El mundo es un lugar lleno de mentiras y miserias, y yo he sido testigo de ellas todas. La gente se arrastra por la vida, fingiendo ser algo que no son, sonríen como si eso fuera suficiente para borrar su vacuidad. La hipocresía es su segundo idioma, y yo, yo soy el observador, el que ve más allá de sus rostros pintados y sus gestos mecánicos. Todo el mundo actúa, y el escenario de esta farsa es la sociedad que se destruye a sí misma, una mentira tras otra.
Me odio por haberlo creído alguna vez, por haber pensado que esto era algo más que un circo de almas perdidas. La gente se ríe de sus propias desgracias, se estrella contra la realidad y la llaman 'vida', como si la tortura y la mediocridad fueran suficientes para darles sentido. La mayoría no tiene ni idea de lo que significa ser verdaderamente libre, de ser uno mismo sin las cadenas de la aceptación, de ser un ser humano sin las máscaras de lo que se espera.
Miran a su alrededor y ven a sus iguales, ignorantes, complacientes, y no ven el abismo. El abismo que los devora por dentro, que se cierne sobre cada uno de ellos, y que solo algunos como yo pueden ver. Pero ¿quién soy yo para juzgar? Simplemente soy uno más en este océano de desesperación, alguien que la sociedad ha arrojado a la basura, alguien que ha visto la verdad y ha decidido que no puede volver a fingir.
El odio que siento no es solo hacia ellos; es hacia el sistema, hacia el lugar donde se cría la mediocridad, donde los sueños se marchitan y la ambición se aplasta en nombre de una 'normalidad' que huele a putrefacción. Me odio por cada minuto que pasé esperando un cambio, por cada oportunidad que me arrebataron y por cada voz que se ahogó en el ruido de la mayoría.
La humanidad es un mal chiste, un error que nunca debió existir. Y sé que algunos de ellos podrían decir que mi odio es solo una excusa, que es el reflejo de mis propios fracasos. Pero eso es lo que ellos hacen, ¿no? Proyectan su ignorancia y su mediocridad, mientras yo observo y me río en silencio, el único que sabe la verdad. Porque al final, lo único que queda es el odio, y al menos eso es real
Me odio por haberlo creído alguna vez, por haber pensado que esto era algo más que un circo de almas perdidas. La gente se ríe de sus propias desgracias, se estrella contra la realidad y la llaman 'vida', como si la tortura y la mediocridad fueran suficientes para darles sentido. La mayoría no tiene ni idea de lo que significa ser verdaderamente libre, de ser uno mismo sin las cadenas de la aceptación, de ser un ser humano sin las máscaras de lo que se espera.
Miran a su alrededor y ven a sus iguales, ignorantes, complacientes, y no ven el abismo. El abismo que los devora por dentro, que se cierne sobre cada uno de ellos, y que solo algunos como yo pueden ver. Pero ¿quién soy yo para juzgar? Simplemente soy uno más en este océano de desesperación, alguien que la sociedad ha arrojado a la basura, alguien que ha visto la verdad y ha decidido que no puede volver a fingir.
El odio que siento no es solo hacia ellos; es hacia el sistema, hacia el lugar donde se cría la mediocridad, donde los sueños se marchitan y la ambición se aplasta en nombre de una 'normalidad' que huele a putrefacción. Me odio por cada minuto que pasé esperando un cambio, por cada oportunidad que me arrebataron y por cada voz que se ahogó en el ruido de la mayoría.
La humanidad es un mal chiste, un error que nunca debió existir. Y sé que algunos de ellos podrían decir que mi odio es solo una excusa, que es el reflejo de mis propios fracasos. Pero eso es lo que ellos hacen, ¿no? Proyectan su ignorancia y su mediocridad, mientras yo observo y me río en silencio, el único que sabe la verdad. Porque al final, lo único que queda es el odio, y al menos eso es real
