No le des la espalda a la oscuridad

shinhy_flakes

Jinete Volad@r
Miron
Bakala
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Has despertado en la noche sintiéndote presa de un miedo sin precedentes ni lógica alguna que pueda explicar por qué aquel sudor frío, lleno de temores, corre por tu piel? Quizás eres de esas personas que dice no temerle a la oscuridad por aparentar el más estúpido y patético sentimiento de querer ser reconocidos como los valientes, pero, muy por seguro, eres realmente de aquellos que cuando están solos en sus hogares, no pueden carminar por los lugares oscuros de su propia casa. Sabes qué. No pienso juzgarte, ya que aquellos que hacen lo que tú haces, es echo por una razón muy importante. Los verdaderos amos del no miedo a la oscuridad, puede que sean personas como tú, sin embargo, ellos podrían presumir y pecar de orgullo, al sentirse superiores en una postura de valentía machista, al decir o explicar que no poseen el absurdo miedo a la oscuridad, pero ellos no tienen la menor idea de lo que hablan, y es que es la cosas más natural del mundo no temerle a la noche, pero, esas personas no ¿han visto lo que tú has visto en la oscuridad? imágenes tan monstruosas que, sin duda alguna, convertirían a tu vecino, no temeroso de la oscuridad, en un pelele que no podría dormir por las noches sin su lampara pegada a su cama. Obviamente ellos no conocen el verdadero temor que la oscuridad representa.

¿cuando fue la última vez que no sudaste frío en la oscuridad? ¿recuerdas? sí...que bueno. Aquella noche de verano todo transcurría comúnmente, excepto por el echo de que hace unos minutos habías matado a tu esposa de una manera tan brutal que tu cerebro no alcanzó a comprender lo que habías echo y toda la parte de la matanza era borrosa para tu perturbada mente. Las últimas dos imágenes de tu esposa, en tu cabeza, eran las de ella sonriendo frente a ti. Dándote un beso de bienvenida a casa, sí, estabas algo cansado y con dolor de cabeza, pero no por eso apuñalarías a alguien cincuenta veces en el pecho, bueno, al menos yo no lo haría; segundos después, solo puedes recordar el cuerpo de tu mujer, desangrándose a tus pies, tus manos repletas de sangre, al igual que tu ropa. ¿Qué se supone que una persona haría en esa situación? Tú...escapaste, quizás la mejor decisión que pudiste haber tomado, y es que, a pesar de no recordar nada de lo sucedido, tú serías acusado de asesino y ya estarías en prisión, pudriéndote, si esperanzas de salir.

Pero, te conoces, ella te conocía, por eso le sorprendió tanto sentir tus manos estrangulándola; yo te conozco, todos sabemos que no serías capaz de hacer algo así, y menos sabiendo que ella estaba embarazada. oopps!, ¿no lo sabías? Supongo encontrar las radiografías de tu futuro hijo, en la cabecera de tu cama, mientras subías a todo prisa para hacer una maleta y largarte de ahí, no fue fácil. Eso debió doler mucho más.

Tú vecino, que presume ser valiente ante cualquier reto no tubo que presenciar aquel pequeño incidente en el que matabas a tu esposa, quizás por eso puede dormir tranquilo. Pero, ¿tú no duermes acaso? ¿Qué haces ahí parado frente a tu ventana, a las tres de la mañana y viendo hacia la calle? ¿buscar a alguien? Los ruidos en los pasillos de tu casa es aquello que no te deja dormir. De nuevos los escuchas. Esos ruidos que resuenan en tus oídos y te despiertan por la noche, aquella oscuridad que está a una puerta delgada de distancia y una lampara del hombre araña al lado de tu cama, no permite pasar. Otra noche más sin dormir.

Te vez pálido. ¿no has dormido bien estos días? Deberías descansar, pero aún en ese estado sigues luchando por tratar de encajar en este nuevo vecindario, de esta nueva ciudad, del nuevo país en el que vives. Pero, sabemos que no puedes, que la gente juzga a las personas que no conoce, y cada uno de los intentos fallidos de socializar con tu vecino sin miedo a la oscuridad, solo hizo que lo odiaras un poco más. Él nuca le tuvo miedo a la oscuridad, dijo, mientras todos platicaban una de esas noches que pretendiste ser normal, sobre sus miedos más profundos, tú, valiente por soportar cada día la misma pesadillas, dijiste, la oscuridad. Todos callaron, nadie hizo un solo ruido, fue la abrupta carcajada y el maldito dedo que te señalaba, mientras su estómago saltaba al burlarse de ti; de ese maldito vecino sin miedo a la oscuridad, lo que provocó tu huida, hace sólo dos noches.

Aquel ser te está mirando de nuevo, en sus ojos vez los tuyos. Quiere ser parte de ti, quiere poseerte y tu inseguridad le está dando ventajas para tomarte de nuevo. Aquel día, habías recibido la noticia de que tu padre había muerto, eso ya debió ser suficiente, pero que por alguna razón, tú, durante tu duelo, hayas decidido, sin motivo alguno, solo el profundo dolor de la perdida de un ser querido, tomar una ruta diferente, aire puro de la playa, y, entonces ver como tu esposa se besa con otro hombre, eso debió ser más duro. Te perdiste, estuviste horas fuera de tu casa, estacionado en un lugar donde ella no te pudiera ver cuando llegara, mientras que aquel ser te veía desde el asiento trasero de tu coche, sí, ya era de noche, pero no le tenías miedo a la oscuridad en aquel tiempo. Perdiste, el te poseyó, todo el dolor en tu interior solo abrió una grieta en tu alma como para dejar pasar al ser de los ojos rojos. Él fue el que estranguló y apuñaló a tu esposa más de cincuenta veces, él, no tú, despiertas del trance en el que el demonio te tenía y lo primero que vez es tu sonrisa mórbida y de placer enfermizo, reflejada en la hoja del cuchillo con el que acabas de destripar a tu esposa.

Esas criaturas te siguieron a tu nuevo hogar, viven en los pasillos de tu templo espiritual. ¿Creíste haberlas dejado atrás después de tantos rituales religiosos sin sentido? Por Dios! tú nunca fuiste un hombre de fe y sabías que no funcionaría, pero lo intentaste y se te agradece. Estás despierto otra vez, ya comenzaron los ruidos, pero ahora son los de tu vecino que martilla su casa a las dos de la mañana. Ya no puedes ni con las voces en tu cabeza y a este pedazo de pendejo se le ocurre trabajar hasta tarde. Deberíamos visitarlo. Quizás es hora, después de veintidós años, esos demonios podrías servirte de algo. Veintidós años de búsqueda, de viajar país por país, buscando el lugar perfecto, con el hogar perfecto para vivir, ese lugar en el que frente a tus ojos, cada noche, ese vecino estúpido se burla desde su casa, apagando los luces y haciendo parodias de ti, fingiendo de manera ofensiva tu miedo a la oscuridad, mientras tú te tienes que tragar ese espectáculo cuando sacas la basura. Las cosas se facilitan más cuando aquel estúpido es el mismo que se cogía a tu esposa. Quizás ella necesitaba a alguien que no fuera estéril, para vivir bien. Ella quería ser madre y eso no lo podías tu hacer realidad, pero como saberlo en esos tiempos, si apenas te enteraste hace dos años, vaya que esa mujer te hizo sufrir, veinte años pensando que habías matado a tu hijo, el único inocente en todo esto, pero no, ahora te sientes mejor.

No...no te preocupes por mi, no me interesan los detalles del como y que tipo de tortura usaste con tu vecino, no quiero saber como lo golpeaste con una roca y lo arrástrate hasta su sala, tampoco me interesa saber que lo primero que hiciste al despertarlo, fue romper todos los dedos, esos dedos que tocaban a tu esposa, con un martillo; como quemaste con un soplete, los labios que besaban a tu esposa, debiste haber terminado con esas tijeras y el corte de su miembro, ese asqueroso miembro que había embrazado a tu esposa. Pero no te detuviste y tenías que violarlo con una varilla metálica al rojo vivo. Eso fue lo que sentiste tú ¿no? Esta vez fui yo el que no vio nada y te dejé a ti hacer el trabajo sucio.

Esta vez si fuiste tú el que asesinó a alguien. ¿terminaste apuñalandolo cincuenta veces en el pecho, aún después de muerto? Lo sabía, no podrías evitar ver de nuevo aquel reflejo de tu mórbida sonrisa al matar a alguien, y fue ahí cuando te diste cuenta que de que toda tu vida le tuviste miedo a la oscuridad, de que toda tu vida, esos demonios te acosaron y solo necesitaban un empujón pequeño, tan pequeño como aquellas hormigas a las que matabas una por una, con tu dedo indice, y jugabas ahí por horas, matando y matando hormigas en la arena, arena que llevabas a la caja de tú gato con muchas hormigas vivas para que lo mordieran mientras la usaba, y cuando tu gato te arañó por eso, lo llevaste con el perro del vecino y mientras lo sostenías con una correa, dejaste que aquel furioso animal lo despedazara, no quedaron restos de tu gato, sólo lo pequeño cascabel en el suelo, tan pequeño como el empujón que necesitaban tus demonios para salir, recordaste que aquel día fuiste tu verdadero tú por unos segundos. Ya por fin lo aceptaste. Al fin abrazas tu realidad, que fuiste tú el que mató a tu esposa y lo disfrutaste. Ahora, si en algún momento vuelves a culpar a los demonios que habitan la oscuridad, piénsalo dos veces, porque, pasar ser completamente honestos, nosotros, los demonios que te atormentamos y te hacemos hacer cosas terribles, para tú mala suerte, solo vivimos en tu cabeza.