Una tarde de invierno, Joaquín, Vicente y Marta estaban caminando por el bosque. Marta comentaba con sus amigos cómo había sido todo con su primer novio.
-Para mi ha sido muy decepcionante, yo necesito a alguien más pasional en mi vida -Decía Marta.
Joaquín y Vicente sonreían mientras le explicaban que el chico quizás era un poco tímido, y que solo por eso tal vez se estaba pasando. De pronto, Joaquín tropezó con algo y cayó al suelo. Inmediatamente Marta y Vicente se acercaron para ver si estaba bien.
-No es nada -Decía Joaquín.
-¿Pero, qué es eso?- Dijo Marta.
Joaquín había tropezado con un cofre antiguo de tamaño mediano, el cual estaba cerrado con una cerradura de combinación numérica de 3 cifras. Era un cofre marrón oscuro con bisagras de bronce antiguo. Nada de valor, pero eso no quita la curiosidad de saber qué había dentro del cofre misterioso.
A Vicente le dio muy mala impresión el cofre y pidió sus amigos que se deshicieran de el. Pero Joaquín y Marta se negaron. Dijeron: “No hasta saber qué hay dentro”. Al final, Marta se lo llevó a su casa.
Esa misma madrugada, Marta estaba aburrida frente al televisor haciendo zapping. De pronto, oyó una voz, un susurro, o quizás el zumbido de la brisa nocturna, pero Marta juraría que provenía del misterioso cofre. Se acercó a el, lo acarició y se dispuso a intentar abrirlo número a número. Pasaron dos cuartos de hora y Marta parecía una autómata introduciendo números en la cerradura.
Había alcanzado los 357 códigos en vano por el momento. Al final lo consiguió. El código era el número 636. Sonó un “clic” y la tapa adquirió una holgura. Se había abierto. Pero los ojos de Marta se cerraron a la vez.
A la mañana siguiente, Joaquín y Vicente se dirigían a casa de Marta para ir juntos al instituto. Se sorprendieron mucho al ver una ambulancia y una patrulla de la policía en la puerta de la casa.
Inmediatamente, corrieron a ver qué ocurría. Ambos chicos se quedaron estupefactos al ver el rostro de Marta, totalmente desencajado. La madre de Marta lloraba y lloraba preguntándole a los enfermeros de la ambulancia: “¿Qué le ocurre a mi hija? ¡Por Dios! ¡Hagan algo!”.
Pero no podían hacer nada.
-¿Qué le ocurre a nuestra amiga? -Le preguntaron los dos chicos al policía, con lágrimas en los ojos-¿Ha fallecido?.
El policía les preguntó quiénes eran, y ellos contestaron que eran amigos de Marta. La madre de Marta miró y asintió con la cabeza al policía.
-¿Habéis estado juntos la noche pasada? ¿Qué hicisteis? -Les preguntó el policía seriamente. Ellos contestaron que por la noche no estuvieron juntos, pero por la tarde sí, y que estuvieron por el bosque. El policía dijo:
-Bien, ¿entonces no podéis explicarme lo que ha sucedido aquí?.
-No, lo sentimos.
El policía les pidió a los chicos que preguntasen en otra parte y que no les hicieran perder el tiempo, después de tomar sus datos personales. Joaquín y Vicente se sentían impotentes.
De pronto, vieron a la hermana menor de Marta sola, sentada en un columpio y llorando. Joaquín y Vicente se acercaron a hablar con ella.
Ana, que era como se llamaba la hermana menor de Marta, les contó que al levantarse por la mañana la encontraron sentada, con la cabeza metida en un extraño cofre, además de un aparente “rigor mortis” por todo su cuerpo y un gesto de dolor en su rostro. Su hermana dice que costó mucho acostarla en la camilla. Está con vida, pero no saben explicar qué le pasa y que la han llevado al hospital.
Pasó la mañana, y a las 3:00 pm, Joaquín y Vicente fueron al hospital para ver si había alguna mejora. Les impidieron el paso a la planta de cuidados intensivos, pero no sin darles una explicación. Les dijeron que Marta se encontraba en una especie de coma profundo. No sabían a qué se debía, pero se encontraba estable dentro de la gravedad. No les dijeron más.
Después de estar en el hospital, fueron al bosque a sentarse en su banco y a pedirle a Dios por su amiga. Pasaron 5 minutos hasta que una mujer de entre 40-50 años pasó por allí y les preguntó:
-¿Habéis visto vosotros por aquí un cofre mediano un tanto antiguo?. Es muy valioso para mi.
-Puede ser -respondieron los muchachos.
-¡Ay!, menos mal que lo habéis encontrado, ¿me podéis decir dónde está? -dijo la mujer.
-Pues está en casa de una amiga, nosotros no lo tenemos aquí -dijeron los muchachos.
A la mujer le cambió el semblante de pronto y con un tono de mucha preocupación en su voz preguntó a los muchachos:
-¿Habéis abierto el cofre?
Los muchachos le contaron lo sucedido en casa de Marta, cómo la encontraron y cómo está.
-¡Necios! ¡Ignorantes! Ese cofre supone un peligro en manos inconscientes, ¡no sabéis los secretos que esconde ese cofre! ¡Qué estúpida yo por perderlo! Ahora me siento responsable. Ya me enfrenté a eso una vez y las consecuencias fueron terribles. No sé si podría soportarlo otra vez.
La mujer se quedó pensativa, y dijo:
-No hay tiempo que perder. Si queréis ayudar a vuestra amiga debéis ir a esta dirección y preguntar por Sofía, que soy yo. No está muy lejos de aquí.
Sofía les dio una tarjeta de un anticuario que pertenecía a su familia. Les dijo que no tardarían mucho en decidirse.
A las 8:00 pm de esa misma tarde se presentaron Joaquín y Vicente en el anticuario con muchas dudas. Entraron, y al momento sonó una voz que decía: “Estamos cerrando”. Los muchachos le dijeron que venían a hablar con Sofía por un asunto relacionado con un cofre.
El hombre que estaba sentado tras una caja registradora se puso las gafas, miró a los muchachos y les dijo:
-“ Podéis contar con nuestra ayuda, pasad, pasad.”-.
Entraron por una puerta y atravesaron un pasillo estrecho, hasta pasar por una cortina que daba a una habitación llena de libros antiguos; allí estaba Sofía. Ella cogió un libro de unas 300 páginas y les dijo a los muchachos que parte de ese libro contenía las instrucciones para despertar a Marta, pero que lo difícil sería volver a meter a esa “cosa” dentro del cofre.
Ellos le preguntaron a Sofía que qué era esa 'cosa'. Sofía dijo que no sabía si se trataba de un espíritu, demonio o maleficio. Pero que si Marta no despertaba dentro de 3 días, moriría sin saberse tan siquiera dónde iría a parar su alma.
Dijo también que según la historia del cofre, este se alimentaba de almas. Repitió lo difícil que sería encerrar a esa cosa de nuevo en el cofre, no había más remedio que volver a encerrarla una vez despertara Marta. Sofía les invitó a pasar a otro cuarto, en el que había una mujer mayor sentada, conectada a una bombona de oxígeno para respirar y con la mirada perdida en la nada. Pelo blanco y bata blanca.
–“Es mi madre. No me perdono el no haberla ayudado a tiempo, esa cosa la tocó hace 20 años y hasta ahora ha permanecido así, inmóvil.”- Dijo Sofía.- “Pero vosotros todavía estáis a tiempo de ayudar a Marta, solo tenéis que colocar estas varitas de incienso en la forma correcta alrededor de ella, entonces despertará y deberéis prepararse para lo peor.”- .
Después de recibir instrucciones y armarse de valor, Joaquín y Vicente fueron al hospital. Eran las 3:00 am, la hora indicada por Sofía. Trazaron un plan para entrar porque sabían que por las buenas no les dejarían pasar a la habitación de Marta. Uno de los dos debía de servir de distracción y el otro debía seguir con el ritual y enfrentarse al peligro. Joaquín dijo de echarse las responsabilidades a suertes, pero Vicente le interrumpió:
-“No, Joaquín, encárgate de distraerlos tú, porque yo estoy deseando decirle a Marta cuánto la quiero de una vez por todas.”- .
Joaquín sonrió y dijo:-“Pues venga, ¡a por el tigre!”-. Se dieron un abrazo y subieron a la 5ª planta, donde se encontraba Marta. –“¿Preparados?”-.
Vicente asintió con la cabeza y Joaquín pegó una patada a la puerta del pasillo donde se encontraba la habitación de Marta. Vicente se escondió en el armario de la limpieza y esperó, mientras Joaquín gritaba, golpeaba y tiraba trastos por el pasillo y las habitaciones. De repente, aparecieron 4 guardias de seguridad, armados con porras y spray de pimienta y se lanzaron a por Joaquín, el que salió corriendo por el pasillo y con los guardias tras él.
El camino estaba despejado. Vicente abrió la puerta y vio que todo estaba saliendo tal y como lo habían planeado, por el momento.
Se dirigió con su mochila de inmediato a la habitación 536, la habitación de Marta. Al abrir la puerta, notó un fuerte hedor en toda la habitación, a pesar de que la ventana estaba abierta. Tosió y después no pudo evitar derramar una lágrima al ver el estado en el que se encontraba Marta, postrada en la cama, retorciéndose lentamente, con el rostro desencajado y esbozando un gesto de dolor constante; los ojos abiertos y las pupilas completamente dilatadas.
Vicente se impresionó mucho al ver a Marta así, pero consiguió centrarse y comenzó a colocar las velas una por una, formando un hexágono alrededor de Marta. Entonces dijo:
-¡Despierta Marta!-.
De pronto, un humo oscuro comenzó a salir de la boca, nariz y ojos de Marta y comenzó a hacerse la oscuridad en toda la habitación y el pasillo. En ese momento, sonó por todo el hospital una carcajada que ponía los pelos de punta.
La oscuridad era tal que sólo se veían las 6 brasas de las varitas de incienso encendidas. A la oscuridad le acompañaban un aire pesado y un constante zumbido que aumentaba la sensación de pesadez en el ambiente. Entonces, Vicente sacó una linterna de su mochila, alumbró a la cama y vio a Marta llorando. La abrazó y le dijo que no se podía perder más tiempo; que debían encontrar la forma de escapar de allí cuanto antes.
-“ Los he visto”- dijo Marta.
–“¿A quienes has visto?”- Preguntó Vicente. Marta le contó que mientras él no estaba con ella, pasaban por allí otras personas y le contaban que también habían sido atrapadas por ese maldito cofre. Le hablaron de un ente diabólico que moraba en la caja y cuya única intención es cargar el cofre de almas para rivalizar con el propio Satanás, creando su propio infierno. Ella se alimenta de almas y es muy paciente.
–Habrá sido una pesadilla- dijo Vicente para tranquilizarla.
Marta le dijo que no, que era muy real y que debían salir sin ser vistos. Que ese lugar ya no era un hospital.
Ambos se pusieron en marcha, dispuestos a abandonar el edificio. Atravesaron la puerta de la habitación y tomaron el camino de la izquierda, que conducía hacia las escaleras. Llegaron a un largo pasillo y de pronto, la luz volvió, aunque débil y de forma intermitente.
Al fondo del pasillo se veía una silueta dando vueltas sobre lo que parecía un cadáver, como si fuera un autómata. Totalmente vestida de negro y con un velo cubriendo su rostro. Vicente y Marta pararon en seco y se aproximaron lentamente, pues ese era el único camino hacia las escaleras y el ascensor en aquel momento no era una buena opción.
Cuando estaban a 20 metros de la silueta, se dieron cuenta de que lo que había allí no era un cadáver, pero le faltaba poco puesto que lo que parecía una viuda de luto sostenía sus entrañas con la mano derecha mientras giraba musitando una melodía. Vicente se acercó un poco más y reconoció al que estaba tumbado en el suelo, gimiendo de dolor.
Era Joaquín.
–“¡Hija de perra!”- Gritó Vicente.
En ese momento, la viuda soltó las entrañas y esbozó una horrible sonrisa, fruto de dos largos cortes en las comisuras de los labios hacia los oídos. Se podía distinguir la muerte en su rostro. Los ojos podridos y la boca destrozada. De pronto se giró, abrió aún más la boca y extendió las manos dirigiéndose lentamente hacia Vicente y Marta. No tenían escapatoria.
Sólo podían dar marcha atrás cuantos metros de pasillo les quedara, ya que no había luz y lo que era el ascensor ahora no era más que un agujero profundo.
Volvieron a la habitación 536, mientras esa cosa se acercaba con las manos extendidas y la boca abierta, lenta pero inexorablemente. Los dos pensaron un poco antes de tomar la última decisión:
-“¡Nosotros moriremos bruja, pero tu no tendrás lo que buscas!”- gritó Marta.
Entonces, los dos saltaron por la ventana que estaba abierta y cayeron al vacío cubierto por una niebla espesa. De pronto despertaron en la habitación 536, habían conseguido escapar.
-¡Doctor venga aquí!- dijo una enfermera.
Presto apareció el doctor, y con una linternita revisó las pupilas de Marta mientras Vicente se incorporaba. –“Parece estar bien”- dijo el Doctor.
Pasaron 30 minutos hasta que cambiaron de habitación a Marta, la cual ya podía recibir visitas. Estando Vicente y ella en la habitación, aparecieron Joaquín (con los ojos hinchados y el labio partido) y Sofía.
-“¡Enhorabuena muchachos, creo que lo habéis conseguido!- Dijo Sofía.
-“ ¿Estás bien, Joaquín?”- preguntó Marta.
Joaquín sonrió como pudo, diciendo: -“Hacen falta muchos más guardias de seguridad para que yo acabe mal”-.
Todos rieron, mirándose con cara de alivio. De pronto, Sofía preguntó: -“¿Qué habéis hecho con el cofre después de encerrar a esa cosa?”-.
Marta se quedó muda y Vicente dijo: -“No hemos conseguido encerrar nada en el cofre porque no lo hemos traído con nosotros”- .
–“¡¿Dónde esta el maldito cofre ahora mismo?!”- preguntó Sofía, casi histérica.
Joaquín le dijo que la última vez que los vieron lo tenía Ana, la hermana menor de Marta.
-Para mi ha sido muy decepcionante, yo necesito a alguien más pasional en mi vida -Decía Marta.
Joaquín y Vicente sonreían mientras le explicaban que el chico quizás era un poco tímido, y que solo por eso tal vez se estaba pasando. De pronto, Joaquín tropezó con algo y cayó al suelo. Inmediatamente Marta y Vicente se acercaron para ver si estaba bien.
-No es nada -Decía Joaquín.
-¿Pero, qué es eso?- Dijo Marta.
Joaquín había tropezado con un cofre antiguo de tamaño mediano, el cual estaba cerrado con una cerradura de combinación numérica de 3 cifras. Era un cofre marrón oscuro con bisagras de bronce antiguo. Nada de valor, pero eso no quita la curiosidad de saber qué había dentro del cofre misterioso.
A Vicente le dio muy mala impresión el cofre y pidió sus amigos que se deshicieran de el. Pero Joaquín y Marta se negaron. Dijeron: “No hasta saber qué hay dentro”. Al final, Marta se lo llevó a su casa.
Esa misma madrugada, Marta estaba aburrida frente al televisor haciendo zapping. De pronto, oyó una voz, un susurro, o quizás el zumbido de la brisa nocturna, pero Marta juraría que provenía del misterioso cofre. Se acercó a el, lo acarició y se dispuso a intentar abrirlo número a número. Pasaron dos cuartos de hora y Marta parecía una autómata introduciendo números en la cerradura.
Había alcanzado los 357 códigos en vano por el momento. Al final lo consiguió. El código era el número 636. Sonó un “clic” y la tapa adquirió una holgura. Se había abierto. Pero los ojos de Marta se cerraron a la vez.
A la mañana siguiente, Joaquín y Vicente se dirigían a casa de Marta para ir juntos al instituto. Se sorprendieron mucho al ver una ambulancia y una patrulla de la policía en la puerta de la casa.
Inmediatamente, corrieron a ver qué ocurría. Ambos chicos se quedaron estupefactos al ver el rostro de Marta, totalmente desencajado. La madre de Marta lloraba y lloraba preguntándole a los enfermeros de la ambulancia: “¿Qué le ocurre a mi hija? ¡Por Dios! ¡Hagan algo!”.
Pero no podían hacer nada.
-¿Qué le ocurre a nuestra amiga? -Le preguntaron los dos chicos al policía, con lágrimas en los ojos-¿Ha fallecido?.
El policía les preguntó quiénes eran, y ellos contestaron que eran amigos de Marta. La madre de Marta miró y asintió con la cabeza al policía.
-¿Habéis estado juntos la noche pasada? ¿Qué hicisteis? -Les preguntó el policía seriamente. Ellos contestaron que por la noche no estuvieron juntos, pero por la tarde sí, y que estuvieron por el bosque. El policía dijo:
-Bien, ¿entonces no podéis explicarme lo que ha sucedido aquí?.
-No, lo sentimos.
El policía les pidió a los chicos que preguntasen en otra parte y que no les hicieran perder el tiempo, después de tomar sus datos personales. Joaquín y Vicente se sentían impotentes.
De pronto, vieron a la hermana menor de Marta sola, sentada en un columpio y llorando. Joaquín y Vicente se acercaron a hablar con ella.
Ana, que era como se llamaba la hermana menor de Marta, les contó que al levantarse por la mañana la encontraron sentada, con la cabeza metida en un extraño cofre, además de un aparente “rigor mortis” por todo su cuerpo y un gesto de dolor en su rostro. Su hermana dice que costó mucho acostarla en la camilla. Está con vida, pero no saben explicar qué le pasa y que la han llevado al hospital.
Pasó la mañana, y a las 3:00 pm, Joaquín y Vicente fueron al hospital para ver si había alguna mejora. Les impidieron el paso a la planta de cuidados intensivos, pero no sin darles una explicación. Les dijeron que Marta se encontraba en una especie de coma profundo. No sabían a qué se debía, pero se encontraba estable dentro de la gravedad. No les dijeron más.
Después de estar en el hospital, fueron al bosque a sentarse en su banco y a pedirle a Dios por su amiga. Pasaron 5 minutos hasta que una mujer de entre 40-50 años pasó por allí y les preguntó:
-¿Habéis visto vosotros por aquí un cofre mediano un tanto antiguo?. Es muy valioso para mi.
-Puede ser -respondieron los muchachos.
-¡Ay!, menos mal que lo habéis encontrado, ¿me podéis decir dónde está? -dijo la mujer.
-Pues está en casa de una amiga, nosotros no lo tenemos aquí -dijeron los muchachos.
A la mujer le cambió el semblante de pronto y con un tono de mucha preocupación en su voz preguntó a los muchachos:
-¿Habéis abierto el cofre?
Los muchachos le contaron lo sucedido en casa de Marta, cómo la encontraron y cómo está.
-¡Necios! ¡Ignorantes! Ese cofre supone un peligro en manos inconscientes, ¡no sabéis los secretos que esconde ese cofre! ¡Qué estúpida yo por perderlo! Ahora me siento responsable. Ya me enfrenté a eso una vez y las consecuencias fueron terribles. No sé si podría soportarlo otra vez.
La mujer se quedó pensativa, y dijo:
-No hay tiempo que perder. Si queréis ayudar a vuestra amiga debéis ir a esta dirección y preguntar por Sofía, que soy yo. No está muy lejos de aquí.
Sofía les dio una tarjeta de un anticuario que pertenecía a su familia. Les dijo que no tardarían mucho en decidirse.
A las 8:00 pm de esa misma tarde se presentaron Joaquín y Vicente en el anticuario con muchas dudas. Entraron, y al momento sonó una voz que decía: “Estamos cerrando”. Los muchachos le dijeron que venían a hablar con Sofía por un asunto relacionado con un cofre.
El hombre que estaba sentado tras una caja registradora se puso las gafas, miró a los muchachos y les dijo:
-“ Podéis contar con nuestra ayuda, pasad, pasad.”-.
Entraron por una puerta y atravesaron un pasillo estrecho, hasta pasar por una cortina que daba a una habitación llena de libros antiguos; allí estaba Sofía. Ella cogió un libro de unas 300 páginas y les dijo a los muchachos que parte de ese libro contenía las instrucciones para despertar a Marta, pero que lo difícil sería volver a meter a esa “cosa” dentro del cofre.
Ellos le preguntaron a Sofía que qué era esa 'cosa'. Sofía dijo que no sabía si se trataba de un espíritu, demonio o maleficio. Pero que si Marta no despertaba dentro de 3 días, moriría sin saberse tan siquiera dónde iría a parar su alma.
Dijo también que según la historia del cofre, este se alimentaba de almas. Repitió lo difícil que sería encerrar a esa cosa de nuevo en el cofre, no había más remedio que volver a encerrarla una vez despertara Marta. Sofía les invitó a pasar a otro cuarto, en el que había una mujer mayor sentada, conectada a una bombona de oxígeno para respirar y con la mirada perdida en la nada. Pelo blanco y bata blanca.
–“Es mi madre. No me perdono el no haberla ayudado a tiempo, esa cosa la tocó hace 20 años y hasta ahora ha permanecido así, inmóvil.”- Dijo Sofía.- “Pero vosotros todavía estáis a tiempo de ayudar a Marta, solo tenéis que colocar estas varitas de incienso en la forma correcta alrededor de ella, entonces despertará y deberéis prepararse para lo peor.”- .
Después de recibir instrucciones y armarse de valor, Joaquín y Vicente fueron al hospital. Eran las 3:00 am, la hora indicada por Sofía. Trazaron un plan para entrar porque sabían que por las buenas no les dejarían pasar a la habitación de Marta. Uno de los dos debía de servir de distracción y el otro debía seguir con el ritual y enfrentarse al peligro. Joaquín dijo de echarse las responsabilidades a suertes, pero Vicente le interrumpió:
-“No, Joaquín, encárgate de distraerlos tú, porque yo estoy deseando decirle a Marta cuánto la quiero de una vez por todas.”- .
Joaquín sonrió y dijo:-“Pues venga, ¡a por el tigre!”-. Se dieron un abrazo y subieron a la 5ª planta, donde se encontraba Marta. –“¿Preparados?”-.
Vicente asintió con la cabeza y Joaquín pegó una patada a la puerta del pasillo donde se encontraba la habitación de Marta. Vicente se escondió en el armario de la limpieza y esperó, mientras Joaquín gritaba, golpeaba y tiraba trastos por el pasillo y las habitaciones. De repente, aparecieron 4 guardias de seguridad, armados con porras y spray de pimienta y se lanzaron a por Joaquín, el que salió corriendo por el pasillo y con los guardias tras él.
El camino estaba despejado. Vicente abrió la puerta y vio que todo estaba saliendo tal y como lo habían planeado, por el momento.
Se dirigió con su mochila de inmediato a la habitación 536, la habitación de Marta. Al abrir la puerta, notó un fuerte hedor en toda la habitación, a pesar de que la ventana estaba abierta. Tosió y después no pudo evitar derramar una lágrima al ver el estado en el que se encontraba Marta, postrada en la cama, retorciéndose lentamente, con el rostro desencajado y esbozando un gesto de dolor constante; los ojos abiertos y las pupilas completamente dilatadas.
Vicente se impresionó mucho al ver a Marta así, pero consiguió centrarse y comenzó a colocar las velas una por una, formando un hexágono alrededor de Marta. Entonces dijo:
-¡Despierta Marta!-.
De pronto, un humo oscuro comenzó a salir de la boca, nariz y ojos de Marta y comenzó a hacerse la oscuridad en toda la habitación y el pasillo. En ese momento, sonó por todo el hospital una carcajada que ponía los pelos de punta.
La oscuridad era tal que sólo se veían las 6 brasas de las varitas de incienso encendidas. A la oscuridad le acompañaban un aire pesado y un constante zumbido que aumentaba la sensación de pesadez en el ambiente. Entonces, Vicente sacó una linterna de su mochila, alumbró a la cama y vio a Marta llorando. La abrazó y le dijo que no se podía perder más tiempo; que debían encontrar la forma de escapar de allí cuanto antes.
-“ Los he visto”- dijo Marta.
–“¿A quienes has visto?”- Preguntó Vicente. Marta le contó que mientras él no estaba con ella, pasaban por allí otras personas y le contaban que también habían sido atrapadas por ese maldito cofre. Le hablaron de un ente diabólico que moraba en la caja y cuya única intención es cargar el cofre de almas para rivalizar con el propio Satanás, creando su propio infierno. Ella se alimenta de almas y es muy paciente.
–Habrá sido una pesadilla- dijo Vicente para tranquilizarla.
Marta le dijo que no, que era muy real y que debían salir sin ser vistos. Que ese lugar ya no era un hospital.
Ambos se pusieron en marcha, dispuestos a abandonar el edificio. Atravesaron la puerta de la habitación y tomaron el camino de la izquierda, que conducía hacia las escaleras. Llegaron a un largo pasillo y de pronto, la luz volvió, aunque débil y de forma intermitente.
Al fondo del pasillo se veía una silueta dando vueltas sobre lo que parecía un cadáver, como si fuera un autómata. Totalmente vestida de negro y con un velo cubriendo su rostro. Vicente y Marta pararon en seco y se aproximaron lentamente, pues ese era el único camino hacia las escaleras y el ascensor en aquel momento no era una buena opción.
Cuando estaban a 20 metros de la silueta, se dieron cuenta de que lo que había allí no era un cadáver, pero le faltaba poco puesto que lo que parecía una viuda de luto sostenía sus entrañas con la mano derecha mientras giraba musitando una melodía. Vicente se acercó un poco más y reconoció al que estaba tumbado en el suelo, gimiendo de dolor.
Era Joaquín.
–“¡Hija de perra!”- Gritó Vicente.
En ese momento, la viuda soltó las entrañas y esbozó una horrible sonrisa, fruto de dos largos cortes en las comisuras de los labios hacia los oídos. Se podía distinguir la muerte en su rostro. Los ojos podridos y la boca destrozada. De pronto se giró, abrió aún más la boca y extendió las manos dirigiéndose lentamente hacia Vicente y Marta. No tenían escapatoria.
Sólo podían dar marcha atrás cuantos metros de pasillo les quedara, ya que no había luz y lo que era el ascensor ahora no era más que un agujero profundo.
Volvieron a la habitación 536, mientras esa cosa se acercaba con las manos extendidas y la boca abierta, lenta pero inexorablemente. Los dos pensaron un poco antes de tomar la última decisión:
-“¡Nosotros moriremos bruja, pero tu no tendrás lo que buscas!”- gritó Marta.
Entonces, los dos saltaron por la ventana que estaba abierta y cayeron al vacío cubierto por una niebla espesa. De pronto despertaron en la habitación 536, habían conseguido escapar.
-¡Doctor venga aquí!- dijo una enfermera.
Presto apareció el doctor, y con una linternita revisó las pupilas de Marta mientras Vicente se incorporaba. –“Parece estar bien”- dijo el Doctor.
Pasaron 30 minutos hasta que cambiaron de habitación a Marta, la cual ya podía recibir visitas. Estando Vicente y ella en la habitación, aparecieron Joaquín (con los ojos hinchados y el labio partido) y Sofía.
-“¡Enhorabuena muchachos, creo que lo habéis conseguido!- Dijo Sofía.
-“ ¿Estás bien, Joaquín?”- preguntó Marta.
Joaquín sonrió como pudo, diciendo: -“Hacen falta muchos más guardias de seguridad para que yo acabe mal”-.
Todos rieron, mirándose con cara de alivio. De pronto, Sofía preguntó: -“¿Qué habéis hecho con el cofre después de encerrar a esa cosa?”-.
Marta se quedó muda y Vicente dijo: -“No hemos conseguido encerrar nada en el cofre porque no lo hemos traído con nosotros”- .
–“¡¿Dónde esta el maldito cofre ahora mismo?!”- preguntó Sofía, casi histérica.
Joaquín le dijo que la última vez que los vieron lo tenía Ana, la hermana menor de Marta.