Sombra venenosa

shinhy_flakes

Jinete Volad@r
Miron
Bakala
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Leía algunas historias de terror en unos sitios web creados para tal propósito, fascinantes por sus misterios y por todo cuanto forma una leyenda urbana o la pura ficción sugestiva. Para mi fortuna, un amigo mío me había recomendado que analizase ciertos sitios desconocidos por mí hasta ese entonces. Fastidiado por no encontrarme con nada novedoso, me decidí a indagar a partir de sus sugerencias. Aclaro de antemano que mis gustos no comprenden ningún asomo de creencia ferviente o pensamiento crédulo. Es innegable, sin embargo, que tales cuestiones pescan nuestros cerebros con sus anzuelos de oro y yo no soy la excepción.

Valga decir que todos y cada uno de los sitios web compartidos participaban de la misma temática: "Rituales e invocaciones". Pero, tras horas ocupado en desentrañar conjuros y oraciones inhóspitas, me incliné por uno lo suficientemente persuasivo como para llamar a mi amigo y proponerle practicarlo. Paradójicamente él, movido por su carácter supersticioso, enraizado en su fe religiosa, se negó rotundamente, ofreciéndose a prestarme cualquier tipo de auxilio si se presentaba el caso. Entonces le recordé, no sin enojo, que él solía reprocharme por mi escepticismo hacia lo paranormal. Y ya que lo apremiaba fuertemente, al fin accedió.

-Jugaremos la Sombra Venenosa.

Invocarla no resulta difícil y las reglas son estrictas. De no concluir el ritual exitosamente, unas marcas rojizas se trazarán en la piel del jugador desafortunado, escociendo por la leve ponzoña que exhala la Sombra.

El precepto por excelencia dicta que no se debe sentir miedo, que se considere como se cree: un juego. Asegurarse de estar solo y con la ausencia de cualquier ruido inoportuno dentro o fuera de la habitación, necesariamente amplia, herméticamente cerrada y completamente oscura. Solo así se procede con los siguientes pasos:

  1. Encender un cigarrillo o una varilla de incienso.
  2. Cuando el humo forme una nube espesa, cierra los ojos con fuerza, apartando la varilla del rostro. Respira pausadamente e inicia un conteo indefinido en tu mente. No hables.
  3. Cuando vayas por el número 55 o el 62, sentirás frío. No abras los ojos por nada.
  4. Experimentarás la sensación de un abrazo suave. No te asustes ni abras los ojos.
  5. Caricias y piquetes inundarán tu piel. No te asustes ni abras los ojos.
  6. Aquí debes culminar el juego. Con los ojos cerrados, tantea despacio hacia una esquina, da la vuelta y ábrelos cuidadosamente. El juego habrá terminado.


Discutimos acaloradamente sobre quién lo haría primero. Hicimos "piedra, papel o tijera". Como gané, mi amigo entró en la habitación cerrada, oscura y vasta. Maquinando un plan con que ridiculizarlo, vestí un viejo disfraz de mi hermano y volví silenciosamente, pegándome a la puerta. Cuando salió, le pegué tal susto, que huyó despavorido, en medio de mis carcajadas. Luego, armado de confianza, prendí una vara de incienso y cerré la puerta a mis espaldas. Tanteé entre las sombras y cubrí mis pupilas con el velo de mis párpados.

Conté al principio con un sentimiento de hastío, pero conforme se sucedieron los números, sentí agudo frío y una caricia ligera en la frente. No acerté a pensar en ese momento: estaba paralizado. Surgió en mi mente la estúpida idea de que mi amigo quería gastarme una broma. Sé que suena demente e incluso cómico, que no medité con buen juicio el hecho de que la puerta no se había abierto ni ruido alguno roto el espacio sordo y seco: fue lo que alivió mi pesar y firmó el acta de mi condena.

Grité: "¡Satanás! ¡Satanás!". Mis palabras encerraban burla. Reí frenéticamente y lanzándome a la puerta, con la mano en la perilla, proyecté la luz de la varilla sobre las paredes.

-No puedes esconderte de mí. ¡Dónde estás!

Y reía con esa picardía característica del bufón. Lo que oí a continuación me heló la sangre en las venas y precipitó a mis pies a la carrera más larga e infatigable de toda mi vida; que aún en noches de pesadilla me despierta como un susurro negro y abominable, hueco, pavoroso, engendrado en un mundo de eterno dolor y horror desmesurado, en mis brazos y piernas las llagas encendidas que me provoca desde entonces.

-Estoy aquí.