https://creepypasta.fandom.com/es/wiki/Piñata#articleComments
A veces los monstruos son cosas que la gente debería temer y no teme.
-Neil Gaiman
1.
La mañana es gris. Ni bonita ni fea, solamente gris. El sol quiere asomarse pero es seguro que el clima recrudezca.
Temporada navideña: qué mejores fechas para pensar en lo sobrenatural y lo extraño, vaya que estaré ocupada con eso dentro de poco, al menos eso creo.
Estoy en una parada de autobús esperando al tío Franco. Dios, qué extrañas esas palabras, ¿cuánto tiempo ha pasado?
Junto a mí está un matrimonio de nativos con dos cajas de huevos El Calvario amarradas con cable de tendedero, hace poco que la mujer me pidió una ayuda, no se los negué.
De pronto ese ruido, ese motor viejo y cansado de soportar tantos kilómetros con el mismo ser rústico, con cierto mal gusto y severamente religioso.
Es el Datsun del tío Franco al que le hemos apodado el Auto Increíble pues es increíble que el tío no haya recibido ni una infracción por conducir semejante chatarra cuya última verificación se pierde en la noche de los tiempos: sólo en México.
Frena.
Sin verme me hace una seña con la cabeza para que entre. Tomo mi maleta con ruedas.
Aún sin verme me dice: — No uses la cajuela.
Coloco pues la maleta en el asiento de atrás, el interior huele a óxido y sudor, al fin abordo.
El motor ruge con fatiga. Echa a andar el armatoste una, dos, tres veces. Maldice, a la cuarta funciona.
La carretera pasa frente a mis ojos, el paisaje es realmente hermoso: acantilados atestados de vegetación devorados por la niebla de la zona montañosa veracruzana bajo un cielo gris.
El tío Franco solo se limita a escuchar el noticiario por la radio.
Franco Balderas es un hombre de 52 años, 1.82 de altura, piel apiñonada y complexión entre robusta y atlética, manos grandes. Cara cuadrada, pómulos sobresalientes, ojos pequeños y un poco rasgados que delatan sangre nativa en sus venas, siempre lleva una gorra de los Tiburones Rojos de Veracruz. Su expresión es dura desde que recuerdo, ahora lo es más.
Se ve más envejecido, apaleado y molesto como su coche. Luce como un muro de piedra.
Está enfadado conmigo, claro que lo está. No me ve, no me quiere ver.
Recuerdo esa cena de Navidad en casa de mis padres. En aquella ocasión invité a Julia y todo había sido maravilloso hasta que decidí tomar la palabra para confesar a todos mi homosexualidad y que tenía una relación con ella.
Mamá dijo que, aunque estaba sorprendida, contaba con su apoyo. Papá se limitó a apoyar a mamá.
Tío Franco estaba con la expresión de quien no entendía algo que sabe que no le gusta, se pasó la manaza por la boca como quien ha terminado de vomitar y empezó: — ¿Con ésto me sales? ¿Con esta basura me sales, Melissa?
>> ¿Y qué fue del bautismo? ¿Y la primera comunión y tu confirmación? Tu confirmación —me señaló casi acusándome de homicidio—. Cuando te eduqué en la doctrina como era debido como tu padrino. ¿Eso te valió, Melissa?
— Tío, yo te agradezco por todo ello. Pero...
— ¡Ja! Y lo agradeces convirtiéndote en...
— Franco. Calmado, hermano —dijo papá.
— ¿Porfavor qué?
>> ¿Calmado? ¡Si por eso estamos fregados! ¡Por calmados! Ya ningún padre le puede tomar las riendas a sus malditos hijos porque se queja el DIF o los de Derechos Humanos.
— ¡Franco! —exclamó mamá—. Compórtate o...
— Ni falta hace que me digas.
>> Me dan asco. Todos ustedes.
>> Tú, tú, tú y en especial tú —me dijo apuntándome, en sus ojos podía ver su deseo de que su dedo fuese su escopeta.
Se levantó, fue hacia el árbol navideño, tomó los regalos que había traído como niño que se enoja en medio de un partido de fútbol y se dirigió a la entrada: — ¡En sus vidas me dirijan la palabra! Prefiero tener cáncer.
Salió con un portazo. Nos quedamos sin habla.
Desde afuera llegó el sonido de otro portazo que dio al Datsun al cerrar, en ese tiempo menos castigado.
Me levanté en un intento para hablar con él pero al salir sólo vi al Datsun alejarse. Los vecinos de enfrente, mientras cantaban las posadas habían visto todo el numerito.
Al borde de la acera se veían vidrios astillados de lo fuerte que el tío Franco había azotado la portezuela del coche.
A lo lejos se perdían sus faros. Sentí un mal en el corazón.
Los vecinos, bajo una piñata multicolor, decidieron reanudar sus cantos fingiendo que no había pasado nada.
2.
Si una piñata representa los 7 pecados capitales entonces -aunque sea en menor medida- es un símbolo del mal.
—Abraham Polvo en Morirse en Navidad
Seguimos en la carretera, en la hora que ha pasado solamente he estado leyendo mensajes y publicaciones del Facebook.
En la actualización del estado me gustaría escribir:
Me advirtió por teléfono: — Ésto es sagrado, ¿de acuerdo? Una palabra a alguien más y se irá todo al demonio... ¿Entendido?
— Entendido.
— Habrá una prueba de iniciación. Una vez que la pases considérate dentro.
>> Si fracasas, olvídate de todo y sigue con tu vida.
Es tan ridículo escribir de ésto. Cazar monstruos, es decir ¿de qué rayos hablas?
"Oh, sí. Pues te estaba contando, yo de pequeña sufrí los ataques del Coco"
"¿El Coco dices? Qué interesante, ¿se deshicieron de él?"
"Claro, un tío mío le reventó la cabeza de un escopetazo. Se ayudó de un talismán mágico".
Todo bastante racional y aceptable.
— Todavía recuerdo lo del Bogey —digo. Tío Franco no responde—. Sus ojos rojos y su aliento frío, podrido y pegajoso. Salía del armario siempre, siempre.
>> Esa noche creo que no supo lo que le venía encima.
>> Esa última noche lo ví al fin y su cuerpo era hinchado, estaba jorobado y sus..., piernas y brazos parecían palos. Delgados, raquíticos.
>> Recuerdo que escuché el medallón, tal como me dijiste.
>> Entonces entraste con una patada en la puerta y el señor Zetina esparció sal en el suelo y luego en la puerta del armario.
>> Lo que más recuerdo fue el sonido de la escopeta.
>> Cómo estalló, lo más horrible que he escuchado.
>> Al día siguiente nos mudamos con la tía Viridiana. La casa se vendió meses después y no hemos escuchado nada acerca de cosas extrañas en la noche... de monstruos.
Tío Franco suspiró. Sí, lo recordaba.
Debió de viajarse hasta el momento en que el señor Zetina encendió la luz y él corrió para tomarme en sus brazos y sacarme de la habitación.
Había terminado.
El señor Zetina, supe después, realizó un ritual nativo para devolver los restos de la criatura al maldito infierno... le llamaban la Esfera Oscura...
— Nunca me dijiste del medallón.
— No veía porque decírtelo. Eras pequeña. Pudo afectarte —después de tanto tiempo el tío Franco me habla con algo cordialidad.
— ¿Qué era?
Parece que se lo piensa pero al final dice: — Nos lo dio un Reliquero del Distrito Federal. Tiene un nombre de esos raros que usan los budistas esos.
>> Nosotros le llamamos Corazón Delator por el cuento de un gringo aburrido.
— Edgar Allan Poe.
— Quien sea.
>> La cosa es que si lo llevas cerca en un lugar donde haya un Horror..., un monstruo, que diga, lo oyes como latir.
— Ajá, era una especie de latido pero resonaba como dentro de un domo amplio.
Tío Franco asiente, es la primera vez que lo veo sonreír en años: — Un Corazón Delator está hecho siempre de dos fragmentos, puedes separarlos y funcionará igual. Eso se hizo aquella vez.
>> Una parte estaba en tu cuarto preparada con un círculo de protección para que el Bogey no lo escuchara y la otra la teníamos nosotros eh... —quiso decir algo más pero no lo hizo—. Un Artefacto interesante, aunque pagano.
>> Poquito veneno no mata.
Y después de la pequeña cátedra sobre Artefactos budistas se hace un incómodo silencio que nos recuerda que no estamos precisamente en buenos términos.
Pero al fin se decide y pregunta: — ¿Por qué decidiste convertirte en... Aquello?
— ¿Lesbiana? —y ahí está de nuevo. No me mira pero sí siento su incomodidad—. Fue algo que surgió.
— ¿Cómo que surgió? —es obvio que busca pleito. Pareciera que vive de ellos.
— Sí, tío. Así fue. Surgió de pronto y supe que me estaba enamorando de...
Alza la mano en señal de "Basta con eso". Yo le clavo la mirada, estoy molesta. Estoy tratando de enmendar nuestro lazo familiar y él sale con sus burradas, es un testarudo.
— ¿Algún hombre te hizo daño, te agredió o algo así? Tu novio ese el de la secundaria ¿acaso te llegó a hacer algo?
— No.
— ¿Entonces?
— ¿Entonces qué?
— Caray, que si ningún hombre te hizo nada malo por qué, por el infinito amor de Dios todopoderoso, haces todo esto.
— Soy como soy. Y se llama Iván, tío.
>> Es que esa relación no me hizo sentir plena.
— ... ¿Cómo?
>> Recuerdo que me opuse a eso porque estabas muy chica.
>> Malditos tiempos éstos que los padres no pueden ni decirle a sus hijos que son muy jóvenes para un noviazgo —como dije, ahí vamos de nuevo—. Recuerdo que terminé cediendo y sales con que eres rara.
— A ver, tío, ser homosexual no es ser raro o anormal o enfermo o lo que te dicen en la Iglesia que tengas que pensar —tensa la mandíbula, casi le escucho el pensamiento "Hija de la gran..."—. No me sentía plena con Iván y ya.
— Es que no se trata de sentirse pleno. Rediantres, con un demonio.
>> Se trata de obedecer principios, moral, la natu... Qué naturaleza ni qué rayos. El plan de Dios.
— Y si lo que soy, lo que siento ¿fuera parte de ese plan?
— No lo es.
— ¿Como estás seguro?
— No lo es —alarga la mano para subir el volumen a la radio, el secretario de Hacienda habla sobre la depreciación del petróleo mexicano.
3.
¿Estás seguro que la Atlántida se situaba en una isla? ¿Y si acaso flotaba en los cielos antes de colapsar al fondo del mar?
-Abraham Polvo en Morirse en Navidad
Ya es poco después de mediodía cuando por fin llegamos a Xalapa.
Dejamos el Auto Increíble en un estacionamiento adjunto a un conocido centro comercial y nos encaminamos al Pasaje Tanos.
— ¿Vamos de compras? —pregunto, él no parece captar el chiste.
Pasamos por diferentes locales y frente a lo que parece una exhibición de libros que recorre todo el pasaje. Ah, Xalapa y su gusto por la cultura, sólo son igualados por Novacruz.
— ¿Por qué no almuerzas algo? —pregunta Franco —¿Necesitas dinero?
De pronto me sorprende la generosidad del tío Franco. Papá me dijo una vez que, de joven, Franco era muy miserable. La religiosidad lo cambió en ese aspecto. Ojalá todos esos cambios hubieran sido positivos.
— No, tío. Gracias —le digo.
— Bien, bien. Yo hablaré con Zetina para alistar detalles, después te llamo para fijar cuando y dónde encontrarnos para ir a Coatepec.
— ¿Coatepec?
— ¿No te gusta el olor a cafetal?
— Sólo preguntaba, digo.
— Genial, pues —Franco toma su rumbo cuando se voltea para decir—. Oh, por cierto: no hagas algo estúpido.
Me quedo con las manos en los bolsillos de la chamarra contemplando como se aleja. Maldito estúpido.
Voy al café La Casa de Nadie, en la calle Herrera.
Vaya imbécil que puede ser tío Franco: "No hagas algo estúpido". Como si los religiosos fueran unos genios... u honestos, siquiera.
Todo transcurre con normalidad hasta que unas manos me cubren los ojos. Son suaves, femeninos, conocidas.
— El mundo es pequeño, ¿no es cierto, bebé?
Nayeli Méndez.
A Nayeli la conocí antes que Julia. Llevamos una relación que jamás fue ni conocida, mucho menos estables. Eran los días que pretendía "ser normal". Siempre nos terminamos encontrando para bien o mal y fue cuando inició mi relación con Julia que nos distanciamos.
Al poco ya hablábamos como si jamás nos hubiesemos gritado nuestro precio y de lo que nos íbamos a morir... ¿será que algunas personas elegimos a otras para que funcionen como nuestras drogas duras?
Hablamos de pura maldita trivialidad y al final de la plática es cuando Nayeli pregunta por Julia: — ¿Sigues con ella?
Tardo en responder. Maldición, ella sonríe y sabe qué significa.
— Mira, por si interesa — deja una tarjeta de su estudio fotográfico —... Quizás te interese una sesión.
Se levanta y se va.
Maldición.
Somos diamantes envenenados
La tarjeta tiene escrito su número personal y su dirección.
Somos tu y yo, supervillanos enamorados
Veo a Nayeli tras la ventana despidiéndose, una tenue brisa empieza a caer.
No. No iré. Seré fiel a Julia, es por eso que estamos en una relación... ¿no es así?
4.
Rumores: Dentro de la Iglesia católica hay, en secreto, adoradores de los Arcanos. Si son muchos o pocos no lo sé pero vaya que han hecho jaleo...
A las once de la noche Tío Franco llama, estoy en la calle, el frío decembrino es seco e intenso.
— Seis de la madrugada en el Parque Juárez. Iremos a Mahuixtlán en Coatepec —dice Franco.
— Bien.
— ... ¿Sí lo harás, cierto?
— Sí, tío.
— Zetina dijo que no irá el muy canijo. Dijo que tuvo un mal augurio: cosas de indios.
"Cosas de indios", ¿porqué demonios tiene que ser tan desagradable? — Okey, tío... ¿está bien el señor Zetina?
— Está bien pero aún clavado en su mugre pagana supersticiosa.
Y el Purgatorio no lo será — Bien, tío.
— Descansa porque lo que viene no te dejará pegar los ojos.
>> No es broma.
Cuelga.
Minutos después he llegado a un edificio de apartamentos. Estoy nerviosa, Dios mío, mis manos están heladas y no es el clima.
Llamo desde el móvil. Un timbre... dos... tres...
Estoy a punto de colgar cuando contestan: — ¿Hola?... ¿Diga?
— Na-Naye...
— ¿Melissa?
— S-sí. Soy yo... estoy aquí.
Y cierro los ojos y puedo hasta sentir el corazón de Julia romperse en mil pedazos.
Quizás... mientras sea un secreto...
5.
Rumores: ... Las catedrales parisienses, por ejemplo, están realmente consagradas a la Orderatriz y las Vírgenes Negras realmente son manifestaciones de la Vorágine, la coartada es la Virgen María.
Estamos en el Auto Increíble, hemos pasado ya la zona urbana de Coatepec y nos adentramos a su castigada, muy castigada zona rural.
El cielo es color azul oscuro y ribeteado por estelas de color naranja y rosado. Aún se pueden ver algunas estrellas titilando.
El frío es aún más crudo que ayer, como si estuviera vivo, como si fuese maligno. Nos adentramos en un camino silvestre, el olor a hierba y tierra húmedas es fuerte y no hay ruido alrededor.
Tío Franco reduce la velocidad, al final llegamos a una casita realmente maltratada, está pintada de azul claro e invadida por los estragos del tiempo y graffitis obscenos. Tanto la entrada como las ventanas están tapiadas.
El motor del Datsun se apaga.
— Llegamos —dice Tío Franco.
Bajamos del Datsun. En minutos, tío Franco va cargado con una hielera, una linterna, su escopeta y una vieja caja como de herramientas.
— ¿Y esa hielera? —pregunto.
— Sangre.
6.
Rumores: Ha habido tres lunas antes de la que gravita alrededor del planeta. Las tres colapsaron provocando extinciones masivas. Se dice que fueron invocadas...
Entramos a la casucha, la entrada tapiada es solo aparente. Se abre desde afuera después de abrir un candado secreto.
La débil luz entra entre los espacios de las tablas que tapan las ventanas. Enciendo la lámpara que me facilita tío Franco mientras cierra la puerta y pone el seguro oculto. El inmueble parece una casa embrujada como en la película argentina La Casa Muda.
Tío Franco retira unas tablas de madera del suelo que cubren una entrada secreta resguardada por una losa de acero con un candado especial que requiere una clave.
Al fin configura la combinación correcta, retira el candado, la losa es abierta: — En éste caso, las damas no van primero.
Lo sigo por un pasillo estrecho con la linterna en mano, él va por delante con la hielera y la caja de hierro y su escopeta. El sitio es como un escondite de narcotraficante, realmente claustrofóbico.
— En mis días del ejército —dice Franco— . Tuvimos a un maldito bastardo de Novacruz llamado Amadeo Vela que sembró el caos en el estado, en Chiapas, Puebla y Oaxaca con una droga llamada Memento.
>> El maldito fundó una especie de secta-cártel llamado Los Justos. Después el tipo se esfumó así sin más de la escena criminal del país.
>> Sin embargo todavía había células de los Mantras que operaban aquí en Veracruz.
>> Sus lugartenientes eran unos malditos animales, uno apodado El Santito arrojó la cabeza de la esposa de un jefe de policía municipal de Catemaco en la comandancia de ahí mismo y solamente lo mandaron a Pacho Viejo.
>> Eso merecía una venganza y el hijo del averno se fugó. El malnacido merecía la muerte y yo estuve a poco de hacerle pagar.
>> Se descubrió entonces que planeaba asesinarlo en la cárcel. Un maldito soplón se enteró y fue a chillar a los superiores.
>> Aquello era delicado pues eran tiempos de elecciones y el gobernador no quería tener el escándalo de un militar con planes de homicidio extraoficial en su agenda.
>> Entonces unos amigos me contaron sobre la Piñata.
>> "¿Recuerdas a Amadeo Vela?" Me dijeron.
>> Pues resultaba que estaba vivito y coleando. Ellos lo habían desaparecido: lo tenían en un ingenio abandonado en Apazapan.
>> La Piñata era el nombre clave del lugar, algo extraoficial, por supuesto. Algo que ni los llorones de la Proceso o la Aristegui imaginan que existe.
>> Cada vez que había una situación como la del Santito íbamos a la Piñata y ajustábamos cuentas drogando primero y dándole una reverenda paliza a Vela o a quien tuviéramos allí. Todos narcos.
>> Vela era el premio mayor. Lo manteníamos vivo específicamente para molerlo a golpes. Después de todo el maldito había hecho ya bastante daño ¿por qué no devolverle su receta?
>> Todo ha quedado en familia. El nombre del lugar era el indicado: Piñata.
>> Y ésta es la nuestra.
7.
Rumores: ...De hecho, los monumentos megalíticos atribuídos a gigantes sirvieron principalmente para evitar que la luna se estrellara contra la Tierra quedando estática, ésto hasta que empezó a moverse provocando el Diluvio.
Al fin llegamos frente a una puerta de acero. Tío Franco abre tres cerrojos.
— Apaga la luz —dice Franco —. NO la enciendas para nada.
Así lo hago
Abre la puerta con un rugido aterrador... todo es penumbra absoluta.
Un siseo mecánico se escucha ¿qué demonios es?
... son... ¿cadenas?
— Quédate aquí —dice Franco. En la oscuridad distingo su silueta entrando a la siguiente estancia pegándose a la pared.
Franco parece buscar un interruptor. Del cuarto emana un olor como ozono... como que no es algo de este mundo. Es alienígena.
Por primera vez me hago la pregunta: ¿cómo demonios vine a parar aquí?
— Entra pegada a la pared. No camines más allá —dice Franco.
¿Qué diablos es ésto? Estoy asustada, la pared es fría y rasposa, de argamada. Oigo el sonido... sí, es de cadenas y (Dios mío) un gemido después.
Vela era el premio mayor
Me sobresalto.
El tío Franco encuentra el interruptor. Lo acciona. La luz parpadea para después iluminar tenuemente la estancia pequeña y sin ventanas.
En la esquina está un niño encadenado, malnutrido y desnudo. Está cubierto de unos lunares desagradables en todo su pequeño cuerpo. Está agazapado con miedo.
Dios mío. ¿Pero qué es esto?
Ahogo un grito. Franco no dice nada. Mis ojos se llenan de lágrimas y mi corazón de angustia.
Quiero gritar, quiero vomitar.
De la hielera, el tío Franco saca una bolsa de plástico llena con (Hostia, hostia) sangre.
He notado que hay una línea trazada... ¿con sal? La línea delimita la distancia máxima la cual el pobre inocente puede alcanzar atado a la cadena. Franco vacía un poco del contenido de la bolsa.
Vomito al fin, Franco ni se inmuta.
El niño ve el chsrco sangre y se queda enajenado.
Dios mío... ¿eso es realmente un niño o sólo una apariencia? Noto por vez primera que sus ojos son rojo oscuro y percibo que los lunares son... signos o glifos que...
Cambian de forma... los signos se metamorfosean, cambian con frenesí. Dios, hostia, hostia ¿pero qué demonios sucede?
El niño se pone frenético y sale disparado a por la sangre, estira sus brazos y los mueve con locura emitiendo una serie de sonidos grotescos de la garganta. La cadena no lo deja avanzar más que el límite que marca la línea del suelo.
Su cabeza, cuello, pecho y vientre se abren en canal revelando una asquerosa boca que supura una baba espesa y blanca, su aliento es nauseabundo y multitud de dientes puntiagudos en las emponsoñadad ensías.
Quiero desmallarme. N-no me siento bien. Dios, Dios...
En el fondo de la gran y obcena boca del engendro no hay nada. Igual que oscuridad cósmica, como una ventana al espacio salvaje ¿cómo puede ser eso?
Lo que debería ser el interior del cuerpo de la criatura no existe, sólo esa negrura total y espantosa.
— Una cacería exitosa —dice Franco al tiempo que abre la caja de hierro.
>> ¿Sabes, Melissa? La cacería de monstruos no se distingue mucho de la lucha contra el crimen organizado.
>> De hecho, en ambas cosas estás combatiendo con monstruos.
>> A veces las cacerías no salen como queremos.
>> Hay muertes lamentables, búsquedas frustradas, problemas con la autoridad.
>> A veces los malditos monstruos ganan. Y yo no soy paciente, a Zetina esas cosas le arrebataron a un hijo de una manera horrorosa... la piel se le calló por días hasta morir.
>> Días, Melissa de agonía lenta, dolorosa y sangrienta.
>> A ti casi te matan —dice viéndome.
Respiro con dificultad. Me limpio el vómito con el dorso de la mano. El corazón se me va a salir del pecho, la cabeza me va a estallar.
La criatura sigue estúpidamente tratando de alcanzar el charco de sangre. Jadea, gime, babea.
— Esta es tu iniciación, Melissa —de la caja herrumbrosa saca unas municiones con las que carga la escopeta, la recorta. En la caja hay otros objetos de apariencia antigua, creo que ver un frasco de formol con algo retorciéndose dentro.
>> Estamos ya cansados de esta bestia. Durante un par de años la hemos maltratado cuando nos ha salido mal una misión.
>> Alguna vez fue humano y créeme: no quieres saber qué clase de cosas ha hecho.
>> Descubrimos que fue infectado por una cosa llamada Parásito del Karma. Fueron sus padres quienes dieron el visto bueno para que lo tengamos aquí.
>> Lo dejamos de tratar como persona una vez que la transformación estaba avanzada.
>> Ese es el maldito daño que hacen los Horrores de la Oscuridad.
Coloca la escopeta en mis manos, firmemente. Pone mi dedo en el gatillo.
Estoy fría, temblando, la cabeza a punto de explotarme, estoy llorando.
— A veces —me dice—. Hay que convertirse en un monstruo para acabar con ellos.
>> Con un disparo y en la condición en la que está el engendro no puedes fallar. Líbralo de su miseria.
La criatura se retuerce frenética por la sangre. Veo a Franco incrédula, con los ojos llenos de lágrimas.
— Apunta a la cabeza.
Si alguna vez fue humano, este niño fue amado, abrazado por sus padres, jugó, saltó, soñó, probablemente estuvo en una escuela, probablemente su madre cuidó de él cuando tuvo fiebre, probablemente tuvo una mascota, amigos, ilusiones, ganas de vivir.
La bestia sigue rugiendo una y otra vez con demencia. ¿Es que así es la maldita caza de monstruos, su salvajía, su crueldad? ¿Es por esto que debe ser un secreto?
— Jala el maldito gatillo. Ésta cosa ya cobró la vida de inocentes y destruyó las de otros más.
>> Hazlo ya, Melissa.
Me dan asco. Todos ustedes
Es solo un niño, por Dios ¿no lo ves, maldición? ¿¡No lo ves!? ¿¡NO LO VES, NO LO VES, NO LO VES!?
¡En sus vidas me dirijan la palabra! Prefiero tener cáncer
Solo un niño. Solo un niño. Sólo un niño. Sólo un...
A veces hay que convertirse en un monstruo para acabar con ellos
— ¡Hazlo ya!
Después de todo el maldito había hecho ya bastante daño ¿por qué no devolverle su receta?
Grito.
Cuando me doy cuenta estoy apuntándole a Franco en la cara. Dos cañones de escopeta directo a su cara. Mis manos están frías, tiemblan, mis ojos llenos de lágrimas.
Franco se ha sorprendido, hay sorpresa, incluso miedo en su rostro. Pero se ha repuesto rápido.
¿Qué demonios hago? ¿Es acaso él el verdadero monstruo?
Sólo dice: — No eres capaz.
- John Keats
El viento mece perezosamente los platanares, las matas de café, la hierba crecida y a diferentes especies de amables árboles. Se escucha el canto de las cigarras, el de un ave desconocida que parece casi un lamento.
De pronto se escucha una detonación sorda en algún confín secreto bajo tierra. Y luego otra.
Dos disparos de escopeta.
Salen de la pequeña casa desgastada de color azul con ventanas cerradas con tablones. Se aprecia un Datsun aparcado en las cercanías de la casa, pareciera que se entienden por antiguos.
Después todo tranquilo.
Se escucha un ruido metálico de la casa, una losa de acero que se alza con un monstruoso rechinido.
Al poco después, la falsa entrada tapiada se abre suavemente.
Y se queda así un rato más.
A veces los monstruos son cosas que la gente debería temer y no teme.
-Neil Gaiman
1.
La mañana es gris. Ni bonita ni fea, solamente gris. El sol quiere asomarse pero es seguro que el clima recrudezca.
Temporada navideña: qué mejores fechas para pensar en lo sobrenatural y lo extraño, vaya que estaré ocupada con eso dentro de poco, al menos eso creo.
Estoy en una parada de autobús esperando al tío Franco. Dios, qué extrañas esas palabras, ¿cuánto tiempo ha pasado?
Junto a mí está un matrimonio de nativos con dos cajas de huevos El Calvario amarradas con cable de tendedero, hace poco que la mujer me pidió una ayuda, no se los negué.
De pronto ese ruido, ese motor viejo y cansado de soportar tantos kilómetros con el mismo ser rústico, con cierto mal gusto y severamente religioso.
Es el Datsun del tío Franco al que le hemos apodado el Auto Increíble pues es increíble que el tío no haya recibido ni una infracción por conducir semejante chatarra cuya última verificación se pierde en la noche de los tiempos: sólo en México.
Frena.
Sin verme me hace una seña con la cabeza para que entre. Tomo mi maleta con ruedas.
Aún sin verme me dice: — No uses la cajuela.
Coloco pues la maleta en el asiento de atrás, el interior huele a óxido y sudor, al fin abordo.
El motor ruge con fatiga. Echa a andar el armatoste una, dos, tres veces. Maldice, a la cuarta funciona.
La carretera pasa frente a mis ojos, el paisaje es realmente hermoso: acantilados atestados de vegetación devorados por la niebla de la zona montañosa veracruzana bajo un cielo gris.
El tío Franco solo se limita a escuchar el noticiario por la radio.
Franco Balderas es un hombre de 52 años, 1.82 de altura, piel apiñonada y complexión entre robusta y atlética, manos grandes. Cara cuadrada, pómulos sobresalientes, ojos pequeños y un poco rasgados que delatan sangre nativa en sus venas, siempre lleva una gorra de los Tiburones Rojos de Veracruz. Su expresión es dura desde que recuerdo, ahora lo es más.
Se ve más envejecido, apaleado y molesto como su coche. Luce como un muro de piedra.
Está enfadado conmigo, claro que lo está. No me ve, no me quiere ver.
Recuerdo esa cena de Navidad en casa de mis padres. En aquella ocasión invité a Julia y todo había sido maravilloso hasta que decidí tomar la palabra para confesar a todos mi homosexualidad y que tenía una relación con ella.
Mamá dijo que, aunque estaba sorprendida, contaba con su apoyo. Papá se limitó a apoyar a mamá.
Tío Franco estaba con la expresión de quien no entendía algo que sabe que no le gusta, se pasó la manaza por la boca como quien ha terminado de vomitar y empezó: — ¿Con ésto me sales? ¿Con esta basura me sales, Melissa?
>> ¿Y qué fue del bautismo? ¿Y la primera comunión y tu confirmación? Tu confirmación —me señaló casi acusándome de homicidio—. Cuando te eduqué en la doctrina como era debido como tu padrino. ¿Eso te valió, Melissa?
— Tío, yo te agradezco por todo ello. Pero...
— ¡Ja! Y lo agradeces convirtiéndote en...
— Franco. Calmado, hermano —dijo papá.
— ¿Porfavor qué?
>> ¿Calmado? ¡Si por eso estamos fregados! ¡Por calmados! Ya ningún padre le puede tomar las riendas a sus malditos hijos porque se queja el DIF o los de Derechos Humanos.
— ¡Franco! —exclamó mamá—. Compórtate o...
— Ni falta hace que me digas.
>> Me dan asco. Todos ustedes.
>> Tú, tú, tú y en especial tú —me dijo apuntándome, en sus ojos podía ver su deseo de que su dedo fuese su escopeta.
Se levantó, fue hacia el árbol navideño, tomó los regalos que había traído como niño que se enoja en medio de un partido de fútbol y se dirigió a la entrada: — ¡En sus vidas me dirijan la palabra! Prefiero tener cáncer.
Salió con un portazo. Nos quedamos sin habla.
Desde afuera llegó el sonido de otro portazo que dio al Datsun al cerrar, en ese tiempo menos castigado.
Me levanté en un intento para hablar con él pero al salir sólo vi al Datsun alejarse. Los vecinos de enfrente, mientras cantaban las posadas habían visto todo el numerito.
Al borde de la acera se veían vidrios astillados de lo fuerte que el tío Franco había azotado la portezuela del coche.
A lo lejos se perdían sus faros. Sentí un mal en el corazón.
Los vecinos, bajo una piñata multicolor, decidieron reanudar sus cantos fingiendo que no había pasado nada.
2.
Si una piñata representa los 7 pecados capitales entonces -aunque sea en menor medida- es un símbolo del mal.
—Abraham Polvo en Morirse en Navidad
Seguimos en la carretera, en la hora que ha pasado solamente he estado leyendo mensajes y publicaciones del Facebook.
En la actualización del estado me gustaría escribir:
Cuando le hablé a tío Franco acerca de su promesa él fue severo y cortante, ni siquiera quería llevarla a cabo pero, por el lado bueno de su fanática religiosidad, es un hombre de palabra.Aquí de cacería de monstruos :V
Me advirtió por teléfono: — Ésto es sagrado, ¿de acuerdo? Una palabra a alguien más y se irá todo al demonio... ¿Entendido?
— Entendido.
— Habrá una prueba de iniciación. Una vez que la pases considérate dentro.
>> Si fracasas, olvídate de todo y sigue con tu vida.
Es tan ridículo escribir de ésto. Cazar monstruos, es decir ¿de qué rayos hablas?
"Oh, sí. Pues te estaba contando, yo de pequeña sufrí los ataques del Coco"
"¿El Coco dices? Qué interesante, ¿se deshicieron de él?"
"Claro, un tío mío le reventó la cabeza de un escopetazo. Se ayudó de un talismán mágico".
Todo bastante racional y aceptable.
— Todavía recuerdo lo del Bogey —digo. Tío Franco no responde—. Sus ojos rojos y su aliento frío, podrido y pegajoso. Salía del armario siempre, siempre.
>> Esa noche creo que no supo lo que le venía encima.
>> Esa última noche lo ví al fin y su cuerpo era hinchado, estaba jorobado y sus..., piernas y brazos parecían palos. Delgados, raquíticos.
>> Recuerdo que escuché el medallón, tal como me dijiste.
>> Entonces entraste con una patada en la puerta y el señor Zetina esparció sal en el suelo y luego en la puerta del armario.
>> Lo que más recuerdo fue el sonido de la escopeta.
>> Cómo estalló, lo más horrible que he escuchado.
>> Al día siguiente nos mudamos con la tía Viridiana. La casa se vendió meses después y no hemos escuchado nada acerca de cosas extrañas en la noche... de monstruos.
Tío Franco suspiró. Sí, lo recordaba.
Debió de viajarse hasta el momento en que el señor Zetina encendió la luz y él corrió para tomarme en sus brazos y sacarme de la habitación.
Había terminado.
El señor Zetina, supe después, realizó un ritual nativo para devolver los restos de la criatura al maldito infierno... le llamaban la Esfera Oscura...
— Nunca me dijiste del medallón.
— No veía porque decírtelo. Eras pequeña. Pudo afectarte —después de tanto tiempo el tío Franco me habla con algo cordialidad.
— ¿Qué era?
Parece que se lo piensa pero al final dice: — Nos lo dio un Reliquero del Distrito Federal. Tiene un nombre de esos raros que usan los budistas esos.
>> Nosotros le llamamos Corazón Delator por el cuento de un gringo aburrido.
— Edgar Allan Poe.
— Quien sea.
>> La cosa es que si lo llevas cerca en un lugar donde haya un Horror..., un monstruo, que diga, lo oyes como latir.
— Ajá, era una especie de latido pero resonaba como dentro de un domo amplio.
Tío Franco asiente, es la primera vez que lo veo sonreír en años: — Un Corazón Delator está hecho siempre de dos fragmentos, puedes separarlos y funcionará igual. Eso se hizo aquella vez.
>> Una parte estaba en tu cuarto preparada con un círculo de protección para que el Bogey no lo escuchara y la otra la teníamos nosotros eh... —quiso decir algo más pero no lo hizo—. Un Artefacto interesante, aunque pagano.
>> Poquito veneno no mata.
Y después de la pequeña cátedra sobre Artefactos budistas se hace un incómodo silencio que nos recuerda que no estamos precisamente en buenos términos.
Pero al fin se decide y pregunta: — ¿Por qué decidiste convertirte en... Aquello?
— ¿Lesbiana? —y ahí está de nuevo. No me mira pero sí siento su incomodidad—. Fue algo que surgió.
— ¿Cómo que surgió? —es obvio que busca pleito. Pareciera que vive de ellos.
— Sí, tío. Así fue. Surgió de pronto y supe que me estaba enamorando de...
Alza la mano en señal de "Basta con eso". Yo le clavo la mirada, estoy molesta. Estoy tratando de enmendar nuestro lazo familiar y él sale con sus burradas, es un testarudo.
— ¿Algún hombre te hizo daño, te agredió o algo así? Tu novio ese el de la secundaria ¿acaso te llegó a hacer algo?
— No.
— ¿Entonces?
— ¿Entonces qué?
— Caray, que si ningún hombre te hizo nada malo por qué, por el infinito amor de Dios todopoderoso, haces todo esto.
— Soy como soy. Y se llama Iván, tío.
>> Es que esa relación no me hizo sentir plena.
— ... ¿Cómo?
>> Recuerdo que me opuse a eso porque estabas muy chica.
>> Malditos tiempos éstos que los padres no pueden ni decirle a sus hijos que son muy jóvenes para un noviazgo —como dije, ahí vamos de nuevo—. Recuerdo que terminé cediendo y sales con que eres rara.
— A ver, tío, ser homosexual no es ser raro o anormal o enfermo o lo que te dicen en la Iglesia que tengas que pensar —tensa la mandíbula, casi le escucho el pensamiento "Hija de la gran..."—. No me sentía plena con Iván y ya.
— Es que no se trata de sentirse pleno. Rediantres, con un demonio.
>> Se trata de obedecer principios, moral, la natu... Qué naturaleza ni qué rayos. El plan de Dios.
— Y si lo que soy, lo que siento ¿fuera parte de ese plan?
— No lo es.
— ¿Como estás seguro?
— No lo es —alarga la mano para subir el volumen a la radio, el secretario de Hacienda habla sobre la depreciación del petróleo mexicano.
3.
¿Estás seguro que la Atlántida se situaba en una isla? ¿Y si acaso flotaba en los cielos antes de colapsar al fondo del mar?
-Abraham Polvo en Morirse en Navidad
Ya es poco después de mediodía cuando por fin llegamos a Xalapa.
Dejamos el Auto Increíble en un estacionamiento adjunto a un conocido centro comercial y nos encaminamos al Pasaje Tanos.
— ¿Vamos de compras? —pregunto, él no parece captar el chiste.
Pasamos por diferentes locales y frente a lo que parece una exhibición de libros que recorre todo el pasaje. Ah, Xalapa y su gusto por la cultura, sólo son igualados por Novacruz.
— ¿Por qué no almuerzas algo? —pregunta Franco —¿Necesitas dinero?
De pronto me sorprende la generosidad del tío Franco. Papá me dijo una vez que, de joven, Franco era muy miserable. La religiosidad lo cambió en ese aspecto. Ojalá todos esos cambios hubieran sido positivos.
— No, tío. Gracias —le digo.
— Bien, bien. Yo hablaré con Zetina para alistar detalles, después te llamo para fijar cuando y dónde encontrarnos para ir a Coatepec.
— ¿Coatepec?
— ¿No te gusta el olor a cafetal?
— Sólo preguntaba, digo.
— Genial, pues —Franco toma su rumbo cuando se voltea para decir—. Oh, por cierto: no hagas algo estúpido.
Me quedo con las manos en los bolsillos de la chamarra contemplando como se aleja. Maldito estúpido.
Voy al café La Casa de Nadie, en la calle Herrera.
Vaya imbécil que puede ser tío Franco: "No hagas algo estúpido". Como si los religiosos fueran unos genios... u honestos, siquiera.
Todo transcurre con normalidad hasta que unas manos me cubren los ojos. Son suaves, femeninos, conocidas.
— El mundo es pequeño, ¿no es cierto, bebé?
Nayeli Méndez.
A Nayeli la conocí antes que Julia. Llevamos una relación que jamás fue ni conocida, mucho menos estables. Eran los días que pretendía "ser normal". Siempre nos terminamos encontrando para bien o mal y fue cuando inició mi relación con Julia que nos distanciamos.
Al poco ya hablábamos como si jamás nos hubiesemos gritado nuestro precio y de lo que nos íbamos a morir... ¿será que algunas personas elegimos a otras para que funcionen como nuestras drogas duras?
Hablamos de pura maldita trivialidad y al final de la plática es cuando Nayeli pregunta por Julia: — ¿Sigues con ella?
Tardo en responder. Maldición, ella sonríe y sabe qué significa.
— Mira, por si interesa — deja una tarjeta de su estudio fotográfico —... Quizás te interese una sesión.
Se levanta y se va.
Maldición.
Somos diamantes envenenados
La tarjeta tiene escrito su número personal y su dirección.
Somos tu y yo, supervillanos enamorados
Veo a Nayeli tras la ventana despidiéndose, una tenue brisa empieza a caer.
No. No iré. Seré fiel a Julia, es por eso que estamos en una relación... ¿no es así?
4.
Rumores: Dentro de la Iglesia católica hay, en secreto, adoradores de los Arcanos. Si son muchos o pocos no lo sé pero vaya que han hecho jaleo...
A las once de la noche Tío Franco llama, estoy en la calle, el frío decembrino es seco e intenso.
— Seis de la madrugada en el Parque Juárez. Iremos a Mahuixtlán en Coatepec —dice Franco.
— Bien.
— ... ¿Sí lo harás, cierto?
— Sí, tío.
— Zetina dijo que no irá el muy canijo. Dijo que tuvo un mal augurio: cosas de indios.
"Cosas de indios", ¿porqué demonios tiene que ser tan desagradable? — Okey, tío... ¿está bien el señor Zetina?
— Está bien pero aún clavado en su mugre pagana supersticiosa.
Y el Purgatorio no lo será — Bien, tío.
— Descansa porque lo que viene no te dejará pegar los ojos.
>> No es broma.
Cuelga.
Minutos después he llegado a un edificio de apartamentos. Estoy nerviosa, Dios mío, mis manos están heladas y no es el clima.
Llamo desde el móvil. Un timbre... dos... tres...
Estoy a punto de colgar cuando contestan: — ¿Hola?... ¿Diga?
— Na-Naye...
— ¿Melissa?
— S-sí. Soy yo... estoy aquí.
Y cierro los ojos y puedo hasta sentir el corazón de Julia romperse en mil pedazos.
Quizás... mientras sea un secreto...
5.
Rumores: ... Las catedrales parisienses, por ejemplo, están realmente consagradas a la Orderatriz y las Vírgenes Negras realmente son manifestaciones de la Vorágine, la coartada es la Virgen María.
Estamos en el Auto Increíble, hemos pasado ya la zona urbana de Coatepec y nos adentramos a su castigada, muy castigada zona rural.
El cielo es color azul oscuro y ribeteado por estelas de color naranja y rosado. Aún se pueden ver algunas estrellas titilando.
El frío es aún más crudo que ayer, como si estuviera vivo, como si fuese maligno. Nos adentramos en un camino silvestre, el olor a hierba y tierra húmedas es fuerte y no hay ruido alrededor.
Tío Franco reduce la velocidad, al final llegamos a una casita realmente maltratada, está pintada de azul claro e invadida por los estragos del tiempo y graffitis obscenos. Tanto la entrada como las ventanas están tapiadas.
El motor del Datsun se apaga.
— Llegamos —dice Tío Franco.
Bajamos del Datsun. En minutos, tío Franco va cargado con una hielera, una linterna, su escopeta y una vieja caja como de herramientas.
— ¿Y esa hielera? —pregunto.
— Sangre.
6.
Rumores: Ha habido tres lunas antes de la que gravita alrededor del planeta. Las tres colapsaron provocando extinciones masivas. Se dice que fueron invocadas...
Entramos a la casucha, la entrada tapiada es solo aparente. Se abre desde afuera después de abrir un candado secreto.
La débil luz entra entre los espacios de las tablas que tapan las ventanas. Enciendo la lámpara que me facilita tío Franco mientras cierra la puerta y pone el seguro oculto. El inmueble parece una casa embrujada como en la película argentina La Casa Muda.
Tío Franco retira unas tablas de madera del suelo que cubren una entrada secreta resguardada por una losa de acero con un candado especial que requiere una clave.
Al fin configura la combinación correcta, retira el candado, la losa es abierta: — En éste caso, las damas no van primero.
Lo sigo por un pasillo estrecho con la linterna en mano, él va por delante con la hielera y la caja de hierro y su escopeta. El sitio es como un escondite de narcotraficante, realmente claustrofóbico.
— En mis días del ejército —dice Franco— . Tuvimos a un maldito bastardo de Novacruz llamado Amadeo Vela que sembró el caos en el estado, en Chiapas, Puebla y Oaxaca con una droga llamada Memento.
>> El maldito fundó una especie de secta-cártel llamado Los Justos. Después el tipo se esfumó así sin más de la escena criminal del país.
>> Sin embargo todavía había células de los Mantras que operaban aquí en Veracruz.
>> Sus lugartenientes eran unos malditos animales, uno apodado El Santito arrojó la cabeza de la esposa de un jefe de policía municipal de Catemaco en la comandancia de ahí mismo y solamente lo mandaron a Pacho Viejo.
>> Eso merecía una venganza y el hijo del averno se fugó. El malnacido merecía la muerte y yo estuve a poco de hacerle pagar.
>> Se descubrió entonces que planeaba asesinarlo en la cárcel. Un maldito soplón se enteró y fue a chillar a los superiores.
>> Aquello era delicado pues eran tiempos de elecciones y el gobernador no quería tener el escándalo de un militar con planes de homicidio extraoficial en su agenda.
>> Entonces unos amigos me contaron sobre la Piñata.
>> "¿Recuerdas a Amadeo Vela?" Me dijeron.
>> Pues resultaba que estaba vivito y coleando. Ellos lo habían desaparecido: lo tenían en un ingenio abandonado en Apazapan.
>> La Piñata era el nombre clave del lugar, algo extraoficial, por supuesto. Algo que ni los llorones de la Proceso o la Aristegui imaginan que existe.
>> Cada vez que había una situación como la del Santito íbamos a la Piñata y ajustábamos cuentas drogando primero y dándole una reverenda paliza a Vela o a quien tuviéramos allí. Todos narcos.
>> Vela era el premio mayor. Lo manteníamos vivo específicamente para molerlo a golpes. Después de todo el maldito había hecho ya bastante daño ¿por qué no devolverle su receta?
>> Todo ha quedado en familia. El nombre del lugar era el indicado: Piñata.
>> Y ésta es la nuestra.
7.
Rumores: ...De hecho, los monumentos megalíticos atribuídos a gigantes sirvieron principalmente para evitar que la luna se estrellara contra la Tierra quedando estática, ésto hasta que empezó a moverse provocando el Diluvio.
Al fin llegamos frente a una puerta de acero. Tío Franco abre tres cerrojos.
— Apaga la luz —dice Franco —. NO la enciendas para nada.
Así lo hago
Abre la puerta con un rugido aterrador... todo es penumbra absoluta.
Un siseo mecánico se escucha ¿qué demonios es?
... son... ¿cadenas?
— Quédate aquí —dice Franco. En la oscuridad distingo su silueta entrando a la siguiente estancia pegándose a la pared.
Franco parece buscar un interruptor. Del cuarto emana un olor como ozono... como que no es algo de este mundo. Es alienígena.
Por primera vez me hago la pregunta: ¿cómo demonios vine a parar aquí?
— Entra pegada a la pared. No camines más allá —dice Franco.
¿Qué diablos es ésto? Estoy asustada, la pared es fría y rasposa, de argamada. Oigo el sonido... sí, es de cadenas y (Dios mío) un gemido después.
Vela era el premio mayor
Me sobresalto.
El tío Franco encuentra el interruptor. Lo acciona. La luz parpadea para después iluminar tenuemente la estancia pequeña y sin ventanas.
En la esquina está un niño encadenado, malnutrido y desnudo. Está cubierto de unos lunares desagradables en todo su pequeño cuerpo. Está agazapado con miedo.
Dios mío. ¿Pero qué es esto?
Ahogo un grito. Franco no dice nada. Mis ojos se llenan de lágrimas y mi corazón de angustia.
Quiero gritar, quiero vomitar.
De la hielera, el tío Franco saca una bolsa de plástico llena con (Hostia, hostia) sangre.
He notado que hay una línea trazada... ¿con sal? La línea delimita la distancia máxima la cual el pobre inocente puede alcanzar atado a la cadena. Franco vacía un poco del contenido de la bolsa.
Vomito al fin, Franco ni se inmuta.
El niño ve el chsrco sangre y se queda enajenado.
Dios mío... ¿eso es realmente un niño o sólo una apariencia? Noto por vez primera que sus ojos son rojo oscuro y percibo que los lunares son... signos o glifos que...
Cambian de forma... los signos se metamorfosean, cambian con frenesí. Dios, hostia, hostia ¿pero qué demonios sucede?
El niño se pone frenético y sale disparado a por la sangre, estira sus brazos y los mueve con locura emitiendo una serie de sonidos grotescos de la garganta. La cadena no lo deja avanzar más que el límite que marca la línea del suelo.
Su cabeza, cuello, pecho y vientre se abren en canal revelando una asquerosa boca que supura una baba espesa y blanca, su aliento es nauseabundo y multitud de dientes puntiagudos en las emponsoñadad ensías.
Quiero desmallarme. N-no me siento bien. Dios, Dios...
En el fondo de la gran y obcena boca del engendro no hay nada. Igual que oscuridad cósmica, como una ventana al espacio salvaje ¿cómo puede ser eso?
Lo que debería ser el interior del cuerpo de la criatura no existe, sólo esa negrura total y espantosa.
— Una cacería exitosa —dice Franco al tiempo que abre la caja de hierro.
>> ¿Sabes, Melissa? La cacería de monstruos no se distingue mucho de la lucha contra el crimen organizado.
>> De hecho, en ambas cosas estás combatiendo con monstruos.
>> A veces las cacerías no salen como queremos.
>> Hay muertes lamentables, búsquedas frustradas, problemas con la autoridad.
>> A veces los malditos monstruos ganan. Y yo no soy paciente, a Zetina esas cosas le arrebataron a un hijo de una manera horrorosa... la piel se le calló por días hasta morir.
>> Días, Melissa de agonía lenta, dolorosa y sangrienta.
>> A ti casi te matan —dice viéndome.
Respiro con dificultad. Me limpio el vómito con el dorso de la mano. El corazón se me va a salir del pecho, la cabeza me va a estallar.
La criatura sigue estúpidamente tratando de alcanzar el charco de sangre. Jadea, gime, babea.
— Esta es tu iniciación, Melissa —de la caja herrumbrosa saca unas municiones con las que carga la escopeta, la recorta. En la caja hay otros objetos de apariencia antigua, creo que ver un frasco de formol con algo retorciéndose dentro.
>> Estamos ya cansados de esta bestia. Durante un par de años la hemos maltratado cuando nos ha salido mal una misión.
>> Alguna vez fue humano y créeme: no quieres saber qué clase de cosas ha hecho.
>> Descubrimos que fue infectado por una cosa llamada Parásito del Karma. Fueron sus padres quienes dieron el visto bueno para que lo tengamos aquí.
>> Lo dejamos de tratar como persona una vez que la transformación estaba avanzada.
>> Ese es el maldito daño que hacen los Horrores de la Oscuridad.
Coloca la escopeta en mis manos, firmemente. Pone mi dedo en el gatillo.
Estoy fría, temblando, la cabeza a punto de explotarme, estoy llorando.
— A veces —me dice—. Hay que convertirse en un monstruo para acabar con ellos.
>> Con un disparo y en la condición en la que está el engendro no puedes fallar. Líbralo de su miseria.
La criatura se retuerce frenética por la sangre. Veo a Franco incrédula, con los ojos llenos de lágrimas.
— Apunta a la cabeza.
Si alguna vez fue humano, este niño fue amado, abrazado por sus padres, jugó, saltó, soñó, probablemente estuvo en una escuela, probablemente su madre cuidó de él cuando tuvo fiebre, probablemente tuvo una mascota, amigos, ilusiones, ganas de vivir.
La bestia sigue rugiendo una y otra vez con demencia. ¿Es que así es la maldita caza de monstruos, su salvajía, su crueldad? ¿Es por esto que debe ser un secreto?
— Jala el maldito gatillo. Ésta cosa ya cobró la vida de inocentes y destruyó las de otros más.
>> Hazlo ya, Melissa.
Me dan asco. Todos ustedes
Es solo un niño, por Dios ¿no lo ves, maldición? ¿¡No lo ves!? ¿¡NO LO VES, NO LO VES, NO LO VES!?
¡En sus vidas me dirijan la palabra! Prefiero tener cáncer
Solo un niño. Solo un niño. Sólo un niño. Sólo un...
A veces hay que convertirse en un monstruo para acabar con ellos
— ¡Hazlo ya!
Después de todo el maldito había hecho ya bastante daño ¿por qué no devolverle su receta?
Grito.
Cuando me doy cuenta estoy apuntándole a Franco en la cara. Dos cañones de escopeta directo a su cara. Mis manos están frías, tiemblan, mis ojos llenos de lágrimas.
Franco se ha sorprendido, hay sorpresa, incluso miedo en su rostro. Pero se ha repuesto rápido.
¿Qué demonios hago? ¿Es acaso él el verdadero monstruo?
Sólo dice: — No eres capaz.
EPÍLOGO
Nada es real hasta que se experimenta; aun un proverbio no lo es hasta que la vida no lo haya ilustrado.- John Keats
El viento mece perezosamente los platanares, las matas de café, la hierba crecida y a diferentes especies de amables árboles. Se escucha el canto de las cigarras, el de un ave desconocida que parece casi un lamento.
De pronto se escucha una detonación sorda en algún confín secreto bajo tierra. Y luego otra.
Dos disparos de escopeta.
Salen de la pequeña casa desgastada de color azul con ventanas cerradas con tablones. Se aprecia un Datsun aparcado en las cercanías de la casa, pareciera que se entienden por antiguos.
Después todo tranquilo.
Se escucha un ruido metálico de la casa, una losa de acero que se alza con un monstruoso rechinido.
Al poco después, la falsa entrada tapiada se abre suavemente.
Y se queda así un rato más.