Parte I
-¡Hey, tú! ¡¿Qué demonios haces aquí?! ¡El circo cerró hace dos horas!
-¡Mi hija ha sido devorada por uno de los leones! ¡Por el que tiene una cicatriz en la comisura de la boca!
-¡¿Que carajos estás diciendo?! Los leones no han salido de sus jaulas desde la mitad de la última función. Si no te vas ahora mismo llamaré a la policía. El hombre que buscaba a su hija metió la mano dentro de la jaula de los leones para tratar de alcanzar al que según él, había dado fin a la corta vida de esta.
-Bestia hija de puta... ¡Era tan solo una niña!
-¡Estúpido! ¡Saca la mano de ahí!
Albert era un guardia nocturno de circo, un tipo mórbidamente gordo que fácilmente llegaba a pesar 150 kilos, kilos que acompañados de sus casi dos metros de altura y una frondosa barba lo convertían en algún tipo de pie grande obeso y mal afeitado. Habían pasado apenas dos semanas desde que empezó a trabajar en “Goldenfish” un circo con un nombre poco usual que hacía honor a Richard Goldenfish el tío del señor Carl Marshall, dueño del circo, nadie sabía por qué Marshall había escogido el apellido de su anciano tío para nombrar su más grande y exitosa empresa: El circo Goldenfish. Albert nunca preguntó o indagó en el tema, si tenía un salario jugoso al final del mes el podía ayudar a Louis Creed a llevar a su esposa a Pet Sematary sin cuestionar nada. Había pasado los últimos tres meses en un motel destartalado, ya que su esposa, harta de tener que llevarlo a la cama cuando tenía más cerveza en el cuerpo que sangre y limpiar el piso lleno de excremento que Albert dejaba ahí como una rutilante alhaja de bodas, lo echó de casa con tanta violencia que los vecinos pasaron a la mañana siguiente a preguntar qué había pasado.
Después de conseguir un trabajo en el que pudiera beber un par de cervezas sin que se lo recriminen, Albert creía haber encontrado la sosiego, pasaba sus noches en el “Goldfish” y a las 8:30 a.m. iba a la cafetería a comer su desayuno-cena, luego se iba al motel en el que prácticamente vivía y prendía la televisión junto con el DVD para ver el porno más barato que había podido conseguir; se recostaba en un colchón andrajoso, deslizaba sus jeans hasta la mitad de sus posaderas y procedía a darse placer con sus manos callosas hasta quedar dormido entre su podredumbre. Esta rutina no era exactamente lo que él habría deseado cuando era un niño tierno que soñaba con ser bombero o piloto, pero ahora con sus 44 años no podía pedir más, había encontrado el sosiego y la “felicidad” de la que tanto había oído hablar.
Todo esto duró dos semanas, para después convertirse en una pesadilla; si realmente se puede decir que lo que Albert vivía era un sueño, un hombre con el brazo arrancado a zarpazos por un león airado lo sacaría de la tierra del nunca jamás para devolverlo a la tierra del amor por el petróleo y el dinero.
“La madrugada del día de hoy la cruz roja recibió una llamada de emergencia del guardia del Goldfish , quien aseguraba que un hombre caucásico de aproximadamente unos 30 años cuya identidad aún no se ha determinado, había introducido uno de sus brazos en la jaula de los leones y estos se lo habían arrancado provocándole una hemorragia que le cobró la vida. Los oficiales del departamento de policía del pueblo están investigando los hechos y las causas, por la tarde se dará un informe preliminar sobre lo que ocurrió en este circo. Los diarios ya han puesto en circulación una foto del rostro del difunto para que sus familiares lo busquen en la morgue del hospital Wexpone”
Kate Freeman, reportera del canal 13. Wexpone.
Por la mañana Albert fue a su cita en la cafetería, en el camino se encontró a un perro que yacía en la vereda con un hueso de pollo en el hocico, no podía evitar pensar que de tener mejor suerte, el tipo que había muerto frente a él, habría sobrevivido si en el Goldenfish adiestraran perros en lugar de leones, esto le sacó una risita nerviosa; rodeo al perro y al ver a este roerlo de una manera más felina que canina, recordó el brazo ensangrentado que relucía en las fauces de un león que lo roía como si de la carne más sabrosa del extenso catalogo de la animalia se tratara, Albert apresuró el paso aunque sin saber si lo hacía por el hambre que tenia o por el pánico que ese perro le provocaba. Por más ridícula que le parecía esta última opción, parecía ser la más acertada.
Cuando entró en la cafetería todos los presentes se echaron sobre él con miradas inquisidoras; en un pueblo tan pequeño los usuarios más constantes de la cafetería conocían a Albert, o al menos sabían que él trabajaba en el Goldenfish, y por el noticiero sabían lo que había pasado aquella madrugada.
Albert se dirigió a la barra sin percatarse de las miradas que lo perseguían en su andar.
-Albert… supe que pasaste una mala noche...
-Una mala noche… -Albert jugaba con una servilleta– sí, algo así Dave.
Dave, el viejo dueño de la cafetería tomo su descolorida cafetera y sirvió un poco de café caliente en una taza que puso delante de Albert.
-Te hará bien un poco de café, de cortesía.
-Gracias… nada mejor que café gratis después de ver un brazo separado de su dueño- dijo Albert esbozando una sonrisa socarrona, y quizá algo triste.
Dave le dirigió una sonrisa cálida y se fue a atender a los demás clientes.
Albert frotaba su servilleta con el pulgar de la mano izquierda y dejaba caer una cuchara en el fondo de su taza de café con la mano derecha para luego tomarla entre el índice y el pulgar y dejarla caer otra vez, lo hacía sin parar y con un ritmo constante, parecía algún tipo de metrónomo antropomorfo, esto parecía ser un ritual que lo distraía de la tarea que su cerebro había estado tratando de desempeñar desde varias horas antes, ¿cuál era esa tarea? No importaba, Albert seguía con su ritual casi robótico: servilleta, cuchara, servilleta, cuchara.
-Hey.
Albert sobresaltado dirigió su mirada al frente y vio a Dave observándolo con una mirada intrigada.
-Perdón por sacarte de tu laguna mental. Albert, ¿estás cansado?
-Un poco, creo que ya debería irme a descansar.
-Si yo me hubiera pasado toda la noche hablando con los detectives, también querría descansar.
-Ajá, como digas. En fin, creo que me iré...
Antes de que se hubiera levantado completamente, la voz de Dave le detuvo otra vez.
-Yo conocía al tipo que murió en tu circo mientras buscaba a su hija.
“Tu circo”, resonaba en la cabeza de Albert. Se imaginaba en la cama de un hotel costoso en Europa recibiendo la llamada de un auditor que le decía que las finanzas del Goldenfish iban viento en popa y que tendría dinero para cubrir sus necesidades básicas de chico adinerado por los próximos 5 años, todo esto mientras una prostituta se desvestía ante él haciendo algún baile de toques árabes. Si, Albert tenía la cabeza podrida en porno y una imaginación lo suficientemente grande como para llegar a pensar que el dueño del circo de un pueblo pequeño podía darse la vida de un magnate o algún millonario estándar, o lo suficientemente grande como para crear una historia en su cabeza que opacara lo que Dave había dicho, ¿El conocía al tipo que buscaba a su hija en la jaula de los leones? Obviamente Dave no sabía que el tipo buscaba a su hija ya que Albert les había dicho esto solamente a los investigadores, pero, ¿Que había dicho Dave? “Yo conocía al tipo que murió en tu circo mientras buscaba a su hija”, como sabia Dave que el tipo muerto en las garras de un león buscaba a una hija que según él había sido devorada por este.
-¿Toc-toc? -repitió, algo molesto.
Dave dio dos golpecitos en la frente de Albert, este se hubiera molestado y tal vez hasta hubiera golpeado a Dave en el rostro, como el brabucón que era, de no ser por la incertidumbre que sentía en ese momento.
-Perdón, estoy muy cansado, al parecer estaba soñando despierto -Albert se rasco levemente una oreja por el nerviosismo– ¿Tú conocías al tipo?
-Solo sé que no era de por aquí, tal vez llegó de la ciudad, no lo sé, no lo conocía en realidad, solo le serví un café y un sándwich hace un par de días.
¿Cómo es que sabes que él buscaba a su hija? Esa preguntaba rondaba su cerebro como una fiera que asecha para finalmente atacar y arrancarle la vida a su presa, pero en este caso su mente sustituía al botín, Albert nunca se había sentido tan presa de sus pensamientos hasta ese día, el miedo de que esa preguntaba saliera de su boca antes de que él se diera cuenta de que la había abierto hizo que se levantara, terminara su café estando de pie y se retirara, dirigiéndole a Dave lo que intentaba ser una sonrisa amable pero más bien terminó siendo una mueca algo inquietante.
Albert llegó al motel que se había hecho su hogar, era una pequeña construcción de dos niveles, tenía la forma de una herradura si esta era vista por encima, los autos se estacionaban acoplándose a la parte interna de esta y las escaleras para el segundo nivel estaban al lado de una pequeña recepción que estaba ubicada en la primera habitación del lado izquierdo de la herradura. Albert no tenía un automóvil y vivía en el primer nivel, no debía estacionarse ni subir las escaleras; solo llegar, abrir la puerta de su habitación, dar dos pasos adelante, cerrar la puerta y recostarse en su colchón maloliente, que hoy más que nunca le pareció un regazo de claveles, lino y aceite. No tenia cabeza para ver ningún tipo de material obsceno, y mucho menos para masturbarse, simplemente cerró los ojos y durmió todo el día, con algunas interrupciones en su sueño, para ir al baño o beber agua.
Albert despertó a las 9:30 P.M. se puso de pie con un poco de trabajo, 44 años de comida poco saludable y escaso deporte le pasaban factura para cualquier actividad física mínimamente exigente. Albert no se molestó en mudar de ropa ya que había dormido con su ropa de trabajo, se limitó a mojarse la cara y peinarse la cabellera que por su sequedad provocaba que el peine le diera pequeños jalones no muy dolorosos pero bastante molestos para cualquier somnoliento.
Albert fue a la cafetería de costumbre para un desayuno frugal, había amanecido sin mucho apetito pero debía comer ya que si el hambre lo encontraba después de las 11 tendría que esperar por el amanecer para ir por un poco de comida, no podía salir del Goldenfish en toda la noche.
Al llegar a la cafetería notó que Dave no estaba, sino que atendía una mujer rubia con el cabello recogido en una coleta, tenía arrugas poco notables en la comisura de la boca, tenía tal vez unos 40 años muy bien llevados, su figura era la de una joven de 25, era una madura bastante sexy y atractiva.
-¿Buenas nochesm, qué puedo ofrecerle?
Albert balbuceo por un segundo y respondió de forma forzada:
-Un sándwich, por favor -Albert dio un veloz vistazo al ligero escote de la mujer.
-Tenemos Filadelfia, Napolitano, Reuben...
-Filadelfia, gracias -pidió, con la voz temblorosa.
La mujer se encaminó a la cocina, y quince minutos después salió con el sándwich de Albert en las manos
-Aquí tiene, muy buen provecho.
-Muchas gracias -Albert tomó el sándwich con manos temblorosas, comió rápidamente y pidió un café, al terminar con su refrigerio se puso de pie, corrió la silla hacia atrás y se dispuso a salir de la cafetería, pero escucho que la rubia de la coleta le gritaba desde el pasillo que conectaba a la cocina.
-¡Señor! ¡Aún no pagó la cuenta!
Albert caminó de vuelta a la barra, saco la billetera del bolsillo trasero del pantalón, tomo diez dólares y los puso sobre el mesón; luego caminó rápidamente hacia la salida y nuevamente escuchó que lo llamaban.
-¡Señor! Su cambio... - Albert no volvió la mirada hacia la mujer, se limitó a fingir que no la había oído y se fue de la cafeteria.
El turno de Albert en el Goldenfish comenzaba a las 11 P.M. la última función terminaba a las 10:30 pero los artistas se tomaban al menos veinte minutos para ordenar todas sus cosas y guardar su vestuario, luego de eso cada uno iba a su vehículo o caminaba a casa. Para las 11 P.M. el Goldenfish ya estaba desolado, Albert llegaba y abría la cerca que rodeaba al circo con las llaves que había recibido después de entregar su identificación, dirección de su domicilio, antecedentes penales; un papel con su grupo sanguíneo, registro dental, huellas dactilares y algunos datos fútiles más que debía proporcionar para poder ser el encargado del circo, al abrir la cerca sentía una gran responsabilidad por aquel lugar, no podía cometer errores ni algún tipo de fechoría, el dueño sabía bien quien era Albert Hetfield, sabía dónde encontrarlo, sabía exactamente a quien patearle el trasero si algo le pasaba a su circo.
A las 11:30 el circo estaba totalmente cerrado y oscuro, el lugar en el que se había asentado era un terreno de tierra bastante grande que había quedado devaluado debido al poco interés de la gente en adquirir un terreno que ocupaba toda una manzana en un pueblo casi desconocido, simplemente nadie necesitaba una propiedad tan grande en un lugar tan rural, la iluminación de las calles que lo rodeaban era muy tenue y de un color naranja amarillento que apenas dejaba ver el asfalto, la luz no iluminaba en absoluto al Goldenfish que acompañado de las calles desiertas que lo rodeaban y su nula iluminación, tenía un aspecto siniestro. Era un paisaje aun mas lúgubre que el de un panteón, la luz de la luna era casi inexistente pero su luz opaca dejaba ver la carpa desgastada que cubría el escenario del circo, todo parecía tener un mismo color bajo la luz de la luna, todo parecía salido de un cuento de terror, un circo siniestro, una luna venenosa, y muchos horrores esperando por sus víctimas. Esa noche no hubo tal cosa, Albert tuvo una jornada corriente, haciendo rondas por los alrededores del circo, cargado con su linterna, bebiendo la cantidad perfecta de cerveza para estar ligeramente ebrio pero no obnubilado.
Llegó el amanecer y Albert inició su rutina, empezó su caminata hacia la cafetería, esta vez no encontró a ningún perro que lo perturbara. Albert llegó a la cafetería y se quedo en la acera observando la puerta, algo lo hizo titubear por un momento pero al final entró, al caminar a la barra, su lugar predilecto, vio salir del pasillo a la rubia de la coleta, y entonces Albert recordó el porqué de sus nervios antes de entrar.
-Buenos días, señor -dijo la rubia con una sonrisa que transmitía familiaridad, era más que obvio que ella recordaba a Albert.
-Buenos días... eh... -pensó en cómo llamarla, pues aún desconocía su nombre.
-Margaret.
-Buenos días Margaret -dijo Albert con una sonrisa algo forzada.
-¿Qué puedo servirle, señor?
-Un sándwich Filadelfia por favor.
-En seguida -Margaret le sonrió y se fue a la cocina; no tardó mucho en llevarle su sándwich a Albert.
-Aquí tiene, buen provecho.
-Muchas gracias, Margaret.
Mientras Albert desayunaba, dirigía miradas fugaces a Margaret, a quien sorprendió en algunas ocasiones haciendo lo mismo con él, sus ojos se encontraban e instantáneamente los desviaban nerviosos.
Cuando Albert llegó a su habitación no podía dejar de pensar en Margaret, era demasiado atractiva, amable y atenta con él, ¿significaba esto que Albert le atraía? Tal vez era su trabajo ser amable con él, tal vez tenía un novio con el que probablemente se burlaba de los clientes más raros que debía atender, Albert no sabía si él estaba incluido entre estos últimos, pero le dolía imaginar a Margaret recostada en una cama, con un tipo en pijama, bien afeitado, peinado de manera tan prolija que a Albert le pareció ridículo que estuviera tan arreglado para dormir, imaginaba a Margaret diciéndole “Ay el tipo barbón de los sándwiches! Si sigue comiendo así terminará obeso y miserable!” esto mientras el tipo demasiado arreglado soltaba una carcajada casi ensordecedora, esta escena era muy infantil para estar en la imaginación de Albert, pero esto era lo que Margaret provocaba en él, la sensación de cuando era un adolescente, cuando todo es tan intenso e infantil, que el hecho de conocer a alguien que te guste te ponía la carne de gallina…
"Toc-toc" resonó en la cabeza de Albert produciéndole un escalofrío, era la voz de Dave, parecía tan real que Albert lo buscó en su habitación, pero no, fue solo su imaginación, la pregunta que trató de reprimir afloró, ¿Dónde estaba Dave? Dave el tipo que tenía información que Albert no sabía cómo obtuvo, no había estado en la cafetería desde la noche del día anterior.
-¡Hey, tú! ¡¿Qué demonios haces aquí?! ¡El circo cerró hace dos horas!
-¡Mi hija ha sido devorada por uno de los leones! ¡Por el que tiene una cicatriz en la comisura de la boca!
-¡¿Que carajos estás diciendo?! Los leones no han salido de sus jaulas desde la mitad de la última función. Si no te vas ahora mismo llamaré a la policía. El hombre que buscaba a su hija metió la mano dentro de la jaula de los leones para tratar de alcanzar al que según él, había dado fin a la corta vida de esta.
-Bestia hija de puta... ¡Era tan solo una niña!
-¡Estúpido! ¡Saca la mano de ahí!
Albert era un guardia nocturno de circo, un tipo mórbidamente gordo que fácilmente llegaba a pesar 150 kilos, kilos que acompañados de sus casi dos metros de altura y una frondosa barba lo convertían en algún tipo de pie grande obeso y mal afeitado. Habían pasado apenas dos semanas desde que empezó a trabajar en “Goldenfish” un circo con un nombre poco usual que hacía honor a Richard Goldenfish el tío del señor Carl Marshall, dueño del circo, nadie sabía por qué Marshall había escogido el apellido de su anciano tío para nombrar su más grande y exitosa empresa: El circo Goldenfish. Albert nunca preguntó o indagó en el tema, si tenía un salario jugoso al final del mes el podía ayudar a Louis Creed a llevar a su esposa a Pet Sematary sin cuestionar nada. Había pasado los últimos tres meses en un motel destartalado, ya que su esposa, harta de tener que llevarlo a la cama cuando tenía más cerveza en el cuerpo que sangre y limpiar el piso lleno de excremento que Albert dejaba ahí como una rutilante alhaja de bodas, lo echó de casa con tanta violencia que los vecinos pasaron a la mañana siguiente a preguntar qué había pasado.
Después de conseguir un trabajo en el que pudiera beber un par de cervezas sin que se lo recriminen, Albert creía haber encontrado la sosiego, pasaba sus noches en el “Goldfish” y a las 8:30 a.m. iba a la cafetería a comer su desayuno-cena, luego se iba al motel en el que prácticamente vivía y prendía la televisión junto con el DVD para ver el porno más barato que había podido conseguir; se recostaba en un colchón andrajoso, deslizaba sus jeans hasta la mitad de sus posaderas y procedía a darse placer con sus manos callosas hasta quedar dormido entre su podredumbre. Esta rutina no era exactamente lo que él habría deseado cuando era un niño tierno que soñaba con ser bombero o piloto, pero ahora con sus 44 años no podía pedir más, había encontrado el sosiego y la “felicidad” de la que tanto había oído hablar.
Todo esto duró dos semanas, para después convertirse en una pesadilla; si realmente se puede decir que lo que Albert vivía era un sueño, un hombre con el brazo arrancado a zarpazos por un león airado lo sacaría de la tierra del nunca jamás para devolverlo a la tierra del amor por el petróleo y el dinero.
“La madrugada del día de hoy la cruz roja recibió una llamada de emergencia del guardia del Goldfish , quien aseguraba que un hombre caucásico de aproximadamente unos 30 años cuya identidad aún no se ha determinado, había introducido uno de sus brazos en la jaula de los leones y estos se lo habían arrancado provocándole una hemorragia que le cobró la vida. Los oficiales del departamento de policía del pueblo están investigando los hechos y las causas, por la tarde se dará un informe preliminar sobre lo que ocurrió en este circo. Los diarios ya han puesto en circulación una foto del rostro del difunto para que sus familiares lo busquen en la morgue del hospital Wexpone”
Kate Freeman, reportera del canal 13. Wexpone.
Por la mañana Albert fue a su cita en la cafetería, en el camino se encontró a un perro que yacía en la vereda con un hueso de pollo en el hocico, no podía evitar pensar que de tener mejor suerte, el tipo que había muerto frente a él, habría sobrevivido si en el Goldenfish adiestraran perros en lugar de leones, esto le sacó una risita nerviosa; rodeo al perro y al ver a este roerlo de una manera más felina que canina, recordó el brazo ensangrentado que relucía en las fauces de un león que lo roía como si de la carne más sabrosa del extenso catalogo de la animalia se tratara, Albert apresuró el paso aunque sin saber si lo hacía por el hambre que tenia o por el pánico que ese perro le provocaba. Por más ridícula que le parecía esta última opción, parecía ser la más acertada.
Cuando entró en la cafetería todos los presentes se echaron sobre él con miradas inquisidoras; en un pueblo tan pequeño los usuarios más constantes de la cafetería conocían a Albert, o al menos sabían que él trabajaba en el Goldenfish, y por el noticiero sabían lo que había pasado aquella madrugada.
Albert se dirigió a la barra sin percatarse de las miradas que lo perseguían en su andar.
-Albert… supe que pasaste una mala noche...
-Una mala noche… -Albert jugaba con una servilleta– sí, algo así Dave.
Dave, el viejo dueño de la cafetería tomo su descolorida cafetera y sirvió un poco de café caliente en una taza que puso delante de Albert.
-Te hará bien un poco de café, de cortesía.
-Gracias… nada mejor que café gratis después de ver un brazo separado de su dueño- dijo Albert esbozando una sonrisa socarrona, y quizá algo triste.
Dave le dirigió una sonrisa cálida y se fue a atender a los demás clientes.
Albert frotaba su servilleta con el pulgar de la mano izquierda y dejaba caer una cuchara en el fondo de su taza de café con la mano derecha para luego tomarla entre el índice y el pulgar y dejarla caer otra vez, lo hacía sin parar y con un ritmo constante, parecía algún tipo de metrónomo antropomorfo, esto parecía ser un ritual que lo distraía de la tarea que su cerebro había estado tratando de desempeñar desde varias horas antes, ¿cuál era esa tarea? No importaba, Albert seguía con su ritual casi robótico: servilleta, cuchara, servilleta, cuchara.
-Hey.
Albert sobresaltado dirigió su mirada al frente y vio a Dave observándolo con una mirada intrigada.
-Perdón por sacarte de tu laguna mental. Albert, ¿estás cansado?
-Un poco, creo que ya debería irme a descansar.
-Si yo me hubiera pasado toda la noche hablando con los detectives, también querría descansar.
-Ajá, como digas. En fin, creo que me iré...
Antes de que se hubiera levantado completamente, la voz de Dave le detuvo otra vez.
-Yo conocía al tipo que murió en tu circo mientras buscaba a su hija.
“Tu circo”, resonaba en la cabeza de Albert. Se imaginaba en la cama de un hotel costoso en Europa recibiendo la llamada de un auditor que le decía que las finanzas del Goldenfish iban viento en popa y que tendría dinero para cubrir sus necesidades básicas de chico adinerado por los próximos 5 años, todo esto mientras una prostituta se desvestía ante él haciendo algún baile de toques árabes. Si, Albert tenía la cabeza podrida en porno y una imaginación lo suficientemente grande como para llegar a pensar que el dueño del circo de un pueblo pequeño podía darse la vida de un magnate o algún millonario estándar, o lo suficientemente grande como para crear una historia en su cabeza que opacara lo que Dave había dicho, ¿El conocía al tipo que buscaba a su hija en la jaula de los leones? Obviamente Dave no sabía que el tipo buscaba a su hija ya que Albert les había dicho esto solamente a los investigadores, pero, ¿Que había dicho Dave? “Yo conocía al tipo que murió en tu circo mientras buscaba a su hija”, como sabia Dave que el tipo muerto en las garras de un león buscaba a una hija que según él había sido devorada por este.
-¿Toc-toc? -repitió, algo molesto.
Dave dio dos golpecitos en la frente de Albert, este se hubiera molestado y tal vez hasta hubiera golpeado a Dave en el rostro, como el brabucón que era, de no ser por la incertidumbre que sentía en ese momento.
-Perdón, estoy muy cansado, al parecer estaba soñando despierto -Albert se rasco levemente una oreja por el nerviosismo– ¿Tú conocías al tipo?
-Solo sé que no era de por aquí, tal vez llegó de la ciudad, no lo sé, no lo conocía en realidad, solo le serví un café y un sándwich hace un par de días.
¿Cómo es que sabes que él buscaba a su hija? Esa preguntaba rondaba su cerebro como una fiera que asecha para finalmente atacar y arrancarle la vida a su presa, pero en este caso su mente sustituía al botín, Albert nunca se había sentido tan presa de sus pensamientos hasta ese día, el miedo de que esa preguntaba saliera de su boca antes de que él se diera cuenta de que la había abierto hizo que se levantara, terminara su café estando de pie y se retirara, dirigiéndole a Dave lo que intentaba ser una sonrisa amable pero más bien terminó siendo una mueca algo inquietante.
Albert llegó al motel que se había hecho su hogar, era una pequeña construcción de dos niveles, tenía la forma de una herradura si esta era vista por encima, los autos se estacionaban acoplándose a la parte interna de esta y las escaleras para el segundo nivel estaban al lado de una pequeña recepción que estaba ubicada en la primera habitación del lado izquierdo de la herradura. Albert no tenía un automóvil y vivía en el primer nivel, no debía estacionarse ni subir las escaleras; solo llegar, abrir la puerta de su habitación, dar dos pasos adelante, cerrar la puerta y recostarse en su colchón maloliente, que hoy más que nunca le pareció un regazo de claveles, lino y aceite. No tenia cabeza para ver ningún tipo de material obsceno, y mucho menos para masturbarse, simplemente cerró los ojos y durmió todo el día, con algunas interrupciones en su sueño, para ir al baño o beber agua.
Albert despertó a las 9:30 P.M. se puso de pie con un poco de trabajo, 44 años de comida poco saludable y escaso deporte le pasaban factura para cualquier actividad física mínimamente exigente. Albert no se molestó en mudar de ropa ya que había dormido con su ropa de trabajo, se limitó a mojarse la cara y peinarse la cabellera que por su sequedad provocaba que el peine le diera pequeños jalones no muy dolorosos pero bastante molestos para cualquier somnoliento.
Albert fue a la cafetería de costumbre para un desayuno frugal, había amanecido sin mucho apetito pero debía comer ya que si el hambre lo encontraba después de las 11 tendría que esperar por el amanecer para ir por un poco de comida, no podía salir del Goldenfish en toda la noche.
Al llegar a la cafetería notó que Dave no estaba, sino que atendía una mujer rubia con el cabello recogido en una coleta, tenía arrugas poco notables en la comisura de la boca, tenía tal vez unos 40 años muy bien llevados, su figura era la de una joven de 25, era una madura bastante sexy y atractiva.
-¿Buenas nochesm, qué puedo ofrecerle?
Albert balbuceo por un segundo y respondió de forma forzada:
-Un sándwich, por favor -Albert dio un veloz vistazo al ligero escote de la mujer.
-Tenemos Filadelfia, Napolitano, Reuben...
-Filadelfia, gracias -pidió, con la voz temblorosa.
La mujer se encaminó a la cocina, y quince minutos después salió con el sándwich de Albert en las manos
-Aquí tiene, muy buen provecho.
-Muchas gracias -Albert tomó el sándwich con manos temblorosas, comió rápidamente y pidió un café, al terminar con su refrigerio se puso de pie, corrió la silla hacia atrás y se dispuso a salir de la cafetería, pero escucho que la rubia de la coleta le gritaba desde el pasillo que conectaba a la cocina.
-¡Señor! ¡Aún no pagó la cuenta!
Albert caminó de vuelta a la barra, saco la billetera del bolsillo trasero del pantalón, tomo diez dólares y los puso sobre el mesón; luego caminó rápidamente hacia la salida y nuevamente escuchó que lo llamaban.
-¡Señor! Su cambio... - Albert no volvió la mirada hacia la mujer, se limitó a fingir que no la había oído y se fue de la cafeteria.
El turno de Albert en el Goldenfish comenzaba a las 11 P.M. la última función terminaba a las 10:30 pero los artistas se tomaban al menos veinte minutos para ordenar todas sus cosas y guardar su vestuario, luego de eso cada uno iba a su vehículo o caminaba a casa. Para las 11 P.M. el Goldenfish ya estaba desolado, Albert llegaba y abría la cerca que rodeaba al circo con las llaves que había recibido después de entregar su identificación, dirección de su domicilio, antecedentes penales; un papel con su grupo sanguíneo, registro dental, huellas dactilares y algunos datos fútiles más que debía proporcionar para poder ser el encargado del circo, al abrir la cerca sentía una gran responsabilidad por aquel lugar, no podía cometer errores ni algún tipo de fechoría, el dueño sabía bien quien era Albert Hetfield, sabía dónde encontrarlo, sabía exactamente a quien patearle el trasero si algo le pasaba a su circo.
A las 11:30 el circo estaba totalmente cerrado y oscuro, el lugar en el que se había asentado era un terreno de tierra bastante grande que había quedado devaluado debido al poco interés de la gente en adquirir un terreno que ocupaba toda una manzana en un pueblo casi desconocido, simplemente nadie necesitaba una propiedad tan grande en un lugar tan rural, la iluminación de las calles que lo rodeaban era muy tenue y de un color naranja amarillento que apenas dejaba ver el asfalto, la luz no iluminaba en absoluto al Goldenfish que acompañado de las calles desiertas que lo rodeaban y su nula iluminación, tenía un aspecto siniestro. Era un paisaje aun mas lúgubre que el de un panteón, la luz de la luna era casi inexistente pero su luz opaca dejaba ver la carpa desgastada que cubría el escenario del circo, todo parecía tener un mismo color bajo la luz de la luna, todo parecía salido de un cuento de terror, un circo siniestro, una luna venenosa, y muchos horrores esperando por sus víctimas. Esa noche no hubo tal cosa, Albert tuvo una jornada corriente, haciendo rondas por los alrededores del circo, cargado con su linterna, bebiendo la cantidad perfecta de cerveza para estar ligeramente ebrio pero no obnubilado.
Llegó el amanecer y Albert inició su rutina, empezó su caminata hacia la cafetería, esta vez no encontró a ningún perro que lo perturbara. Albert llegó a la cafetería y se quedo en la acera observando la puerta, algo lo hizo titubear por un momento pero al final entró, al caminar a la barra, su lugar predilecto, vio salir del pasillo a la rubia de la coleta, y entonces Albert recordó el porqué de sus nervios antes de entrar.
-Buenos días, señor -dijo la rubia con una sonrisa que transmitía familiaridad, era más que obvio que ella recordaba a Albert.
-Buenos días... eh... -pensó en cómo llamarla, pues aún desconocía su nombre.
-Margaret.
-Buenos días Margaret -dijo Albert con una sonrisa algo forzada.
-¿Qué puedo servirle, señor?
-Un sándwich Filadelfia por favor.
-En seguida -Margaret le sonrió y se fue a la cocina; no tardó mucho en llevarle su sándwich a Albert.
-Aquí tiene, buen provecho.
-Muchas gracias, Margaret.
Mientras Albert desayunaba, dirigía miradas fugaces a Margaret, a quien sorprendió en algunas ocasiones haciendo lo mismo con él, sus ojos se encontraban e instantáneamente los desviaban nerviosos.
Cuando Albert llegó a su habitación no podía dejar de pensar en Margaret, era demasiado atractiva, amable y atenta con él, ¿significaba esto que Albert le atraía? Tal vez era su trabajo ser amable con él, tal vez tenía un novio con el que probablemente se burlaba de los clientes más raros que debía atender, Albert no sabía si él estaba incluido entre estos últimos, pero le dolía imaginar a Margaret recostada en una cama, con un tipo en pijama, bien afeitado, peinado de manera tan prolija que a Albert le pareció ridículo que estuviera tan arreglado para dormir, imaginaba a Margaret diciéndole “Ay el tipo barbón de los sándwiches! Si sigue comiendo así terminará obeso y miserable!” esto mientras el tipo demasiado arreglado soltaba una carcajada casi ensordecedora, esta escena era muy infantil para estar en la imaginación de Albert, pero esto era lo que Margaret provocaba en él, la sensación de cuando era un adolescente, cuando todo es tan intenso e infantil, que el hecho de conocer a alguien que te guste te ponía la carne de gallina…
"Toc-toc" resonó en la cabeza de Albert produciéndole un escalofrío, era la voz de Dave, parecía tan real que Albert lo buscó en su habitación, pero no, fue solo su imaginación, la pregunta que trató de reprimir afloró, ¿Dónde estaba Dave? Dave el tipo que tenía información que Albert no sabía cómo obtuvo, no había estado en la cafetería desde la noche del día anterior.