La bestia.

shinhy_flakes

Jinete Volad@r
Miron
Bakala
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No estoy seguro de que tan real haya sido esta experiencia, pero de lo que estoy seguro es de que ya hace años que no puedo dormir tranquilo por las noches. Cada vez que lo intento, aún veo su rostro. Oh, Señor, su horrible y decrépito rostro putrefacto. Líbrame, oh Dios, de esa imagen nauseabunda y terrible.
Todo ocurrió un verano terrible, de calor insoportable y nubes de insectos por las noches. Yo estaba jugando con mi PS4, ya entrada en años, en el sótano de mi casa. Mis padres estaban fuera de viaje de negocios, y al estar en vacaciones, podía jugar todo el tiempo que quisiera. Me pasaba horas en esa máquina, jugando a todo tipo de videojuegos. Pero sobre todo, me apasionaban los de terror. El lector entenderá nombres como Resident Evil, Silent Hill u Outlast, supongo. Y jugaba desde la madrugada hasta la noche, en ese oscuro y húmedo sótano, donde tenía el aparato conectado a una antigua pantalla.
Una de esas noches, de tormenta y con más insectos de lo normal, me encontraba jugando una partida de un juego de Resident Evil. En el cénit de la batalla con el jefe final, oí un estallido a lo lejos y la TV, junto con la consola, se apagaron. “Un corte de luz” pensé. Me decidí a revisar el generador del cobertizo del patio. Era natural que la lluvia lo hubiera apagado. Solo esperaba que no hubiera entrado en cortocircuito, o se hubiera roto.
Me calzé mis zapatillas y subí las escaleras hasta el living, luego caminé hacia la puerta principal que daba al jardín. Un jardín bastante grande a decir verdad, con muchas plantas que mi padre había ido adquieriendo con el paso de los años, a modo de hobby. Naturalmente, tanta vegetación atraía cantidades obscenas de mosquitos, por lo que me apliqué repelente antes de salir.
El suelo estaba repleto de barro, y se iba inundando a medida que las incesantes gotas caían del cielo. Llegaba un punto en el que tuve que saltar charcos cada vez más grandes, hasta que al fin alcancé la bendita puerta del cobertizo, donde teníamos el generador. Puse mi mano en el picaporte y…
Me quedé helado. Una agresiva agitación del otro lado me hizo retroceder. Había alguien ahí adentro. Mis padres? Imposible. Estaban de viaje. Un ladrón? Eso era más probable. Asustado, miré a mi alrededor, buscando algún objeto contundente con el que defender mi hogar. Una pala, a lo lejos. Silenciosamente me apresuro a agarrarla. Ya estoy a la mitad del camino cuando…
La puerta se abre. Brusca, violentamente, como si un ser colosal la hubiera destrozado. Miro atemorizado. El corazón me late a una velocidad y fuerza anormal. Oh, Dios. ¿Por qué miré? ¿Por qué tuve que salir de mi segura y cómoda casa? Nunca debí…
La veo. La criatura. Era espantosa. Su grotesco rostro lobuno me mira con esos ojos rojos y brillantes, inyectados en sangre. Sus dos patas delanteras, cada una del tamaño de un hombre mediano, acabadas en garras grandes como cuchillos de caza. Veo como de su boca pende un hilo de saliva. De ella emana un hedor fétido, como el de la carne podrida, y gusanos se desprenden de sus orejas, inquietantemente humanas. Las moscas lo rodean como si de un farol se tratase. Me mira y sonríe, mostrando sus dientes decrépitos y roídos, pero aún afilados.
El miedo me paraliza. Siento su respiración agitada y ronca acercándose. Veo como avanza sin dejar de mirarme con esos ojos penetrantes y demoníacos. No hay nada que pueda hacer. Va a matarme. Va a destrozarme. No tengo nada que hacer ante esa hórrida bestia. No puedo siquiera correr. Ya está cada vez más cerca. Cada vez más. Resbalo y caigo al lodo. Está a la altura de mis pies. Está frente a mi cara. Su saliva cae sobre mi rostro. Su olor me marea. Las moscas se posan en mis ojos, y me impiden ver.
Despierto en la cama del hospital. Sufrí un desmayo, y un vecino de confianza que creyó oír ruidos en mi casa me encontró tumbado en el lodo, víctima de un claro ataque de epilepsia. Estuve desmayado durante semanas, hasta que recuperé la consciencia. Nadie creyó mi historia. Durante años acudí a sesiones en el psicólogo, que me ayudaran a librarme de ese trauma. Inútiles.
Cada vez que cierro los ojos, cada vez que me acuesto en la cama, cada vez que salgo al jardín, lo siento. Lo veo. Lo huelo. Ese hedor que aún me provoca náuseas. En cada habitación oscura, veo sus ojos. Dos resplandecientes orbes rojas. Ya no bajo al sótano, ni puedo soportar estar en mi cuarto sin un velador. Me fui volviendo loco con el tiempo, ya nadie le da importancia a lo que siento. Me tratan de demente. Y a mis miedos, de delirios infundados.
Pero ya está cerca el día de mi liberación. Lo presiento. Cada día lo huelo más fuerte, y sus ojos se acercan más a mí cada día que pasa. Pronto descansaré de este tormento, cuando finalmente me atrape.