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La tarde arreciaba para dejar paso a la noche cuando el último cliente abandonó la consulta, ubicada en una finca rústica, alejada pero bien comunicada con la ciudad.
El cliente, un poderoso empresario de la construcción, entró en su Mercedes con un semblante mucho más relajado del que mostraba tan solo media hora antes. La pitonisa tenía gran culpa de esto. Lo que desveló a su cliente, en cierta manera sosegó la preocupación matrimonial y de herencias que le traía por la calle de la amargura.
La débil llovizna era un atisbo de la gran tormenta que se avecinaba. Cuando el Mercedes salió de la finca, el conductor no llegó a ver a la persona que cruzaba la entrada a pie. El coche desapareció por la carretera. La puerta automática de la entrada se cerró lentamente.
Egudivis Perez se hacía conocer como La pitonisa del collar. Gozaba de enorme fama en el país. Tenía varias líneas de tarot y consultas franquiciadas en varias ciudades importantes desde hacía pocos años, concretamente, desde que ayudó a una Condesa afamada en la prensa rosa y en la vida social de la actualidad. Su prestigio subió como la espuma; su dinero en el banco también. Aunque era una mujer entrada en años, coqueteó con varios actores y famosos que la visitaban para conocer su futuro y su suerte.
Y ahora disfrutaba de la vida gracias a su popularidad. Solo pasaba consulta por miles de euros a personas que pudiesen pagar tal cantidad. Y no le faltaban clientes.
La pitonisa se valía de un collar de diferentes abalorios, por lo general gemas talladas de distintos colores. Se sentaba en una mesa tapizada con un extraño paño de colores dorados y pedía a su cliente que se pusiera el collar. El cliente obedecía. Tras exactamente un minuto, retiraba el collar del cuello del sujeto y se lo ponía ella.
Varios segundos de silencio, y algún que otro espasmo; hablaba sobre lo que el collar la transmitía del futuro del individuo.
Al principio, ella misma sabía que era una falacia. Pero también sabía que no la gustaba trabajar a las ordenes de nadie, y que por ese método se ganaba mucho dinero. Se inventaba un futuro verídico para sus clientes, por lo general, muy positivo, lo que les hacía vivir mejor.
-La vida es de los listos- dijo guardando un fajo de billetes de 100 euros en la caja de caudales.
Cuando se dirigía a cerrar la puerta de la enorme y lujosa vivienda, se percató de la presencia de aquel hombre que se secaba las suelas de los zapatos negros en el felpudo de la entrada. Egudivis miró a aquel tipo de bombín achatado y de levita negra. Unas diminutas gafas redondas descansaban en una nariz de suaves curvas. Cruzaron la mirada.
-Perdone, pero la consulta está cerrada. Además no atiendo a nadie sin cita previa.
Un guante blanco como la seda desapareció en el interior derecho de la levita para reaparecer poco después con un voluminoso fajo de billetes.
La pitonisa advirtió que aquel tipo la estaba mostrando más dinero que el que ella tenía en su caja de caudales. Eran billetes de 500.
-Pase, por favor- hizo un ademán invitando al desconocido.
- La consulta es en la segunda puerta a la derecha.
Con paso firme, el nuevo cliente avanzó y entró en la sala. El tipo del bombín pareció ni inmutarse ante la llamativa decoración de la sala. Todos los clientes quedaban boquiabiertos al ver aquella habitación. Una estatua de Zeus iluminada por rayos ultravioletas, decenas de esferas con rayos dentro, relojes de arena de todos los tamaños que se daban la vuelta automáticamente; y un sinfín de objetos propios de un museo de ciencias.
Pero el cliente se sentó sin prestar la mínima atención a lo que le rodeaba. Apoyó su barbilla sobre las dos manos, y sus codos sobre la mesa. Parecía mantener la mirada fija.
La pitonisa se sentó en frente. Encendió una barrita de incienso y la colocó en un soporte especial de marfil.
-En qué le puedo ayudar
-Dicen que usted ve el futuro, que tiene verdaderos poderes.
-En efecto, imagino que por eso habrá venido.
-He venido para eso. Pero tengo un problema. Yo presiento que usted es una estafadora sin escrúpulos. Y le seré franco, pienso que usted no merece ni la leche maternal que ha ingerido en su más tierna infancia.
La pitonisa, de ser otro cliente, le habría echado a patadas. Pero mantenía fija la mirada en el fajo de billetes que había en la esquina de la mesa. Su mente estaba ocupada en dos tareas: responder a ese tipejo y calcular cuanto dinero habría aproximadamente en el fajo.
-¿Por qué cree eso?- dijo con voz parsimoniosa.
-Quizás también yo tengo poderes. Pero no he venido a charlar con usted. He venido a hacer un trato. Si me demuestra que usted realmente tiene un don, con una predicción de si o no; le daré todo este dinero. Si no lo hace, de usted por terminada su carrera como bruja circense- dijo con la mirada aún fija en su interlocutora.
Egudivis se revolvió en su sillón. Pensó en el inmenso beneficio y en las ridículas pérdidas. Ya había oído amenazas similares, pero sabía que sus clientes habituales tenían fe ciega en ella y que un tipo así poco o nada la iba a desprestigiar, por mucho que fallase en su predicción.
-Le demostraré mis poderes.
La pitonisa sacó de su batín el famoso collar y lo extendió en la mesa en el espacio que había entre ambos. Se percató de que aquellos ojos la seguían observando, haciendo caso omiso al ritual del collar.
-Dígame. ¿Qué quiere saber?
El tipo sacó de su levita un reloj dorado atado a una cadena. Abrió la tapa. Las 19:50. Acto seguido, guardó el reloj y sacó con el mismo movimiento una estilográfica negra. Liberó un billete del fajo y escribió durante unos segundos en el reverso del papel de color violáceo. Guardó el billete debajo de su zapato. De nuevo, cogió otro billete del fajo y se lo ofreció a la vidente junto con la estilográfica. La pitonisa observó con perplejidad.
-He escrito algo en el billete que estoy pisando. Quiero que escriba en el billete que le he entregado si lo que yo he escrito va a suceder o no. Escriba SÍ o NO. Recuerde las condiciones anteriormente pactadas.
-Este merluzo está loco- pensó Egudivis tomando el billete y la pluma estilográfica. También pensó en que todo aquello era ridículo. Era como jugar a rojo o negro. Pero había mucho dinero en el color ganador, y ninguna pérdida si fallaba en la predicción.
Cogió el collar y comenzó el ritual. Gracias a la gran longitud de este, pudo ponerlo sobre su cliente sin retirar aquel anticuado sombrero de alas tan cortas. El tipo seguía con la mirada fija, sin dejar adivinar ningún sentimiento en su rostro.
Tras el minuto de rigor, la pitonisa se puso el collar. Fue la primera vez que sintió algo que no dejó trabajar su imaginación, incluso en algo tan fácil como pensar una respuesta afirmativa o negativa. El collar la transmitió oscuridad. Su mente solo pensaba en el vacío del color negro. Se estremeció y se quitó rápidamente el collar. La sensación desapareció con él. Apoyó la mano en el billete y escribió. Dobló el dinero y lo guardó en su bata.
-Bien, ya está hecho. ¿Y ahora?
-Solo espere unos minutos para que veamos si usted va a llevarse un montón de dinero gracias a sus poderes, o por contra, su carrera termina.
-Creo que se llevará una sorpresa, amigo- dijo tratando de intimidarlo.
Al no recibir respuesta, guardó silencio. El hombre seguía firme. A los pocos minutos,volvió a sacar el reloj. Las 20:00.
- Enséñeme su predicción, por favor.
La pitonisa sacó el billete y lo abrió.
"SÍ"
El rostro del individuo no se inmutó. Se limitó a agachar el brazo y alzarlo de nuevo con un billete de 500 euros doblado. Lo tiró a la mesa, muy cerca del billete de la pitonisa.
Egudivis abrió el billete Entre las 19:50 y las 20:00, usted escribirá NO en un billete de 500 euros. Antes de leer la frase, la pitonisa miraba el billete como un mileurista aficionado mira su boleto de la primitiva poco después del sorteo para cotejar los aciertos. Cuando releyó por tercera vez esas letras rugosas, comprendió que no sólo había errado en su predicción, si no que además había caído en una trampa, puesto que respondiendo NO también habría fallado. Se enfureció y su intención ahora si era echar a patadas a aquel payaso que la había hecho perder el tiempo. Levantó la mirada y lo que vio le hizo sostenerla. Los ojos del cliente parecían brillar.
-Diga adiós a su carrera.
-No crea que me va a crear problemas suficientes como para lograr lo que dice. Usted me ha engañado- dijo mirando aquellos extraños ojos tras unas delgadas gafas.
- Usted engaña a las personas por dinero. Además lo hace del mismo modo que yo lo hice con usted. Usando paradojas estúpidas que siempre la aseguran ganar y acertar en cierta medida en sus bastardas predicciones.
-¿Está chalado?
Decidió levantarse y acabar definitivamente con aquello. Echaría a aquel cretino de su propiedad. Pero antes de poder ejecutar ese movimiento motriz, quedó paralizada. Los ojos de aquél individuo eran dos fogones. Era como mirar una chimenea en el apogeo de una combustión. Notó el calor en su cara, proveniente de aquellos ojos y de aquel rostro limpio de sentimientos o de emociones. Gritó. Pudo observar como salía humo de debajo de su bata. Poco después, eran pequeñas llamas. Chillaba y se retorcía en su sillón. Cada segundo que pasaba, se incendiaban nuevas partes de su cuerpo. Siguió gritando hasta que una llamarada salió de su garganta.
El hombre de la levita seguía sentado, con sus ojos negros observando como aquella mujer ardía para pocos segundos después, apagarse. Todo lo que quedaba de ella era la calavera sobre espesa ceniza gris. Las piernas intactas colgaban del sillón.
Lo único que aún ardía era el billete de 500 euros. El hombre se levantó, colocó la silla y abandonó la casa con el mismo paso lento pero firme con el que entró. Se perdió entre la oscuridad y las grandes y afiladas gotas de lluvia.
La tarde arreciaba para dejar paso a la noche cuando el último cliente abandonó la consulta, ubicada en una finca rústica, alejada pero bien comunicada con la ciudad.
El cliente, un poderoso empresario de la construcción, entró en su Mercedes con un semblante mucho más relajado del que mostraba tan solo media hora antes. La pitonisa tenía gran culpa de esto. Lo que desveló a su cliente, en cierta manera sosegó la preocupación matrimonial y de herencias que le traía por la calle de la amargura.
La débil llovizna era un atisbo de la gran tormenta que se avecinaba. Cuando el Mercedes salió de la finca, el conductor no llegó a ver a la persona que cruzaba la entrada a pie. El coche desapareció por la carretera. La puerta automática de la entrada se cerró lentamente.
Egudivis Perez se hacía conocer como La pitonisa del collar. Gozaba de enorme fama en el país. Tenía varias líneas de tarot y consultas franquiciadas en varias ciudades importantes desde hacía pocos años, concretamente, desde que ayudó a una Condesa afamada en la prensa rosa y en la vida social de la actualidad. Su prestigio subió como la espuma; su dinero en el banco también. Aunque era una mujer entrada en años, coqueteó con varios actores y famosos que la visitaban para conocer su futuro y su suerte.
Y ahora disfrutaba de la vida gracias a su popularidad. Solo pasaba consulta por miles de euros a personas que pudiesen pagar tal cantidad. Y no le faltaban clientes.
La pitonisa se valía de un collar de diferentes abalorios, por lo general gemas talladas de distintos colores. Se sentaba en una mesa tapizada con un extraño paño de colores dorados y pedía a su cliente que se pusiera el collar. El cliente obedecía. Tras exactamente un minuto, retiraba el collar del cuello del sujeto y se lo ponía ella.
Varios segundos de silencio, y algún que otro espasmo; hablaba sobre lo que el collar la transmitía del futuro del individuo.
Al principio, ella misma sabía que era una falacia. Pero también sabía que no la gustaba trabajar a las ordenes de nadie, y que por ese método se ganaba mucho dinero. Se inventaba un futuro verídico para sus clientes, por lo general, muy positivo, lo que les hacía vivir mejor.
-La vida es de los listos- dijo guardando un fajo de billetes de 100 euros en la caja de caudales.
Cuando se dirigía a cerrar la puerta de la enorme y lujosa vivienda, se percató de la presencia de aquel hombre que se secaba las suelas de los zapatos negros en el felpudo de la entrada. Egudivis miró a aquel tipo de bombín achatado y de levita negra. Unas diminutas gafas redondas descansaban en una nariz de suaves curvas. Cruzaron la mirada.
-Perdone, pero la consulta está cerrada. Además no atiendo a nadie sin cita previa.
Un guante blanco como la seda desapareció en el interior derecho de la levita para reaparecer poco después con un voluminoso fajo de billetes.
La pitonisa advirtió que aquel tipo la estaba mostrando más dinero que el que ella tenía en su caja de caudales. Eran billetes de 500.
-Pase, por favor- hizo un ademán invitando al desconocido.
- La consulta es en la segunda puerta a la derecha.
Con paso firme, el nuevo cliente avanzó y entró en la sala. El tipo del bombín pareció ni inmutarse ante la llamativa decoración de la sala. Todos los clientes quedaban boquiabiertos al ver aquella habitación. Una estatua de Zeus iluminada por rayos ultravioletas, decenas de esferas con rayos dentro, relojes de arena de todos los tamaños que se daban la vuelta automáticamente; y un sinfín de objetos propios de un museo de ciencias.
Pero el cliente se sentó sin prestar la mínima atención a lo que le rodeaba. Apoyó su barbilla sobre las dos manos, y sus codos sobre la mesa. Parecía mantener la mirada fija.
La pitonisa se sentó en frente. Encendió una barrita de incienso y la colocó en un soporte especial de marfil.
-En qué le puedo ayudar
-Dicen que usted ve el futuro, que tiene verdaderos poderes.
-En efecto, imagino que por eso habrá venido.
-He venido para eso. Pero tengo un problema. Yo presiento que usted es una estafadora sin escrúpulos. Y le seré franco, pienso que usted no merece ni la leche maternal que ha ingerido en su más tierna infancia.
La pitonisa, de ser otro cliente, le habría echado a patadas. Pero mantenía fija la mirada en el fajo de billetes que había en la esquina de la mesa. Su mente estaba ocupada en dos tareas: responder a ese tipejo y calcular cuanto dinero habría aproximadamente en el fajo.
-¿Por qué cree eso?- dijo con voz parsimoniosa.
-Quizás también yo tengo poderes. Pero no he venido a charlar con usted. He venido a hacer un trato. Si me demuestra que usted realmente tiene un don, con una predicción de si o no; le daré todo este dinero. Si no lo hace, de usted por terminada su carrera como bruja circense- dijo con la mirada aún fija en su interlocutora.
Egudivis se revolvió en su sillón. Pensó en el inmenso beneficio y en las ridículas pérdidas. Ya había oído amenazas similares, pero sabía que sus clientes habituales tenían fe ciega en ella y que un tipo así poco o nada la iba a desprestigiar, por mucho que fallase en su predicción.
-Le demostraré mis poderes.
La pitonisa sacó de su batín el famoso collar y lo extendió en la mesa en el espacio que había entre ambos. Se percató de que aquellos ojos la seguían observando, haciendo caso omiso al ritual del collar.
-Dígame. ¿Qué quiere saber?
El tipo sacó de su levita un reloj dorado atado a una cadena. Abrió la tapa. Las 19:50. Acto seguido, guardó el reloj y sacó con el mismo movimiento una estilográfica negra. Liberó un billete del fajo y escribió durante unos segundos en el reverso del papel de color violáceo. Guardó el billete debajo de su zapato. De nuevo, cogió otro billete del fajo y se lo ofreció a la vidente junto con la estilográfica. La pitonisa observó con perplejidad.
-He escrito algo en el billete que estoy pisando. Quiero que escriba en el billete que le he entregado si lo que yo he escrito va a suceder o no. Escriba SÍ o NO. Recuerde las condiciones anteriormente pactadas.
-Este merluzo está loco- pensó Egudivis tomando el billete y la pluma estilográfica. También pensó en que todo aquello era ridículo. Era como jugar a rojo o negro. Pero había mucho dinero en el color ganador, y ninguna pérdida si fallaba en la predicción.
Cogió el collar y comenzó el ritual. Gracias a la gran longitud de este, pudo ponerlo sobre su cliente sin retirar aquel anticuado sombrero de alas tan cortas. El tipo seguía con la mirada fija, sin dejar adivinar ningún sentimiento en su rostro.
Tras el minuto de rigor, la pitonisa se puso el collar. Fue la primera vez que sintió algo que no dejó trabajar su imaginación, incluso en algo tan fácil como pensar una respuesta afirmativa o negativa. El collar la transmitió oscuridad. Su mente solo pensaba en el vacío del color negro. Se estremeció y se quitó rápidamente el collar. La sensación desapareció con él. Apoyó la mano en el billete y escribió. Dobló el dinero y lo guardó en su bata.
-Bien, ya está hecho. ¿Y ahora?
-Solo espere unos minutos para que veamos si usted va a llevarse un montón de dinero gracias a sus poderes, o por contra, su carrera termina.
-Creo que se llevará una sorpresa, amigo- dijo tratando de intimidarlo.
Al no recibir respuesta, guardó silencio. El hombre seguía firme. A los pocos minutos,volvió a sacar el reloj. Las 20:00.
- Enséñeme su predicción, por favor.
La pitonisa sacó el billete y lo abrió.
"SÍ"
El rostro del individuo no se inmutó. Se limitó a agachar el brazo y alzarlo de nuevo con un billete de 500 euros doblado. Lo tiró a la mesa, muy cerca del billete de la pitonisa.
Egudivis abrió el billete Entre las 19:50 y las 20:00, usted escribirá NO en un billete de 500 euros. Antes de leer la frase, la pitonisa miraba el billete como un mileurista aficionado mira su boleto de la primitiva poco después del sorteo para cotejar los aciertos. Cuando releyó por tercera vez esas letras rugosas, comprendió que no sólo había errado en su predicción, si no que además había caído en una trampa, puesto que respondiendo NO también habría fallado. Se enfureció y su intención ahora si era echar a patadas a aquel payaso que la había hecho perder el tiempo. Levantó la mirada y lo que vio le hizo sostenerla. Los ojos del cliente parecían brillar.
-Diga adiós a su carrera.
-No crea que me va a crear problemas suficientes como para lograr lo que dice. Usted me ha engañado- dijo mirando aquellos extraños ojos tras unas delgadas gafas.
- Usted engaña a las personas por dinero. Además lo hace del mismo modo que yo lo hice con usted. Usando paradojas estúpidas que siempre la aseguran ganar y acertar en cierta medida en sus bastardas predicciones.
-¿Está chalado?
Decidió levantarse y acabar definitivamente con aquello. Echaría a aquel cretino de su propiedad. Pero antes de poder ejecutar ese movimiento motriz, quedó paralizada. Los ojos de aquél individuo eran dos fogones. Era como mirar una chimenea en el apogeo de una combustión. Notó el calor en su cara, proveniente de aquellos ojos y de aquel rostro limpio de sentimientos o de emociones. Gritó. Pudo observar como salía humo de debajo de su bata. Poco después, eran pequeñas llamas. Chillaba y se retorcía en su sillón. Cada segundo que pasaba, se incendiaban nuevas partes de su cuerpo. Siguió gritando hasta que una llamarada salió de su garganta.
El hombre de la levita seguía sentado, con sus ojos negros observando como aquella mujer ardía para pocos segundos después, apagarse. Todo lo que quedaba de ella era la calavera sobre espesa ceniza gris. Las piernas intactas colgaban del sillón.
Lo único que aún ardía era el billete de 500 euros. El hombre se levantó, colocó la silla y abandonó la casa con el mismo paso lento pero firme con el que entró. Se perdió entre la oscuridad y las grandes y afiladas gotas de lluvia.