfuerzo de un solo soldado el que eventualmente le daría la vuelta a esta apatía.
Tras casi medio día de viaje con su nuevo compañero, el teniente Subhani no se arrepentía de haber permitido a Moklal haber viajado con él. El hombre tenía facilidad de palabra y era muy educado, además la conversación parecía hacer más corto el largo viaje. Conforme se aproximaba la noche, Moklal le explicó que su destino, una plantación al lado del camino, se encontraba justo adelante.
“Ahí me veré con mis amigos. Por favor, quédese con nosotros esta noche, y permítame devolverle la cortesía de escoltarme hoy”.
Subhani, cansado del viaje, ya venía pensando el sitio donde él y sus hombres podrían acampar, por lo que estuvo de acuerdo en la propuesta.
Una fogata ardía en el momento en que llegaron al campamento, mientras a su alrededor se reunía un grupo de hombres bastante animados. Una ráfaga de presentaciones comenzó – muchos de estos hombres eran socios de Moklal, según se supo, mientras que los otros eran parientes – y rápidamente Subhani y sus hombre se sintieron parte del grupo, comiendo y bebiendo con los presentes.
Sir William Henry Sleeman fue un oficial del Ejército de Bengala que, desde el principio, dedicó su carrera a erradicar el Thuggee. Frente a un muro de incredulidad e indiferencia por parte de sus superiores, fue transferido al Servicio Civil donde pudo hacerse de suficiente autoridad como para librar su guerra personal. Ya como un magistrado de distrito en la década de 1820, reunió una fuerza policial bajo su mando y se propuso erradicar el culto con una variedad de métodos policiales innovadores.
Al examinar los sitios frecuentes de los ataque y al escuchar los informes de figuras sospechosas, Sleeman y sus hombres formularon predicciones sobre el lugar donde sucedería el próximo ataque a gran escala. Después utilizaron los métodos propios de los Thugs en su contra – disfrazados de comerciantes, los oficiales esperaron en el lugar elegido para que el grupo de Thugs se aproximara, y así tenderles una trampa. La información que obtuvieron de los prisioneros también fue empleada para planificar la próxima redada.
Pero el trabajo de Sleeman no fue miel sobre hojuelas, dado que una de las características definitivas del culto Thuggee era su capacidad de penetración en la sociedad india. En una época donde las estrictas divisiones por castas dominaban todos los aspectos de la vida, Thuggee era lo único que trascendía entre todas esas barreras sociales. Cualquiera, desde un simple campesino hasta un aristócrata podía ser un Thug. Muchos incluso eran musulmanes quienes, en una hazaña realmente inspiradora de racionalización, se las arreglaban para conciliar su práctica del sacrificio humano a una diosa con la estricta prohibición de su religión por la idolatría y el asesinato. Cuando los miembros de la hermandad no aterrorizaban a los viajeros, vivían sus vidas normales – a menudo honradas – como ciudadanos, con una vida social y ocupaciones ordinarias. Era imposible saber quién podía ser un Thug, incluso entre los amigos más cercanos.
Lo más extraño y frustrante para Sleeman era la aparente protección que los Thugs disfrutaban al interior de la India. Pese a que claramente tenían al país sumido en el miedo, existía una extraña ambivalencia hacia el culto. La policía local y los oficiales solían hacerse de la vista gorda respecto a los reportes de las actividades de los Thugs, mientras que los campesinos simplemente esquivaban los cuerpos que ocasionalmente aparecían en sus plantaciones y pozos. Los terratenientes y príncipes en la India frecuentemente ofrecían protección explicita a los Thugs, al punto de que en ocasiones llegaban a enfadarse violentamente con los soldados británicos que los cazaban.
Las razones para esta extraña reacción hacía el culto eran variadas y complejas. En el caso de las comunidades de menor rango en la sociedad, quizá se trataba de simple miedo o superstición; pues se creía que la diosa Kali algún día tomaría venganza contra aquellos que interfirieran con las actividades de sus seguidores. Los ricos y poderosos, por su parte, quizá tenían intereses personales en las actividades de los Thugs: quizá por sobornos, o simplemente se vieron encantados por las habilidades de los estafadores. Algunas aldeas pobres aceptaban el robo y asesinato de viajeros ricos como una forma de llevar algo de riqueza a la región – para otros, el ser Thug era visto como toda una profesión, tan noble como cualquier otra. Cualquiera que haya sido la causa, significaba que los hombres de Sleeman frecuentemente se enfrentaban a un silencio total, ya que los residentes se rehusaban a proporcionar información.
Pero algunos factores estuvieron a favor de Sleeman. Primero, las creencias de los Thugs les prohibían matar a ciertos grupos, entre los que se incluían mujeres, niños, faquires, músicos, leprosos y europeos. Entonces, el Thuggee era incapaz de reaccionar contra sus perseguidores ingleses, incluso cuando tenían la oportunidad. Segundo, una vez capturados, la mayoría de los Thugs cooperaba con las autoridades de buena manera – se podría decir que hasta alegremente. Como fatalistas acérrimos, los Thugs presos creían que su situación era disposición de la diosa. Así, mostraban poco remordimiento delatando a sus hermanos, bajo la creencia de que todo lo que pasaba era voluntad de Kali.
Algunos sospechosos de pertenecer al Thuggee incluso acusaron a hombres inocentes. Dado que estaban imposibilitados para seguir estrangulando en prisión, enviar a los pobres desgraciados a la horca era una forma de mantenerse al día con sus obligaciones hacía Kali. En cuanto a los condenados a muerte, se dice que cada uno aceptó su destino sin la menor señal de emoción, a menudo solicitando que simplemente les permitieran colocarse la soga alrededor del cuello.
Con el incremento de informantes, la campaña de Sleeman contra los Thugs ganó terreno más allá de lo esperado. En cuestión de años el culto fue diezmado, y para fines del siglo XIX los británicos declararon al Thuggee como extinto. Sleeman fue aclamado como héroe en gran parte de la India, y en muchos sitios aún es venerado.
Pero todavía hay quienes se preguntan si los británicos fueron demasiado rápidos como para congratularse a sí mismos. Para estas personas resulta complicado creer que una sociedad secreta que sobrevivió durante siglos y se arraigó en todos los estratos de la sociedad india haya sido eliminada en tan poco tiempo. Ciertamente, los asesinatos en masa son un recuerdo muy lejano, y la India ya no vive bajo el yugo de estos asesinos. Pero en algunas áreas remotas, todavía existen rumores sobre algunos extraños con rumales amarillos que dan la bienvenida a los viajeros con los brazos abiertos y una sonrisa amistosa.
Ya oscurecía cuando Subhani y sus nuevos amigos terminaron de comer. Durante algún tiempo se sentaron en un agradable silencio, con un intercambio ocasional de palabras entre los hombres que rodeaban el fuego. Pero hasta ese momento nadie se había dormido.
Moklal dirigió el fuego hacia Subhani. “¿Quizá un cigarrillo antes de dormir?”, le ofreció. El teniente asintió con gratitud.
Moklal sonrió, luego dirigió la mirada a alguien que permanecía de pie a espaldas de Subhani.
“Traigan el tabaco”.