Gvilsa 8. Espiral

Tu papi

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Miron
Bakala
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Eran las siete de la mañana cuando la música comenzó a entrar en la habitación. Era algo delicado, que apenas tocaba el oído de Gvilsa. Giraba sobre su rostro dormido, ganando pacientemente consistencia. Giraba lenta, como el nacimiento de la vida en la Tierra, como hay que escuchar las palabras que importan, como el silencio ante una pregunta de la que conoces la respuesta. Giraba como una espiral. Después de permanecer en el aire, de haber ondulado un rato en lenta rotación, comenzó a descender dejando ver el inicio de la espiral. Era música que podía ser luz, que podía ser oscuridad, que podía ser el aviso enmascarado de algo malo que va a suceder, o el mismo mal que en ese momento estaba sucediendo. Y también podía ser una contraseña para despertar, podía ser el viento que dejaba al descubierto la verdadera faz, o la llamada desde un mundo agonizante sometido a este que había desaparecido hacía mucho tiempo.Descendió desde el exterior de la espiral una sección de la melodía y acarició el rostro de Gvilsa encontrando lo que buscaba junto al cuello y entrando por la oquedad. Allí se detuvo, buscando los caminos, susurrando, estimulando, empapando las paredes del oído con un barniz que no tenía brillo, pero que hacía crecer en las superficies señales que parecían plantas acuáticas mecidas por la marea. Allí donde la música pasaba dejaba un rastro, y, sin despertar a Gvilsa, depositaba ciertas semillas que darían fruto hoy o mañana. Si la música no tenía prisa tampoco la simiente aceleraría el proceso, que debía ser preciso y efectivo. La música se había hecho en el piso de Golki Vin, en el más absoluto silencio, para que ningún cuerpo extraño se introdujera en él y llevara la corrupción del mundo a su oído. Y ahora Pau, después de añadirle algo que sólo ella podía añadir, la dejaba escapar, descendiendo por la fachada del edificio hasta la habitación de Gvilsa, silenciosa a cualquier otro oído.En el sueño de Gvilsa comenzó a forjarse un bosque, y a la vez que el bosque crecía y se consolidaba se escuchó el sonido de criaturas que se arrastran, el suave roce de las hojas al moverse, ese sonido crujiente que corre de un lugar a otro y que ya ha cesado cuando la vista lo alcanza para reaparecer más allá. Del bosque brotó el rumor del río, de las flores que se abrían se escaparon insectos, como si todo se estuviera reconstruyendo y los insectos llevaran eones congelados allí dentro. Luego llegó una bruma cubriendo un mar de gusanos y un caballero con armadura acompañado de un hombre vulgar cabalgaban muy atentos. Cuando la niebla desapareció salió el sol dejando ver un bosque mutilado. Y enseguida creció de nuevo, verde y profundo, sin apenas silueta por la exuberancia que no dejaba ver más que el muro verde de infinitos tonos. Un olor acre se desprendió del suelo, de la misma tierra brotó un vaho que se mezcló con el perfume de las flores y de las ramas rotas que ya comenzaban a cubrirse de nuevos retoños. Era un olor a podredumbre y cansancio, y a la vez de renacimiento y amor.La espiral seguía cayendo hacia el oído de Gvilsa. En el sueño comenzó a perfilarse una sombra en el bosque, una sombra creciente, alimentada por la misma espiral, y desde el interior de la sombra Gvilsa se veía creciendo como crece un niño, quemando etapas como lo hacía el bosque que expandía sus límites así como se multiplicaban las criaturas que vivían en él. La niña tenía ahora una cabellera dorada y caminaba ágil por las ramas de los árboles vestida con un trozo de tela verde. Llegó a un claro y se detuvo en el borde. En el centro había un agujero y todo lo que había alrededor estaba quemado.“Diablos negros en la garganta del Mez” oyó susurrar una voz.Volvió corriendo al interior del bosque y no se detuvo hasta llegar a un árbol gigantesco. Ya no era una niña. Era una mujer adulta. Se tumbó sobre una rama del árbol y se durmió.Gvilsa comenzó a girar, acunada por la espiral.