Caso Ello

shinhy_flakes

Jinete Volad@r
Miron
Bakala
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Apoyada sobre el borde del puente, con los ojos cerrados, el rumor del agua llegaba hasta mis oídos junto con el canto del veneciano que remaba en la góndola para hacer más romántica la experiencia de la pareja que transportaba. Ella reía por lo bajo, él le murmuraba palabras de amor.
Parejas. Nunca las había entendido muy bien, quizás porque era una completa ignorante del campo del amor, o quizás porque me costaba entender las emociones ajenas.
Abrí los ojos y me encaminé a una de las salidas del puente. No había pasado ni un mes en la bella cuidad de Venecia, pero no iba a pasar más tiempo allí. Volvería a cambiar mi nacionalidad, mi nombre, mi trabajo, mi casa, mi vida. Todo.
A pocos pasos del final del puente, me detuve en seco. Apoyada sobre el borde del puente, con la misma ropa, con la misma coleta rubia, y en la misma posición que en la que yo me encontraba hace apenas unos momentos, otra mujer, exactamente igual que yo, estaba a un escaso metro de distancia.
Ella dio una última calada a su cigarrillo y lo acabó. Cerró los ojos y frunció un poco el ceño. Poco a poco, dejó salir el humo por la nariz y se quedó así unos instantes. Estaba haciendo lo mismo que yo hace nada. Si no estaba equivocada, ahora apagaría el cigarrillo en un pequeño charco que se formó la mañana anterior, miraría el cuelo estrellado y volvería a cerrar los ojos, para ordenar sus ideas de forma organizada en su cabeza. Lo hizo. No llegó muy lejos, me vio y se quedó con la misma cara de pasmarote que yo. Parecíamos hermanas gemelas, copias perfectas.
Nos estudiamos con la mirada. ¿Qué estaba pasando? ¿Quién era ella? ¿Existían los doppelganguer? ¿Mi madre me debía una explicación?
Ella imitaba mis movimientos con la misma precisión de un espejo, como si los tuviera memorizados cual coreografía. Estuvimos así hasta que en un momento dado, incluso pensé que yo era una copia, que mi vida no era de verdad, que ella era la auténtica Dianna.
Me vi reflejada en sus oscuros ojos, que estaban tan llenos de dudas y de terror como los míos.
Dimos unos pasos en círculo, extendimos las manos, agitamos nuestra melena. Coordinación absolutamente perfecta.
Seguía imitándome, eso me molestó un poco, odiaba que me copiasen, fuese como fuere. No me gustaba que la gente se copiase la una a la otra, como si no tuvieran personalidad propia, como si fuera una fotocopiadora. Yo era yo, la otra persona, la otra persona. Pero esa mujer… era físicamente exacta a mí.
Me erguí y me presenté, ella hizo lo mismo, al mismo tiempo, pero su voz… Sonaba gutural, como si hablara desde debajo del agua. Una voz que conocía tan bien y había oído tantas otras veces que un escalofrío recorrió mi columna vertebral de arriba abajo. Un mensaje llegó hasta mi cerebro: Correr. Correr como nunca, hasta desmayarme por el agotamiento si era necesario. Lejos, tanto como pudiera. Ella me miraba tranquila. Demasiado, diría yo.
Una sonrisa perversa y oscura recorrió su rostro, literalmente de oreja a oreja, rasgando la piel y los músculos de las mejillas, haciendo que una sangre negra como la noche brotara creando surcos oscuros que cayeron hasta el suelo.
Retrocedí varios pasos, sin poder apartar la vista de mi “clon”, tropecé, casi caí. Entonces reaccioné y salí corriendo. Ella hizo lo mismo, no sin antes desvelar quien en realidad era: El motivo de todos mis problemas, de mi insomnio, de mi paranoia, de mi miedo a estar sola, de las horribles pesadillas que muy habitualmente me despertaban llorando… De la muerte de almas inocentes.
La chica convulsionó de pie, miró arriba, abrió la boca y una cascada del líquido negro la envolvió. El contacto con la sustancia parecía repeler la piel, que se caía a jirones y desaparecía en una nube de humo negro. Gritó, esta vez con mi voz, de una forma tan horrible y a un volumen tan alto, que algunas luces de las casas cercanas se encendieran, por sus habitantes, posiblemente asustados. El grito me hizo gritar a mí también. Dando grandes zancadas, la que antes era una copia mía y ahora era una figura vagamente humanoide, se aproximaba a mí a gran velocidad.
Seguí corriendo y volví la vista atrás una vez más para comprobar mis sospechas: La criatura ya había recuperado su auténtica forma, pálida, aún humanoide, pero más grande, casi el doble de mi estatura; su boca estaba formada de piel rasgada y dientes afilados como bisturís de cirugía; sus brazos no acababan en manos, sino en garras fortísimas, cuyo poder ya comprobé en alguna ocasión.
Doblé una esquina tras varios minutos de carrera a toda velocidad, con la respiración entrecortada y oyendo cómo la criatura se acercaba.
Me escondí bajo el umbral de una puerta medio oculta por la oscuridad, cerré con fuerza los ojos y me concentré en no pensar en nada, en absolutamente nada.
Su sombra se proyectó unos instantes después en la pared de enfrente, gigante, deforme, imponente.
Tenía miedo, mucho, ya había estado frente a él en muchas ocasiones, pero seguía siendo igual de impresionante. El tiempo no lo hacía cambiar.
Se abalanzó frente a mí, acorralándome. Me pegué más a la puerta, temblando. El juego había acabado, me había encontrado, ahora recuperaría lo que llevaba buscando desde el verano del 2015, la única testigo presencial sobre lo que pasó. Sería una muerte muchísimo más agónica… Todo para nada.
Quizás me había encontrado por mis pensamientos, los había oído y los había seguido. O tal vez, por mi olor, a pesar de su falta de fosas nasales.
Me cerró el paso poniendo sus brazos a ambos lados de la puerta. Acercó su rostro al mío. Su presencia era fría como el hielo. Su aliento también lo era y tenía el característico olor metálico de la sangre.
Sentí un hormigueo recorrer mi estómago. La presencia de la criatura me enviaba a la peor época de mi vida, llena de pesadillas,
Negras y alargadas extremidades adicionales salieron de los costados de la criatura, los usaría para arrancarme los brazos o algo por el estilo.
Las garras que poseía agarraron con fuerza el muro, éste, se desprendió un poco, como su fuera de papel.
Me aprisioné contra la puerta aún más, intentando inútilmente aumentar la distancia entre los dos.
Él gritó y extendió todas sus extremidades, mi hora se acercaba, había luchado todo el tiempo, desde el principio hasta el final, pero aquel día iba a ser el último, no me pude escapar una vez más… o sí…

La puerta se abrió de golpe, inesperadamente para ambos. Caí sobre un chico de no más de dieciséis años, que gritaba por el escándalo de afuera.
Ambos caímos al suelo, en un acto reflejo, cerré de una patada la puerta, justo en el instante en el que la criatura iba a atacar. Él clavó sus extremidades sobre la madera, en el lugar en el que habría estado de no ser por el chaval veneciano. La puerta se hizo astillas, me cubrí la cara con los brazos y luego, un segundo después, estaba corriendo por el salón hacia una ventana abierta. Agradecí la nueva oportunidad de vivir en mi interior.
La criatura se adentró en la casa, ignorando a mi salvador, que aún estaba en el suelo, tratando de asimilar lo que estaba pasando.
* * *
Las frecuentes desapariciones aumentaban, todas en el mismo bosque, frondoso, oscuro, enigmático.
Los desaparecidos solían estar solos, pero a veces desaparecían incluso equipos de rescate enteros.
De las víctimas no se sabía nada hasta varios días después, al otro lado del bosque, horriblemente mutilados y completamente desangrados. Todos los cuerpos, apenas reconocibles.
Horrible.
No había ningún patrón, ningún parecido entre los desaparecidos, eran personas al azar. En alguna parte del bosque había alguien lo suficientemente perturbado como para cometer tales atrocidades.
Existía la teoría de que tal vez fuesen obra de una secta peligrosa, pero claro, ¿qué clase de secta sería capaz de raptar a quince policías, perros inclusive?
Había algo más, por eso, mis compañeros de investigación y yo, trabajábamos noche y día en busca de respuestas.
_ ¿Qué dice el forense?
_ Lo mismo de siempre, pero esta vez, la chica peleó, aunque no pudo salvarse, tiene hematomas por todas partes, tal vez por la pelea.
_ Gracias, Carl.
Carl, uno de mis mejores amigos, siempre andaba con bromas y chistes para todo, como si los tuviese preparados con antelación, pero cuando algo alcanzaba cierto nivel de seriedad, él cambiaba radicalmente, se volvía más serio, frío, distante y exigente, como ahora.
Ambos llevábamos días enteros sin dormir, apenas habíamos comido y casi no nos habíamos duchado. Carl andaba muy irritante y no se separaba de los informes de una desaparición concreta: La de su hija.
A él le habría gustado ir al lugar donde encontraron su cuerpo junto al de la chica que el forense acababa de analizar, pero nosotros se lo impedimos por dos motivos muy sencillos: 1-El bosque era muy peligroso, más aún si se iba sin compañía. 2-El hecho de ver el lugar donde murió su hija, lo destrozaría por completo.
Por eso se pasaba los días enteros encerrado en la oficina, con la mesa llena de papeles desordenados y un gran vaso de café, siempre a su alcance.
_No tenemos pistas, ni ADN, ni sospechosos, no tenemos nada, sólo una pila de cuerpos que aumenta conforme pasan los días y unos asesinos sueltos. No sé porqué o volvemos al bosque más a menudo, seguro que encontramos algo. -gruñó Carl mientras sacaba unas fotografías de una carpeta amarilla.
_Ya sabes que los de arriba no están dispuestos a arriesgar más vidas, Carl. Lo que van a hacer es cerrar el bosque a todo el mundo, ni siquiera a las empresas que trabajan allí les permitirán entrar. El bosque quedará abandonado.
_Y entonces te despiertas.
_ ¿Cómo?
_Dianna… verás, llevo mucho tiempo trabajando aquí, y, bueno, he visto muchas cosas, estoy seguro casi por completo de que los peces gordos se inventarán algo con tal de que el bosque no se cierre. Ese sitio mueve mucho dinero, Di, entre la madera y el turismo…
Tenía razón, él llevaba casi diez años trabajando para la policía. Mientras que yo, apenas tres. Tuve suerte de que me enviaran a investigar detrás de las trincheras en lugar de en equipo de rescate, de haber sido así, habría muerto junto con mis compañeros.
_Debes dormir, Carl. Hace casi una semana que no duermes, tienes unas ojeras que no son ni normales.- dije mientras le arrebataba el café de las manos- y esto, no debe ser bueno, alimentarse a base de café no es muy sano que digamos.
_Lo sé, Di, lo sé, pero sabes que no podré estar tranquilo hasta que quienes mataron a mi hija estén entre rejas.
_Así que ya tienes asumido que fueron muchos y no uno solo los autores de las muertes, ¿no?
_Sí, es más, creo que debieron ser como veinte o más, es muy raro que cuatro o cinco puedan contra quince o veinte policías armados.
Me quedé meditando esa teoría unos instantes.
_Tal vez, o tal vez fueran pocos pero armados hasta los dientes y pillaran a los agentes por sorpresa.
Carl negó con la cabeza. Su flequillo moreno le tapó un ojo.
_No hay restos de pólvora en los cuerpos.
Se apartó el pelo de la cara con un movimiento de cabeza.
_Toma.- le dije mientras me quitaba de la muñeca unas gomas para el pelo.-No tengo horquillas, pero esto servirá.
Carl esbozó una sonrisa triste.
_Sabes tan bien como yo que no sé cómo se ponen.
_Eso no es problema.-me acerqué a él, bordeando su escritorio empapelado y comencé a hacerle unas coletas a los lados de la cabeza, como una madre a una niña pequeña.- Así de fácil.
_Estaré ridículo, pero al menos veo mejor.
_Bonito corte de pelo, Carl.- irrumpió en la oficina Hugo. Hugo el guapo. Hugo el ligón. Hugo el presumido. Pero todos le queríamos igualmente.
_Buenas, Hugo.
_ ¿Qué pasa, morena?- me guiñó un ojo, a pesar de que él ya sabía que ese truco no funcionaba conmigo.
_Hace unos días llegaron unas chicas de veinte años, pero no hay nada nuevo.
_Oh la lá… ¿Estaban buenas?
Carl, al oír esa frase, estalló ante la falta de respeto y profesionalidad de Hugo, pero claro, él no sabía quiénes habían muerto.
_ ¡Una de ellas era mi hija!- se levantó de golpe, creando estruendo en la mesa y dejando la sala en un silencio sepulcral. Raras veces se oía a Carl gritar de aquella manera y yo, que estaba a un palmo de distancia de él, me dio la impresión de que se pondría a romperlo todo. Incluso admitiré de que me dio un poco de miedo.- ¡Céntrate! ¿Estamos hablando de asesinatos, no estamos en el instituto! Y no, no estaban “buenas”, estaban abiertas en canal, con las tripas afuera, más huecas que ese enorme cascarón que tienes sobre los hombros.
_Lily… ¿ha muerto?- balbuceó Hugo sin dar crédito.
_Hugo, no es broma.- intervine.
Carl se llevó las manos a las coletas, se las quitó y se dejó caer sobre su silla pesadamente.
_ ¿Qué son esos gritos?- la puerta se abrió de golpe dejando ver a una secretaria gruñona, Ida, se llamaba. Iba acompañada de ojos curiosos que nos miraban sin disimulo, impresionados por las voces de Carl.- Se te oye desde fuera.
_Dejadme solo, por favor.
_Carl…
_No, Dianna, necesito estar solo, sólo eso.
Miré mi reloj. El turno se acabó hacía rato, pero desde hacía días que no salía de aquel lugar. Ese día iría a casa.
_Me voy a casa, cualquier cosa me llamas, ¿vale?
_Ajá.- respondió cortante.
Ya en casa, comencé casi automáticamente mi pequeño ritual que había abandonado días atrás.
Primero me duché, al salir, envuelta en vapor, me sentí más limpia que en un anuncio de compresas. Me miré al espejo. Mi rostro se mostraba fantasmal entra las ojeras y la palidez.
Con el pijama puesto, y sin ganas de cocinar, me preparé un sencillo sándwich vegetal. Seguidamente, me metí en la cama. El contacto con las sábanas y tumbarme en mucho tiempo, me dormí en menos de un segundo.
En medio del mejor sueño de mi vida, mi móvil sonó.
_ ¿Di?
_ Sí, soy yo, Carl, dime, ¿estás mejor? Ese Hugo no tiene tacto…
_ Da igual, Di, da igual. Oye, ¿te he despertado?-me interrumpió.
_No, no podía dormir.- mentí.
_Bueno, voy para allá, llegaré en cinco minutos.
_ ¿Qué? ¿A estas horas?
_Sí, tenemos que hablar de algo importante.
_ ¿No puedes decirlo ahora?
_No, estoy conduciendo.- y colgó.
A los diez minutos, Carl estaba en la puerta de mi piso.
_Perdona el retraso, todos los semáforos estaban en rojo y hay que respetarlos incluso a las tres de la madrugada. Por cierto, el portal estaba abierto, lo he cerrado yo.
_Pasa, no te quedes ahí.
Ya sentados en el sofá, me fijé en que Carl había pasado por una buena ducha, como yo y que se había cambiado de ropa.
_ ¿Te apetece tomar algo?
_No, gracias. Voy a ser rápido y directo.
_Adelante, pues.
_Voy a ir al bosque, solo.
_ ¿¡Estás loco!?
_Sólo quiero quitarme esta angustia de encima, Di, me está carcomiendo.
_No vas a ir, Carl.
_ ¿Y permitirás que esos locos sigan sueltos?
_No, pero…
_Es la única manera de averiguar algo.- interrumpió.
_Entonces voy contigo, quieras o no.
_Estás completamente loca.
El trayecto lo hicimos en silencio. No necesitábamos las palabras para decirnos lo que pensábamos ni lo que sentíamos porque era lo mismo: Miedo.
Muy poca gente había salido de aquel bosque después de entrar. Tal vez no tendríamos tanta suerte.
Yo repiqueteaba los dedos contra la diminuta mochila que tenía en el regazo, en ella estaba mi arma reglamentaria, mi placa y una linterna.
Carl me dijo que sus cosas estaban en el maletero.
Una vez apagados los faros del coche, salimos al mismo tiempo, encendí una linterna y pensé: « ¿Y si las luces delatan nuestra posición? ». Le di un par de vueltas a la cuestión, en ese tiempo, Carl llegó con su mochila en la mano.
_ ¿Vamos?
_Claro…
No recuerdo cuánto tiempo pasamos andando hasta que los oímos. Los gritos de unas personas aterrorizadas, gritaban por sus vidas. Cerca, muy cerca.
Sin dudar ni un instante, Carl y yo sacamos las armas y corrimos sin perder el tiempo a salvar a aquellas personas. Valía la pena arriesgarse.
En una pequeña explanada, un horrible crujido rompió el silencio que de pronto se había formado de forma tan repentina. Llegamos guiados por los faros de un coche que estaba allí.
Donde toda la luz le daba de frente, una figura humanoide, negra como la noche, sostenía entre extremidades adicionales los cuerpos de una chica y un chico. En el suelo, se encontraba otra pareja. El chico que sostenía, tenía la columna doblada de una manera antinatural. La chica, estaba partida por la cintura.
La criatura lanzó los cuerpos por los aires. La sangre nos salpicó a ambos. Luché por contener las ganas de gritar de horror. Carl dio un paso atrás. Una rama se rompió. La criatura no lo pensó dos veces y se lanzó hacia nosotros con un potente salto. De un golpe, tumbó el árbol que estaba al lado de Carl. Éste, paralizado de terror, gritó y corrió por donde vino, yo le seguía. La criatura corría detrás de nosotros, nos pisaba los talones. Cuando llegamos al coche, Carl pisó a fondo el acelerador, la criatura gritó y se detuvo. Luego se perdió en la espesura del bosque.
_ ¿¡Qué demonios ha sido eso!?- grité con las manos temblorosas.
_ ¿Crees que yo sí lo sé?
_Era… un monstruo, ¡monstruo! ¿Te lo puedes creer?
No hubo respuesta. Desde aquella noche, Carl y yo no volvimos a hablar de lo sucedido. De hecho, a la mañana siguiente, cuando volví al trabajo para pedir un traslado y poder salir de allí cuanto antes, me informaron de que un rato antes de mi llegada, Carl había sido asesinado de la misma manera que las víctimas del bosque. Creían que los asesinos estaban quitando de en medio a los agentes que investigaban aquellos casos. Pobres ignorantes. Nunca les dije la verdad. Me habrían llamado loca.
Después de aquella terrible noticia, no volvieron a sucederse más asesinatos, pero comenzaron mis pesadillas. A veces soñaba que esa cosa, a la que acabé por llamar “Ello”, me atrapaba y me destrozaba, otras, me gritaba cosas con la misma voz que la del grito de aquella noche en el bosque, y otras, sucedían cosas tan bizarras que ni siquiera tenían sentido, como que en realidad, Ello, era yo y que yo, era Ello.
No lo soportaba, cada noche era una pesadilla, incluso se entremezclaban las unas con las otras.
Más tarde, el insomnio. En parte era un alivio no tener que dormir con miedo, pero la falta de sueño hacía que tuviera alucinaciones. No distinguía la realidad de las creaciones de mi mente.
Lo peor, llegó un mes después. Ello, me hizo una visita a casa, descubrí que podía transformarse en una copia exacta de cualquier ser humano. Se convirtió en mi vecina de enfrente. Creo que hizo lo mismo con Carl. Pude escapar, pero mi piso quedó reducido a cenizas. Mi piso y el de los vecinos. A pesar de que nunca encontraran mi cuerpo, para el mundo había muerto. Ya no existía Dianna. Ni siquiera Di. A partir de ahí, comencé una vida nómada, nunca me quedaba más de un mes en el mismo sitio, Ello me encontraría. Me cambiaba el color del pelo, me ponía lentillas coloreadas, todo para ser alguien nuevo.
* * *
En el interior de su casa, Sarah, se encendía un último cigarrillo antes de tirar la cerilla al suelo y arder en llamas. Acababa de morir Sarah Dankworth, artista conceptual novata, rubia, ojos cobrizos. Acababa de nacer Loraine Becket, pelirroja, ojos azules, cuya profesión descubriría por el camino. Todas aquellas chicas que fingía ser, tan diferentes las unas de las otras, tenían un único pensamiento en la cabeza: Huir de Ello.