Llegamos a la vieja casa de mis abuelos, una casa grande en medio de la sierra, ubicada en un pequeño pueblo rural.
Mis amigos y yo, planeábamos pasar un excelente fin de semana, teníamos alcohol, marihuana, y dos días de libertad completa en la deshabitada casa que fue de mis abuelos, habíamos dejado de lado la tediosa convivencia familiar que la Semana Santa traía consigo y de alguna manera que aún no me explico, logramos convencer a nuestros padres de dejarnos ir a pasar el fin de semana en aquel viejo pueblo alejados del bullicio.
El viernes al medio día, justo después de desempacar y acomodarnos en nuestras habitaciones, decidimos salir a dar un paseo por el pueblo; era un lugar pintoresco y rustico, se respiraba el aire de campo y un increíble ambiente por todo el lugar. La tarde empezaba a caer, así que decidimos que lo mejor sería volver a la casa, habíamos comprado lo necesario para la parrillada y algunas otras baratijas que vendían en el pueblo. Llegando a la casa, Marcos y yo fuimos a buscar algo de leña para encender una fogata, mientras las chicas se quedaron preparando la carne que asaríamos.
Marcos y yo subimos un poco más en el cerro, y al pasar una pequeña loma, logramos observar una pequeña cabaña ubicada casi en la cima. Nos dirigimos hacia allá sin saber que podríamos encontrar, al llegar a la cabañuela nos dimos cuenta que estaba abandonada hace ya algún tiempo o bien que su dueño era pésimo para el aseo, en la puerta tenía colgados varios artilugios que deducimos estaban relacionados con la santería, algo así como muñecos de vudú y algunas pequeños sacos lleno de polvo o algo parecido.
Recordé que mi abuela me había contado una vez cuando era niño, que en ese viejo pueblo vivía una anciana a la que acusaron de brujería y la quemaron viva en los años de 1800, con esa y las muchas otras historias de brujas que mi abuela me contaba, agregándole además la cabaña abandonada, tenía material de sobra para asustar a las chicas y de paso a Marcos también.
Recogimos un poco de leña y tras comprobar que la cabaña estaba vacía, regresamos a la casa poco antes del anochecer. Michelle y Cata estaban aún preparando la comida y Marcos y yo encendimos la fogata. Pasamos un rato ameno comiendo y bromeando hasta cerca de las once de la noche, momento en el que Marcos sugirió que platicáramos historias de terror. Fue el momento perfecto para contarles todo el repertorio de historias de brujas y fantasmas que aquel pintoresco pueblo escondía, aunque las cosas no resultaron como las esperaba ya que mis amigos lejos de asustarse, quedaron intrigados y dispuestos a buscar las pruebas de lo que les acababa de contar. Y así lo hicimos, cargando nuestras lámparas empezamos a explorar la casona de mis abuelos, caminamos pieza por pieza hasta llegar a un cuartucho de madera que mi abuelo usaba como taller.
Al entrar ahí vimos que estaba lleno de viejas revistas y algunos utensilios y herramientas antiguas, pero lo que más llamó mi atención fue un libro viejo de pasta negra que estaba sobre la mesita de trabajo, acompañado del mazo de cartas del tarot. El viento comenzó a soplar con fuerza de la nada y el ambiente se tornó pesado, la puerta del taller se azotó a causa del viento y causo un estruendo que nos sobresaltó.
-“Vamos chicos, nos estamos sugestionando.” Dijo Catalina tratando de calmar las cosas. Tomé el libro y se los mostré a los chicos, lo abrimos y notamos que se trataba de algo muy antiguo, su nombre era “Martillo de Brujas”, pasamos las páginas del viejo libro y notamos que estaba escrito a mano, tenía mil y una descripciones sobre rituales e invocaciones usadas por las brujas y la forma en que estas se revertían, nombre de demonios y las formas que estos podían adoptar, para ese entonces ya estábamos bastante nerviosos y decidimos que lo mejor sería volver a la casa. Pero justo antes de salir, una fuerte ráfaga de viento azotó de nuevo la puerta del taller, haciendo a su vez que el mazo de cartas saliera volando, revolviéndose por todos lados, justo cuando íbamos a incriminarlos a levantar las cartas, algo nos hizo sentir escalofríos. Un hombre vestido completamente de negro y que llevaba sombrero, pasó cabalgando frente a nosotros montado en un caballo negro, dirigiéndose hacia la cabaña que estaba en la cima de cerrito.
Las chicas gritaron y Marcos trato de calmarlas, diciéndoles que seguramente sería el dueño de la cabaña, pero yo tenía mis dudas, ya que al abrir el libro de nuevo pude ver que una carta del tarot había caído entra las páginas, al voltearla mi sangre se congeló pues se trataba de la carta marcada con la leyenda “El Diablo”, decidí no contarle a mis amigos y me convencí a mí mismo de que era solo una coincidencia.
Entramos en la casa por la puerta trasera, y encendimos las lámparas de gas que estaban colgando de los postes que sostenían el techo, el ambiente estaba tenso y las chicas muy nerviosas.
- Dicen que no es bueno andar de fiesta en viernes santo, mejor no hubiéramos venido- Dijo Michelle algo asustada.
-¿Podemos dejar el tema por la paz? Yo pienso que el tipo era solo el dueño de la cabaña, y no se quizás la usa solo para dormir.- Replicó Catalina.
Decidimos irnos a dormir, las chicas en una habitación y Marcos y yo en otra, era casi la 1 de la mañana y ya estábamos bastante nerviosos para seguir despiertos. La noche pareció tranquila y pronto el sueño nos venció.
Un rato más tarde cerca de las 3 de la mañana el frío me despertó y decidí levantarme por una manta, había varias de sobra en el cuarto de las chicas, tomé mí lámpara de mano y la encendí, pero al apuntar la luz hacia la cama de Marcos, noté que no estaba allí, “Debe haber ido al baño o por un vaso de agua” pensé.
Pero justo en ese momento, pude escuchar como alguien pasaba corriendo justo fuera de mi puerta, haciendo vibrar el piso de madera.
-¿Marcos?... Oigan, no estoy jugando ¡¡ ¿Quién está ahí afuera?!!- Dije en voz alta, tratando de contener el miedo, pero nadie respondió.
Caminé un poco hacia la puerta, y sentí golpear algo con mis pies, tiré la luz hacia abajo y vi que se trataba del libro, estaba abierto y parecía que alguien lo había estado usando.
“Inicio del rito Sanguinísque Pretiósi” era el título de la página en la que se encontraba el libro, leí unas cuantas líneas de lo que rezaba aquel capítulo, y jamás en mi vida había leído algo tan oscuro y repugnante, para realizar tal rito, se debían robar formas consagradas del sagrario de algún templo, y después en sacrilegios rito se debían abrir los vientres de 3 personas mezclando su sangre con las formas sagradas.
-“Marcos ¿tu estuviste leyendo esto?”- Dije mientras abría la puerta de la habitación.
Al salir todo era completa calma, todo estaba hundido en un profundo silencio, demasiado silencio…
Noté también que la puerta de las chicas estaba abierta, caminé lentamente y sin hacer ruido hacia allá, al llegar abrí la puerta un poco más y asomé la cara.
Una mujer vestida de negro y con capucha estaba parada en medio de la habitación, frente a lo que parecía ser un pentagrama, repitiendo una y otra vez: “De plaza en plaza, de villa en villa, sin Dios ni Santa María…” De la nada hizo silencio y volteó a mirarme, sentí mi cuerpo temblar y me petrifiqué de terror, su cara era como la de un caballo, y su cuerpo parecía estar cubierto de pelo, sus manos eran como las de un perro y tenía pezuñas en lugar de piernas.
Dio un espeluznante gruñido y sus facciones se volvieron aún más infernales, yo trate de correr pero tropecé al voltear, entonces sentí como aquel demonio me tomaba del tobillo y arrastrándome me sacaba de la casa, me arrastró un poco colina arriba, hasta que perdí el conocimiento al golpearme con una piedra.
Cuando desperté, estaba totalmente desnudo y atado a un poste por las muñecas, miré a mi alrededor y pude distinguir a no menos de veinte personas, vestidas de negro, haciendo un círculo alrededor de una inmensa fogata, repitiendo siempre esa maldita frase “De plaza en plaza, de villa en villa, sin Dios ni Santa María…”
Detrás de mí, note que se encontraba la vieja cabaña abandonada que había visitado con Marcos aquel día, y ellos, mis amigos, estaban también atados a postes, totalmente desnudos, y con el vientre abierto de lado a lado, sus intestinos colgaban fuera de sus cuerpos y su sangre hacía charco en la tierra.
Uno de los presentes sacó un gran cuchillo de entre las brasas, y lentamente se acercó hacia mí, sin dejar de repetir su frase una y otra vez, empezó a cortar mi carne, abriendo mi vientre desde el tórax hasta la pelvis, yo grite de dolor como loco, mientras aquel hombre me evisceraba con la mano, echando fuera mis intestinos, poco tiempo después el dolor me hizo perder la conciencia.
Cuando desperté, era de mañana, estaba tirado en medio de la colina y no había rastro alguno de los brujos o lo que hayan sido, no había rastro de la fogata o de los postes donde mis amigos y yo fuimos colgados para ser eviscerados. Mis amigos estaban ahí también totalmente desnudos igual que yo y todos con enormes cicatrices ya curadas, desde el tórax hasta la pelvis.
Sin saber que había pasado, caminamos colina abajo como zombis, nos vestimos, tomamos nuestras cosas y salimos de aquel maldito lugar. Durante el camino a casa ningún hablo una sola palabra sobre el tema, yo conducía el auto casi por instinto y de uno a uno deje a mis amigos en sus casas.
Cuando llegué a mi casa, mi madre salió a recibirme, le di un gran abrazo y sin decir ni una sola palabra me fui a mi habitación, solo quería dormir y sacar esas malditas voces de mi cabeza.
Días después, supe por mi padre que nuestra familia tenía ya tradición con lo de las brujas, me mostró su cicatriz, era casi como la mía y la suya era como la de mi abuelo, también me contó con detalle sobre aquella noche, el solo tenía 5 años cuando mi abuelo degolló a mi abuela en esa misma casa en la colina, después de encontrarla una noche repitiendo ese conjuro; “De plaza en plaza, de villa en villa, sin Dios ni Santa María…”
Mis amigos y yo, planeábamos pasar un excelente fin de semana, teníamos alcohol, marihuana, y dos días de libertad completa en la deshabitada casa que fue de mis abuelos, habíamos dejado de lado la tediosa convivencia familiar que la Semana Santa traía consigo y de alguna manera que aún no me explico, logramos convencer a nuestros padres de dejarnos ir a pasar el fin de semana en aquel viejo pueblo alejados del bullicio.
El viernes al medio día, justo después de desempacar y acomodarnos en nuestras habitaciones, decidimos salir a dar un paseo por el pueblo; era un lugar pintoresco y rustico, se respiraba el aire de campo y un increíble ambiente por todo el lugar. La tarde empezaba a caer, así que decidimos que lo mejor sería volver a la casa, habíamos comprado lo necesario para la parrillada y algunas otras baratijas que vendían en el pueblo. Llegando a la casa, Marcos y yo fuimos a buscar algo de leña para encender una fogata, mientras las chicas se quedaron preparando la carne que asaríamos.
Marcos y yo subimos un poco más en el cerro, y al pasar una pequeña loma, logramos observar una pequeña cabaña ubicada casi en la cima. Nos dirigimos hacia allá sin saber que podríamos encontrar, al llegar a la cabañuela nos dimos cuenta que estaba abandonada hace ya algún tiempo o bien que su dueño era pésimo para el aseo, en la puerta tenía colgados varios artilugios que deducimos estaban relacionados con la santería, algo así como muñecos de vudú y algunas pequeños sacos lleno de polvo o algo parecido.
Recordé que mi abuela me había contado una vez cuando era niño, que en ese viejo pueblo vivía una anciana a la que acusaron de brujería y la quemaron viva en los años de 1800, con esa y las muchas otras historias de brujas que mi abuela me contaba, agregándole además la cabaña abandonada, tenía material de sobra para asustar a las chicas y de paso a Marcos también.
Recogimos un poco de leña y tras comprobar que la cabaña estaba vacía, regresamos a la casa poco antes del anochecer. Michelle y Cata estaban aún preparando la comida y Marcos y yo encendimos la fogata. Pasamos un rato ameno comiendo y bromeando hasta cerca de las once de la noche, momento en el que Marcos sugirió que platicáramos historias de terror. Fue el momento perfecto para contarles todo el repertorio de historias de brujas y fantasmas que aquel pintoresco pueblo escondía, aunque las cosas no resultaron como las esperaba ya que mis amigos lejos de asustarse, quedaron intrigados y dispuestos a buscar las pruebas de lo que les acababa de contar. Y así lo hicimos, cargando nuestras lámparas empezamos a explorar la casona de mis abuelos, caminamos pieza por pieza hasta llegar a un cuartucho de madera que mi abuelo usaba como taller.
Al entrar ahí vimos que estaba lleno de viejas revistas y algunos utensilios y herramientas antiguas, pero lo que más llamó mi atención fue un libro viejo de pasta negra que estaba sobre la mesita de trabajo, acompañado del mazo de cartas del tarot. El viento comenzó a soplar con fuerza de la nada y el ambiente se tornó pesado, la puerta del taller se azotó a causa del viento y causo un estruendo que nos sobresaltó.
-“Vamos chicos, nos estamos sugestionando.” Dijo Catalina tratando de calmar las cosas. Tomé el libro y se los mostré a los chicos, lo abrimos y notamos que se trataba de algo muy antiguo, su nombre era “Martillo de Brujas”, pasamos las páginas del viejo libro y notamos que estaba escrito a mano, tenía mil y una descripciones sobre rituales e invocaciones usadas por las brujas y la forma en que estas se revertían, nombre de demonios y las formas que estos podían adoptar, para ese entonces ya estábamos bastante nerviosos y decidimos que lo mejor sería volver a la casa. Pero justo antes de salir, una fuerte ráfaga de viento azotó de nuevo la puerta del taller, haciendo a su vez que el mazo de cartas saliera volando, revolviéndose por todos lados, justo cuando íbamos a incriminarlos a levantar las cartas, algo nos hizo sentir escalofríos. Un hombre vestido completamente de negro y que llevaba sombrero, pasó cabalgando frente a nosotros montado en un caballo negro, dirigiéndose hacia la cabaña que estaba en la cima de cerrito.
Las chicas gritaron y Marcos trato de calmarlas, diciéndoles que seguramente sería el dueño de la cabaña, pero yo tenía mis dudas, ya que al abrir el libro de nuevo pude ver que una carta del tarot había caído entra las páginas, al voltearla mi sangre se congeló pues se trataba de la carta marcada con la leyenda “El Diablo”, decidí no contarle a mis amigos y me convencí a mí mismo de que era solo una coincidencia.
Entramos en la casa por la puerta trasera, y encendimos las lámparas de gas que estaban colgando de los postes que sostenían el techo, el ambiente estaba tenso y las chicas muy nerviosas.
- Dicen que no es bueno andar de fiesta en viernes santo, mejor no hubiéramos venido- Dijo Michelle algo asustada.
-¿Podemos dejar el tema por la paz? Yo pienso que el tipo era solo el dueño de la cabaña, y no se quizás la usa solo para dormir.- Replicó Catalina.
Decidimos irnos a dormir, las chicas en una habitación y Marcos y yo en otra, era casi la 1 de la mañana y ya estábamos bastante nerviosos para seguir despiertos. La noche pareció tranquila y pronto el sueño nos venció.
Un rato más tarde cerca de las 3 de la mañana el frío me despertó y decidí levantarme por una manta, había varias de sobra en el cuarto de las chicas, tomé mí lámpara de mano y la encendí, pero al apuntar la luz hacia la cama de Marcos, noté que no estaba allí, “Debe haber ido al baño o por un vaso de agua” pensé.
Pero justo en ese momento, pude escuchar como alguien pasaba corriendo justo fuera de mi puerta, haciendo vibrar el piso de madera.
-¿Marcos?... Oigan, no estoy jugando ¡¡ ¿Quién está ahí afuera?!!- Dije en voz alta, tratando de contener el miedo, pero nadie respondió.
Caminé un poco hacia la puerta, y sentí golpear algo con mis pies, tiré la luz hacia abajo y vi que se trataba del libro, estaba abierto y parecía que alguien lo había estado usando.
“Inicio del rito Sanguinísque Pretiósi” era el título de la página en la que se encontraba el libro, leí unas cuantas líneas de lo que rezaba aquel capítulo, y jamás en mi vida había leído algo tan oscuro y repugnante, para realizar tal rito, se debían robar formas consagradas del sagrario de algún templo, y después en sacrilegios rito se debían abrir los vientres de 3 personas mezclando su sangre con las formas sagradas.
-“Marcos ¿tu estuviste leyendo esto?”- Dije mientras abría la puerta de la habitación.
Al salir todo era completa calma, todo estaba hundido en un profundo silencio, demasiado silencio…
Noté también que la puerta de las chicas estaba abierta, caminé lentamente y sin hacer ruido hacia allá, al llegar abrí la puerta un poco más y asomé la cara.
Una mujer vestida de negro y con capucha estaba parada en medio de la habitación, frente a lo que parecía ser un pentagrama, repitiendo una y otra vez: “De plaza en plaza, de villa en villa, sin Dios ni Santa María…” De la nada hizo silencio y volteó a mirarme, sentí mi cuerpo temblar y me petrifiqué de terror, su cara era como la de un caballo, y su cuerpo parecía estar cubierto de pelo, sus manos eran como las de un perro y tenía pezuñas en lugar de piernas.
Dio un espeluznante gruñido y sus facciones se volvieron aún más infernales, yo trate de correr pero tropecé al voltear, entonces sentí como aquel demonio me tomaba del tobillo y arrastrándome me sacaba de la casa, me arrastró un poco colina arriba, hasta que perdí el conocimiento al golpearme con una piedra.
Cuando desperté, estaba totalmente desnudo y atado a un poste por las muñecas, miré a mi alrededor y pude distinguir a no menos de veinte personas, vestidas de negro, haciendo un círculo alrededor de una inmensa fogata, repitiendo siempre esa maldita frase “De plaza en plaza, de villa en villa, sin Dios ni Santa María…”
Detrás de mí, note que se encontraba la vieja cabaña abandonada que había visitado con Marcos aquel día, y ellos, mis amigos, estaban también atados a postes, totalmente desnudos, y con el vientre abierto de lado a lado, sus intestinos colgaban fuera de sus cuerpos y su sangre hacía charco en la tierra.
Uno de los presentes sacó un gran cuchillo de entre las brasas, y lentamente se acercó hacia mí, sin dejar de repetir su frase una y otra vez, empezó a cortar mi carne, abriendo mi vientre desde el tórax hasta la pelvis, yo grite de dolor como loco, mientras aquel hombre me evisceraba con la mano, echando fuera mis intestinos, poco tiempo después el dolor me hizo perder la conciencia.
Cuando desperté, era de mañana, estaba tirado en medio de la colina y no había rastro alguno de los brujos o lo que hayan sido, no había rastro de la fogata o de los postes donde mis amigos y yo fuimos colgados para ser eviscerados. Mis amigos estaban ahí también totalmente desnudos igual que yo y todos con enormes cicatrices ya curadas, desde el tórax hasta la pelvis.
Sin saber que había pasado, caminamos colina abajo como zombis, nos vestimos, tomamos nuestras cosas y salimos de aquel maldito lugar. Durante el camino a casa ningún hablo una sola palabra sobre el tema, yo conducía el auto casi por instinto y de uno a uno deje a mis amigos en sus casas.
Cuando llegué a mi casa, mi madre salió a recibirme, le di un gran abrazo y sin decir ni una sola palabra me fui a mi habitación, solo quería dormir y sacar esas malditas voces de mi cabeza.
Días después, supe por mi padre que nuestra familia tenía ya tradición con lo de las brujas, me mostró su cicatriz, era casi como la mía y la suya era como la de mi abuelo, también me contó con detalle sobre aquella noche, el solo tenía 5 años cuando mi abuelo degolló a mi abuela en esa misma casa en la colina, después de encontrarla una noche repitiendo ese conjuro; “De plaza en plaza, de villa en villa, sin Dios ni Santa María…”