Estaba en casa, sentado con mi mujer, cuando vi una luz reflejada en mi ventana. Provenía del colegio del frente, donde yo trabajaba como conserje. Una de las aulas se había quedado encendida.
Al día siguiente, transcurrió mi trabajo como un día normal. Antes de irme del colegio, me aseguré de que todas las luces estuvieran apagadas y me fui para casa.
Por la noche, mientras cenaba con mi mujer, volví a ver la luz encendida. Decidí ir a apagarla y ver qué pasaba. El colegio estaba sumido en un profundo silencio, Subí las escaleras hasta la planta de arriba, recorrí el pasillo y abrí la puerta.
En una mesa, en medio de la sala oscura, una niña se encontraba absorta en la lectura de un libro. Le pregunté qué hacía allí a esa hora de la noche. Con calma, me respondió que la profesora la había castigado.
Me acerqué a ella y noté que estaba absorta en la lectura de un libro en muy mal estado, con apariencia antigua.
Le pregunté quién la había castigado, y ella mencionó a la profesora de inglés, explicando que se había portado mal y que la condenaron a pasar la noche allí.
Con sorpresa y preocupación, le conteste en que era imposible, que no estaba castigada y que debía regresar a casa,
En ese momento, la niña levantó la mirada fijamente hacia mí. mientras susurra al oído: "Vale, si no estoy castigada, me iré a casa." De repente, la niña agarró su libro y salió corriendo por la puerta. Intenté seguirla, pero al cruzar el pasillo, la perdí de vista.
Al día siguiente, consulté a la profesora de inglés sobre lo ocurrido la noche anterior y el supuesto castigo a su alumna. Su respuesta dejó en claro que no había castigado a nadie, y mucho menos durante la noche.
En la noche siguiente, la misma situación se repitió. Incapaz de dejar de mirar por la ventana, finalmente reuní valor, me puse la chaqueta y me dirigí al colegio para descubrir qué estaba sucediendo.
busque las orlas del colegio para identificar a la niña de arriba. Tras una búsqueda intensa, finalmente encontré la foto que buscaba. Sin embargo, me quedé atónito al ver lo que revelaban mis ojos: la niña formaba parte del anuario del año 1984, hace 40 años.
Abrí la puerta con temor y le pregunté: "Ya sé quién eres, ¿qué haces aquí?" La niña continuó escribiendo sin levantar la mirada. Me acerqué lentamente y volví a preguntar: "Sé que estudiaste en este colegio hace 40 años. ¿Qué es lo que quieres?" La niña se levantó, me miró fijamente y dijo: "Ya tengo lo que quiero, te tengo a ti", señalando con la mirada el papel que estaba escribiendo.
Detuve mi mirada en la hoja y con claridad pude leer: "Escribo esta carta para despedirme de todos. No puedo soportar más este sufrimiento, así que he decidido acabar con mi vida. Decirle a mi novia que la quiero".
Atónito, devolví la mirada a la niña con sorpresa y miedo. En ese momento, la niña sacó un cuchillo. Al ver el cuchillo en su mano, el miedo se apoderó de mí. La niña dio un paso hacia adelante con una expresión aterradora, claramente dispuesta a atacarme. Instintivamente, di media vuelta y corrí lo más rápido que pude, esquivando mesas y sillas, con el sonido de sus pasos resonando detrás de mí. Logré llegar a la puerta, la abrí de un tirón, y salí del edificio, corriendo hacia la seguridad de la calle iluminada. Atrás quedó la escuela y su oscura presencia, mientras yo, aún temblando, trataba de entender la realidad de lo que había experimentado.
Al día siguiente, transcurrió mi trabajo como un día normal. Antes de irme del colegio, me aseguré de que todas las luces estuvieran apagadas y me fui para casa.
Por la noche, mientras cenaba con mi mujer, volví a ver la luz encendida. Decidí ir a apagarla y ver qué pasaba. El colegio estaba sumido en un profundo silencio, Subí las escaleras hasta la planta de arriba, recorrí el pasillo y abrí la puerta.
En una mesa, en medio de la sala oscura, una niña se encontraba absorta en la lectura de un libro. Le pregunté qué hacía allí a esa hora de la noche. Con calma, me respondió que la profesora la había castigado.
Me acerqué a ella y noté que estaba absorta en la lectura de un libro en muy mal estado, con apariencia antigua.
Le pregunté quién la había castigado, y ella mencionó a la profesora de inglés, explicando que se había portado mal y que la condenaron a pasar la noche allí.
Con sorpresa y preocupación, le conteste en que era imposible, que no estaba castigada y que debía regresar a casa,
En ese momento, la niña levantó la mirada fijamente hacia mí. mientras susurra al oído: "Vale, si no estoy castigada, me iré a casa." De repente, la niña agarró su libro y salió corriendo por la puerta. Intenté seguirla, pero al cruzar el pasillo, la perdí de vista.
Al día siguiente, consulté a la profesora de inglés sobre lo ocurrido la noche anterior y el supuesto castigo a su alumna. Su respuesta dejó en claro que no había castigado a nadie, y mucho menos durante la noche.
En la noche siguiente, la misma situación se repitió. Incapaz de dejar de mirar por la ventana, finalmente reuní valor, me puse la chaqueta y me dirigí al colegio para descubrir qué estaba sucediendo.
busque las orlas del colegio para identificar a la niña de arriba. Tras una búsqueda intensa, finalmente encontré la foto que buscaba. Sin embargo, me quedé atónito al ver lo que revelaban mis ojos: la niña formaba parte del anuario del año 1984, hace 40 años.
Abrí la puerta con temor y le pregunté: "Ya sé quién eres, ¿qué haces aquí?" La niña continuó escribiendo sin levantar la mirada. Me acerqué lentamente y volví a preguntar: "Sé que estudiaste en este colegio hace 40 años. ¿Qué es lo que quieres?" La niña se levantó, me miró fijamente y dijo: "Ya tengo lo que quiero, te tengo a ti", señalando con la mirada el papel que estaba escribiendo.
Detuve mi mirada en la hoja y con claridad pude leer: "Escribo esta carta para despedirme de todos. No puedo soportar más este sufrimiento, así que he decidido acabar con mi vida. Decirle a mi novia que la quiero".
Atónito, devolví la mirada a la niña con sorpresa y miedo. En ese momento, la niña sacó un cuchillo. Al ver el cuchillo en su mano, el miedo se apoderó de mí. La niña dio un paso hacia adelante con una expresión aterradora, claramente dispuesta a atacarme. Instintivamente, di media vuelta y corrí lo más rápido que pude, esquivando mesas y sillas, con el sonido de sus pasos resonando detrás de mí. Logré llegar a la puerta, la abrí de un tirón, y salí del edificio, corriendo hacia la seguridad de la calle iluminada. Atrás quedó la escuela y su oscura presencia, mientras yo, aún temblando, trataba de entender la realidad de lo que había experimentado.